Contra el olvido injusto, el documental 1980. El 14 de marzo en La Coruña

1980-documentalLa mayor parte de los ciudadanos aún compartimos ciertos valores sobreentendidos, por obvios.  Uno de ellos, sin el que una sociedad no es viable, es el de responsabilidad por el daño injusto que se causa interviniendo culpa o negligencia; tanto más si es resultado de acción criminal; y su corolario, la reparación a la víctima, en la medida de lo posible.

Puede decirse que, con sus imperfecciones, ese principio rige generalmente en España excepto para los delitos de terrorismo cometidos en cierto período reciente de nuestra Historia, casualmente en el que más se cometieron. Más de trescientos de esos asesinatos siguen impunes, y algunos, como los cometidos por asesinos en serie como De Juana Chaos han salido a unos pocos meses de condena cada uno. Se ha llegado a hablar, acertadamente, de ‘tarifa plana’ para este concreto tipo de asesinatos, mutilaciones y estragos. Nada parecido se ha hecho con asesinatos que no tuviesen la específica motivación terrorista nacionalista vasca.

Memoria, dignidad, justicia

En España las víctimas del terrorismo han acuñado una fórmula reivindicativa que resume a la perfección los elementos precisos para la vigencia de ese sano principio: memoria, dignidad, justicia.

Ya es triste que hayan tenido que reivindicar las víctimas lo que por derecho, de oficio, sin dilación ni excusa posible, hubiera debido otorgarles la sociedad y el estado, conforme a la ley y sin el más mínimo regateo. Ya ese hecho delata una profunda tara social, una disfunción grave en el estado que se proclama de derecho.

Pero aún ha sido mucho peor que en nombre de esa sociedad y del estado que sustenta hayan pactado con los terroristas fórmulas aviesas de impunidad y de legitimación política, renunciando al imperio de la ley mediante un fraude sistemático, cuidadosamente planificado.

Como todos sabéis, inició esa ‘política’ el Partido Socialista Obrero Español cuando estaba en la oposición, ocultándola tras la proposición del Pacto por las libertades y contra el terrorismo, para hacerla pública una vez ganadas las elecciones, rescatando a la banda terrorista de la derrota en que estaba sumida con el oxígeno de la negociación.

Y como también sabéis, completó esa infamia el Partido Popular, que se valió de las víctimas en la oposición, criticando la felonía del PSOE para sumarse a ella nada más regresar al poder, dando cumplimiento a los pactos nefandos acordados ente terroristas y socialistas, lo que explica la derogación de hecho de la ley de partidos políticos –para permitir la presencia de los terroristas y de sus cómplices en las instituciones de gobierno- y las sueltas, individuales y masivas, de los más sanguinarios asesinos, devaluando la vida de los españoles, al menos de los que fueron asesinados por los terroristas nacionalistas vascos, al cambio de su coste penal, al valor más bajo del mundo.

Tenemos que reconocerlo: la sociedad española ha “tragado” y, por tanto, se ha envenenado moralmente, con la complicidad en esa infamia. No sólo avaló mayoritariamente la felonía del PSOE otorgándole una segunda legislatura a Zapatero a pesar de haber descubierto el sucio juego que se traía con los terroristas ¿o precisamente por ello?, con el pretexto de una paz abyecta. La contestación social a los términos del cumplimiento de los compromisos socialistas con los terroristas por parte del Partido Popular ha sido escasa. No sólo ambos partidos siguen existiendo de un modo algo más que testimonial, sino que en el sistema que los españoles declaran preferir  en numerosas encuestas, serían acompañados o relevados en la hegemonía política por un partido, ‘Podemos’, dispuesto a superarlos en el entusiasmo por el olvido y la impunidad, cuando no por la exaltación de los terroristas,ni siquiera con ese mínimo de hipocresía que revela alguna consideración a la virtud.

La entrada del PP en el consenso socialnacionalista ha producido una inmensa desmoralización social aún agravada por el autoengaño de “la victoria de los demócratas”. Tanta vergüenza sólo puede anestesiarse con el mecanismo del olvido, todo lo contrario de la memoria –tan predicada por esos mismos para ciertos crímenes, reales o supuestos, que ya sólo puede juzgar la historia-.

El olvido culpable, mal anestésico de la vergüenza, es general –con honrosas excepciones- en el panorama de la opinión pública y publicada después de la traición del PP, pero ha alcanzado una altísima cota simbólica en el primer discurso de Navidad del nuevo rey, cuya voluntad de separarse de la ejecutoria de su padre le ha hecho prescindir del formulario recuerdo a las víctimas. Es la consagración oficial, al máximo nivel, de la síntesis Zapatero-Rajoy, o, como se ha difundido en las redes, de la unidad moral PPSOE. Como ha recordado en alguna ocasión el periodista Santiago González, en cierto momento del ‘proceso’ de negociación de Zapatero con ETA, sus fervientes partidarios celebraban jubilosos “ya llevamos dos años y medio sin muertos”, lo que provocaba en las víctimas la perplejidad consiguiente. “Pues yo llevo tres años y medio con uno” dijo en aquella ocasión doña Pilar Ruiz Albisu, madre de Joseba Pagazaurtundúa. Los pacifistas de este proceso son los campeones de la filosofía   zafia: “el muerto al hoyo, el vivo, al bollo”; pero ¿puede sostenerse una sociedad decente sobre tan basto fundamento?

Ciertamente, no todos nos hemos emporcado en la aprobación expresa o tácita de esa política compartida por los partidos mayoritarios –y aún superada por emergente ‘Podemos’-. Algunos hemos hecho lo que hemos podido para denunciarla y combatirla. En el campo del cine el director Iñaki Arteta ha dedicado la mayor parte de su obra a la memoria de las víctimas, que es el presupuesto de la dignidad y de la justicia que se les deben.

El último trabajo Arteta, el documental 1980 relata el año más sangriento de la banda terrorista ETA, pero no, como ha sido frecuente, desde la equidistancia o el relativismo, menos aún desde la frivolidad festiva de “ocho apellidos vascos” –qué le vamos a hacer, señores, si el terrorismo no es divertido para las víctimas- sino con la mirada y la actitud que un ciudadano normal , es decir, moral ante ese genocidio.

1980 interpela y compromete. Su visionado es un acto de afirmación moral, sólo apto para un público moralmente exigente. No es una película de masas, sino crítica con la masa que vivió aquel año más cerca de la indiferencia que del miedo. La masa que busca el entretenimiento, la evasión, no la verdad, la memoria y el compromiso que conlleva.

1980 se ha proyectado en la SEMINCI y ha obtenido importantes reconocimientos y excelentes críticas de los especialistas, como el trabajo bien hecho que es, pero no obtendrá una gran difusión porque, reconozcámoslo, la gente prefiere olvidar, y aunque se ha proyectado en las ciudades más importantes, no se verá en La Coruña si no hacemos nada.

Nosotros nos sentimos obligados a intentar traer esa película a nuestra ciudad, y ofrecer a todos aquellos a quienes podamos llegar, la posibilidad de verla. Acudir a su visionado no será “ir al cine”, aunque materialmente se trata de un trabajo cinematográfico con las convenciones del género documental, así reconocido por la crítica por su impecable factura técnica. Pero está claro que es mucho más que eso. Ir a ver este documental es un acto de afirmación cívica. Es un acto de rebeldía contra la apisonadora de la indiferencia y el olvido. Con ello diremos que nosotros ‘no olvidamos lo inolvidable’. No olvidamos los crímenes, su motivación asquerosa –el nacionalismo aranista-, no olvidamos a las víctimas con sus justas demandas de memoria, dignidad y justicia. Y no olvidamos el último consenso, fraguado por los políticos españoles de los partidos mayoritarios, PP y PSOE, superado, también en esa infamia, por el partido de Iglesias Turrión.

Para sufragar los costes de este proyecto cívico  pedimos una aportación, por pequeña que sea, en la cuenta PayPal enlazada en la página www.libertadlinguistica.com

Si logramos reunir los 350 € necesarios antes del 7 de marzo, proyectaremos la película. De lo contrario renunciaríamos al proyecto con mucha pena, aunque no con la de no haberlo intentado, y devolveríamos las aportaciones.

Ramón Borrás, promotor de la asociación cívica Foro-LC, en formación.

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