Me voy a tomar la licencia de criticar, de criticar no, ya que no estoy capacitado para efectuar semejante cometido, ni lo pretendo, lo que voy a tratar aquí es de hacerles sabedores de cómo pasar un buen rato y animarles a hacerlo con un coste mínimo -sabiendo elegir el día- lo que en estos tiempos que corremos creo que es de agradecer.
Hacía muchos años, muchos, quizás demasiados, tantos que ya ni me acuerdo, que no me encontraba motivado para hacer algo que hice días pasados y de lo que no solo no me arrepiento sino que además me alegro. Y digo que no estaba motivado ya que las más de las veces el cansancio físico y mi afición a la “buena cama”, para dormir me refiero, primaban sobre cualquier otra cosa que pudiera existir y me condicionaba para disfrutar de una forma de esparcimiento, que la evolución de las cosas consiguió destruir y, casi, hacer desaparecer.
Se perdió la gracia por pasar una tarde de paseo urbanita y tomarse una cervecita con los amigos para luego disfrutar de una buena película, por ejemplo, en un cine de los de antes, grandes, espaciosos, con una pantalla inmensa, con butaca, platea, entresuelo, general, acomodador y todo eso que hoy ya solo está en el recuerdo de algunos, para después con unos cafés o unas copas por medio y en compañía de los amigos rematar la esplendida tarde-noche de la que hemos disfrutado con su buena compañía.
Hoy por hoy hay dos razones que condicionan el disfrute de momentos tan añorados por algunos y desconocidos por otros, dificultando además grandemente la realización del plan que les propongo: una económica, ya que no todos pueden permitirse el gasto que ello supone, y otra operativa, motivada por la desaparición de las antiguas salas de cine que a diferencia de las de hoy reunían todas las características antes mencionadas.
El bien llamado séptimo arte, desde siempre, puso y pone a nuestro alcance disfrutar de verdaderas obras maestras, que no voy a enumerar aquí, ya que son de todos conocidas, y también, cómo no, de sufrir la penuria de tener que soportar verdaderos “ladrillos”, pero claro, esto que les digo es opinable ya que está condicionado por el gusto de cada uno.
Por el módico precio de 3 € cada uno, tuve oportunidad días pasados de disfrutar yo, mis acompañantes y el resto de los allí presentes con el visionado de una de esas, para mí, obras maestras del cine. Una película tan natural como la vida misma que nos relata una historia que por el buen hacer de su guionista y el magnífico trabajo realizado por su director Emilio Martínez-Lázaro, sin sexo, sin tiros, sin escenas sangrientas, sin grandes decorados, sin ………, pero con mucho ingenio y buen gusto y haciendo uso de los típicos tópicos cotidianos y de una fotografía y unos escenarios naturales merecedores de todo elogio, con unos actores que bordan sus papeles, consiguen algo que es digno de ser visto por unos y recomendado a los otros para que disfruten de ello.
Tenemos una ciudad que invita al paseo por sus calles, tenemos amigos, tenemos en Ferrol y Narón dos salas de cine, solo dos, el Duplex y el de Odeón, en los cuales se proyecta actualmente la película “Ocho apellidos vascos”. Un peliculón. ¿Se lo van a perder?