Puedo creerme que en el año 2045 una nave tripulada por humanos consiga posarse en Marte. Igualmente, puedo creerme que algún día el Tomesillos F.C. ganará la Champions League. También, esforzándome, creo posible que lo del cambio climático pueda ser una invención de la CIA, e incluso, yendo más lejos, que exista la posibilidad de que me llegue a gustar la tortilla de atún. Pero lo que jamás podré creerme es que un político termine por cumplir su programa electoral.
Hubo un tiempo en el que los políticos intentaban llevar a la práctica todo lo que prometían en campaña. Más tarde, se relajaron un poco y ya no lo intentaban tanto. Fue entonces cuando descubrieron que prometer quedaba muy bien y el hecho de no cumplir resultaba del todo permisible, lo que les llevó irremisiblemente a inventar las disculpas, las excusas de mal pagador. El ejemplo más vivo lo tenemos en el actual gobierno presidido por Mariano Rajoy, al que le bastó sólo un día de gobierno para desdecirse de todo lo dicho en su campaña del 2011, bajo el pretexto de que los socialistas, muy malos ellos, habían falseado las cuentas del déficit público. Naturalmente, tal y como mandan los cánones, obvió que las principales cuentas falseadas pertenecían a Comunidades Autónomas gobernadas por el PP.
Pero, qué sorpresa la mía, cuando estos días he podido comprobar cómo se ha dado un nuevo salto cuantitativo y cualitativo en la materia, al descubrir los políticos, en palabras de mi admirada Manuela Carmena, que «los programas electorales están repletos de simples sugerencias de no obligado cumplimiento». Vamos, en otras palabras, que es lo mismo que decir: «tú vótame a mí que después, según vea, yo haré». Pues muy mal, Manuela, muy decepcionante su concepto de la democracia representativa. Puede que usted todavía no se haya enterado, pero lo cierto es que la Roma de los Césares ya hace tiempo que no existe, al igual que ya no es de uso común eso de ir por la vida firmando cheques en blanco y al portador. Ahora, los cheques se firman con nombres y apellidos, ante notario y con taquígrafos, porque ya está bien de tanto «tomar prestado el peluquín» (versión cursi de «tomadura de pelo»).
Usted, querida Carmena, prometió crear una banca pública madrileña, para combatir las malas prácticas de la privada, y le ha bastado una semana como alcaldesa para desdecirse y afirmar que tal banca no es necesaria. Eso sí, en su primer día como regidora apareció en todas las portadas de la prensa vanagloriándose de que había paralizado un desahucio durante tres semanas, para acto seguido volver a recular y reconocer que, desde el ayuntamiento, no existen herramientas legales para prohibir que las personas sean despojadas de su vivienda habitual. Como jueza que usted ha sido, era conocedora de tal impedimento legal, al igual que lo sabía su homóloga, Ada Colau, en Barcelona. Ambas, Ada y usted, se dedicaron a prometer lo que no era competencia suya, por eso no me extraña que las personas que integran la PAH estén de uñas y se sientan estafadas.
Y no dejemos de lado a los compañeros de viaje que ha escogido para su travesía municipal, aunque, mejor dicho, debería afirmarse que «le han sido escogidos». Los podemos encontrar de todos los gustos y colores. Así, hay quien, en sus ratos libres, se dedica a asaltar capillas entonando la consigna «menos rosario y más bolas chinas», como si tuviesen algo que ver las creencias religiosas con los asuntos vaginales. Pero, también, hay quien no se conforma con matar ministros, sino que prefiere torturarlos primero. El muestrario continúa con lindezas tales como «arderán las iglesias como en el 36» o «el miedo cambia de bando», para concluir con la guinda del pastel, que no es otra que la extraña afición que profesa el que iba a ser concejal de Cultura y Deporte, Guillermo Zapata, un guionista que trabajaba en la Cuba de los Castro y que incluye en su perfil de twitter chistes macabros. En ellos, hace broma fácil con la muerte de niñas que fueron víctimas de atentados terroristas, o con el Holocausto judío, que se llevó por delante a cinco millones de vidas.
Como bien decía mi madre «¡Qué gente lleva mi carro!». Es que ni adrede se pudo escoger una lista tan inoportuna. Eso, sin olvidar la recurrente costumbre que los partidos nuevos están copiando de los viejos, y que consiste en mezclar los vínculos del corazón con los cargos públicos. A ver si nos enteramos de una vez que a las concejalías y a los puestos de responsabilidad ya no sólo se accede por enchufismo, que también, sino que basta con ser la pareja o ex-pareja «de…» para ser merecedor de tales puestos. Así, Teresa Rodríguez ya tiene a su mozo como alcalde de Jerez, la ex-novia de Iñigo Errejón ya es portavoz del ayuntamiento de Madrid o, por poner otro ejemplo, pronto veremos a «ex» de Pablo, Tania Sánchez, como cabeza de una lista madrileña para las próximas generales. En fin, todo queda en casa. Y es que la política es una vocación que se contagia a los que viven o vivieron bajo el mismo techo, como si fuese un sarampión o una simple gripe.
Seguramente, quienes lean este artículo pueden llegar a la conclusión de que no soy muy de Podemos que digamos, ya sea en cualquiera de sus manifestaciones. No sé, puede que haya algo de cierto, pero prefiero pensar que, más que anti-Podemos, soy anti-fraude electoral, pues me echan para atrás quienes prometen cosas a sabiendas que no van a poder cumplirlas o quienes no tienen la más mínima intención de llevarlas a cabo. En estos menesteres, PP y PSOE son grandes maestros, pero vienen pisando fuerte la formación morada y, en menor medida, la naranja.
Porque aunque mi ideología sea próxima a la de Ciudadanos, ello no me impide reconocer que también este partido ha exhibido una cierta relajación a la hora poner condiciones para pactar. Es lo que tiene ponerse a lidiar los toros en lugar de verlos desde la barrera. Pero con una salvedad: Podemos se presentó como el gran salvador, casto y puro, como la solución contra los malos vicios, y así construyó una cárcel de la que ahora sus dirigentes son presos