A veces pienso que a pesar de que es grave que nos «tomen el pelo» es mucho peor que lo hagan con regocijo, con esa proyección de inmunidad y recochineo propia de quienes ejercen la burla pensando que los demás somos tontos. Pues no, no somos tontos por mucho que se empeñen, lo que pasa es que muchos nos sentimos ya anestesiados. Es como si el holograma «Matrix» en el que vivimos hubiese pasado a ser una producción Disney, en la que hasta lo más rocambolesco es posible si se le echa una buena dosis de imaginación. Pero no piensen que se me «ha ido la olla» o que hoy me siento especialmente demagogo, al contrario, pues pondré un par de ejemplos para ilustrar lo que digo.
En primer lugar, es de obligado cumplimiento repasar la soberbia actuación con la que nos ha obsequiado estos días el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, quien con gran desparpajo y salero recibió en su despacho del ministerio ni más ni menos que al mismísimo don Rodrigo Rato. Éste, es un presunto inocente que puede responder ante la justicia por fraude fiscal, por blanqueo de capitales, por ser responsable de la mala gestión de Bankia y, entre otros muchos más detalles sin importancia, por hacer uso fraudulento de las tarjetas black. Pero da igual, todas estas menudencias carecen de importancia ante su pasado glorioso, o quizás no tan glorioso si consideramos las más que dudosas prácticas con las que don Rodrigo incrementó su fortuna personal.
Para quienes no lo sepan, puntualizaré que el ministro del Interior es el máximo responsable de la Policía Nacional y de sus respectivos cuerpos de investigación, esos mismos estamentos que están investigando a Rodrigo Rato y que han sido ninguneados con la visita que el «investigado» hizo al «jefe» de los investigadores. Y es que, al parecer, el ex vicepresidente del Gobierno tenía miedo porque se sentía amenazado por twitter. Tenía tanto miedo que intentó calmarlo haciéndose unos largos en la piscina de un lujoso hotel asturiano, dándose unos chapuzones desde un yate en el Mediterráneo o yéndose con su mujer de compras por las calles más céntricas de Madrid.
El ministro del Interior recibió a su «amigo del alma» confundiendo el despacho ministerial con el de su casa, porque, al fin y al cabo, ¿para qué organizar un encuentro furtivo en una gasolinera o recurriendo a unos SMS comprometedores? ¿No era mejor organizar el encuentro a lo grande, arropado bajo las comodidades de un buen despacho oficial? Por supuesto que sí, siempre y cuando se tomase la precaución de no registrar el encuentro en la agenda oficial del ministro, no vaya a ser que con tanta dosis de transparencia nos deslumbremos.
Las explicaciones dadas en el Congreso de los Diputados por Jorge Fernández Díaz fueron patéticas, amén de ser un verdadero insulto a la inteligencia de sus interlocutores. Con el sarcasmo propio de quien miente y además le da igual, intentó convencer sin fortuna a sus señorías, esforzándose en hacer ver como algo normal lo que en realidad fue un acto de enchufismo y de trato de favor. Incluso justificó ofendido la entrevista mostrando unos 400 tweets que, según parece, amenazaban a Rato y a algunos de sus familiares. Eso sí, sin dar explicaciones de cómo consiguió el listado y de si se siguió la secuencia normal a la hora de realizar la investigación. ¿Cabe la posibilidad de que a partir de ahora cualquier españolito que se sienta amenazado, en lugar de acudir a la policía, acuda al despacho del ministro? ¿Es la nueva moda? Porque si es así, oiga, que sea para todos y no sólo para personajes con pasados cuestionablemente «gloriosos» y con presentes presumiblemente «mezquinos».
Pero dejemos de lado al ministro del Interior y centrémonos en otro ejemplo de ejercicio del descaro supino. En este caso entran en escena un ministro, un ex ministro, sus respectivas mujeres y un grupo hotelero con algún que otro hotel sin las licencias correspondientes. Como ya se puede intuir, me estoy refiriendo al ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria; al ex ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert; ambos acompañados por sus mujeres; y al grupo empresarial hotelero «Martinón», propietario de un hotel ilegal en Lanzarote.
Según fuentes de un diario digital, ambos dirigentes políticos y sus mujeres pasaron una semana en un hotel que el citado grupo «Martinón» tiene en Punta Cana, en la República Dominicana, por el módico precio de 900 euros por persona y noche. Este desembolso, siguiendo lo que dicen las fuentes, no tuvieron que realizarlo, dado que la Dirección del hotel tuvo a bien invitar a tan distinguidos huéspedes. Como es natural, la noticia despertó un gran revuelo e indignación, sobre todo cuando, en primera instancia, se preguntó a los interesados y estos respondieron: «no comentamos asuntos particulares».
Y he aquí que la bola de nieve creció y los que consideraban sus asuntos como «particulares» comenzaron a verlos como «públicos», por lo que no quedó más remedio que recurrir a los desmentidos oficiales, cargados de altas dosis de indignación. Considerando que se había mancillado su honor, José Manuel Soria interpuso inmediatamente una demanda judicial contra el medio digital y contra los dos periodistas responsables de la noticia, dado que «él siempre se paga sus viajes y en esta ocasión lo hizo vía tarjeta de crédito». Además, ¿qué es eso de publicar que se alojó en el hotel una semana cuando en realidad sólo estuvo dos noches?
Vaya por delante que considero que los periodistas demandados son verdaderos profesionales, de esos que contrastan la noticia antes de publicarla, y que ellos afirmaron que fueron fuentes del hotel las reconocieron que los políticos y sus parejas habían sido invitados. Sin embargo, admitamos por un momento que no fue así, a pesar de que todavía no han sido transmitidos a los medios los justificantes de los pagos, reconozcamos que los periodistas pudiesen estar equivocados. Aún así, el caso clama a las Alturas, porque no estamos hablando de dos personajes públicos cualquiera.
En una etapa de profunda crisis, en la que muchas familias españolas apenas pueden pagar el recibo de la luz, el ministro de Energía, José Manuel Soria, responsable por su mala gestión de algunas de las mayores subidas del recibo eléctrico, reconoce que pagó 3.600 euros por pasar, él y su mujer, dos noches en un hotel de lujo, y para más inri, él, que también es ministro de Turismo, en lugar de predicar con el ejemplo y promocionar el turismo nacional, no le dolieron prendas cuando nos enteramos que hace uso de la oferta turística de otros países. ¡Pero, alma cándida! Ten un poquito de decoro y promociona lo tuyo, por lo menos mientras tengas la cartera de Turismo, ya llegará el día en el que dejes de ser ministro y puedas irte si quieres a la Conchinchina.
En cuanto a José Ignacio Wert, ¿qué quieren que les diga? Casi considero una menudencia su participación en lo descrito si lo comparamos con el espectáculo bochornoso que protagonizó con su marcha a París. El aludido como peor ministro de Educación de nuestra historia contemporánea, obtuvo así el ansiado premio por canalizar en su persona la mayoría de los bofetones dirigidos hacia el PP.
Wert se fue a la capital francesa con un puesto en la diplomacia sin ser diplomático, con 10.000 euros mensuales para «gastillos», con un piso de lujo en una de las avenidas parisinas más céntricas, y con un elenco de personas trabajando para él, como puedan ser: un chófer, un guardaespaldas, un cocinero y algún que otro personal de secretariado y de limpieza. Porque el amor todo lo puede y él no podía esperar a que acabase la legislatura. Tres meses más como ministro eran insufribles, ya que ¿cómo iba a rivalizar el servicio público con los latidos desacompasados de su corazón? En París le esperaba la gloria, el glamur, y a nosotros nos dejó con las tasas universitarias más altas de los últimos tiempos, con una ley educativa que no quiere nadie y con el mundo de la cultura sin poderle mirar a la cara.
Dijo un antiguo sabio que «el descaro pasa a ser más descaro cuando quienes ejercen el descaro no tienen el descaro de ocultarlo», y la verdad es que no puedo estar más de acuerdo.