Estado, Nación y Constitución

enrique barreraEnrique Barrera Beitia.

Inicio mi colaboración con Galicia Ártabra Digital, cuando la campaña catalana ya está lanzada y es difícil encontrar un lenguaje común sobre el que debatir con serenidad. Recuerdo que a finales de 1978, con motivo del referéndum sobre nuestra actual constitución, muchas personas no eran capaces de diferenciar la autonomía de la independencia. Ahora, treinta y siete años después, otras muchas personas tampoco diferencian entre Nación y Estado y de esta confusión sobrevienen muchos malos entendidos.

La Nación es una realidad lingüística, racial o cultural e implica un sentimiento emocional, mientras que el Estado es una entidad administrativa creada para organizar la convivencia. Los estados son reconocidos internacionalmente, tienen fronteras, sus habitantes comparten leyes y poseen símbolos de identidad, como una bandera, un himno y una moneda.

Lo normal es que una Nación sea también un Estado, pero hay casos en que se integra (por voluntad propia o por la fuerza) con otras naciones en otro Estado. Los profesores tomamos la manzana como ejemplo para ilustrar el primer caso, diciendo a los alumnos que la piel es el estado que envuelve el fruto, que sería la nación. Para ilustrar el segundo caso, usamos la naranja, porque su piel envuelve no una única fruta, sino varias, porque cada gajo es en sí mismo una fruta. Francia sería la manzana y España la naranja, ya que Cataluña, Pais Vasco y Galicia tienen idiomas propios y un potente sentimiento emocional. Cataluña era una entidad política que aceptaba como reyes propios a los Trastámaras que reinaban en la Corona de Aragón y más tarde a los Austrias, que también reinaban en Castilla. La guerra de Sucesión rompió este consenso y como castigo por haber apoyado al archiduque Carlos de Austria, el vencedor Felipe V de Borbón usó el derecho de conquista para anular las instituciones catalanas en 1715. También abolió las de Aragón, Valencia y Baleares por el mismo motivo, aunque en estos casos no hubo apenas oposición.

Un estado plurinacional muy curioso es Reino Unido, que no tiene Constitución. Mientras sus atletas y gimnastas compiten bajo una misma bandera, sus futbolistas lo hacen en cuatro selecciones nacionales: Irlanda, Gales, Escocia e Inglaterra. Pero lo más sorprendente es que en las competiciones internacionales de rugby, los irlandeses del Ulster con pasaporte del Reino Unido y los irlandeses del Eire con pasaporte de la República de Irlanda, juegan en una misma selección.

Más que los separatistas, los verdaderos enemigos de la unidad territorial son los separadores. No está de más recordar que los partidarios de la independencia aumentaron vertiginosamente cuando el PP recogió firmas para suprimir el actual estatuto catalán, cuando se organizaron campañas para boicotear la venta de productos catalanes en España e incluso cuando cierta prensa supremacista («la central lechera«, que diría Guardiola) usó un tono extremadamente visceral durante el periodo de hegemonía del Barça, que iba más allá de la pura rivalidad deportiva y que nunca lo hubieran usado si la alternativa futbolística hubiera sido el Sevilla o el Valencia.

Nadie debe rasgarse las vestiduras porque se reconozca oficialmente que Cataluña es una Nación y así figure en un documento oficial, porque de esta realidad no se adquiere el derecho a la secesión, sólo reconocido por las instancias internacionales para los «pueblos y países sujetos a dominación colonial» (Resolución de la  Asamblea General de la ONU 1514 (XV) de 1960). Además, todos sabemos que sin el consentimiento del estado español, ningún otro estado europeo reconocerá una Cataluña independiente, por lo que estas elecciones en clave de plebiscito sirven  poco más que para generar tensión, pero las personas sensatas, que ni gritan ni insultan, deben ir dando ya los pasos para solucionar el correcto encaje de la nación catalana en el estado español.

También sabemos todos, que esta solución pasa por modificar la Constitución para superar el marco autonómico y permitir un federalismo asimétrico y un nuevo reparto de los recursos económicos. Esta es precisamente, la opción que cuenta con más partidarios en la sociedad catalana. Si para solucionar el conflicto hay que reformar la Constitución, se reforma. Hace muchos años un sastre hizo mi primer traje, que me sentaba como un guante. Ahora, no podría entrar en él. Hace treinta y siete años se aprobó nuestra Constitución. Entonces valía, pero ahora no. Los trajes y las constituciones tienen que adaptarse a las personas y no al revés.

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