Villaamil, el más universal de los ferrolanos

maria figalgo-aMaría Fidalgo Casares, Doctora en Historia del Arte

Tal vez pocos sepan que existen obras de un ferrolano -“España artística y monumental” -en casi todas las embajadas y hoteles de lujo del mundo, instituciones estatales y recintos palaciegos europeos y americanos, y que el único ferrolano que aparte del Caudillo sale en los libros de Historia europeos y en los compendios de arte universal, nació comenzando el siglo XIX en la Plaza de Amboage esquina con la calle Real en una preciosa casa de piedra que como tantas otras fue víctima de la piqueta.

Jenaro Pérez Villaamil y Duguet, (1807) no sólo fue uno de los grandes de la pintura española, sino una de las figuras más significativas del romanticismo europeo. Pintor, escenógrafo, decorador, ilustrador, editor… su vida estuvo repleta de avatares y episodios de amor y guerra, viajes europeos y ultramarinos, destierro, enfermedad, prisión, pobreza y triunfo social que jalonaron una intensa e interesante biografía truncada por una muerte temprana.villaamil

En su momento se dijo que “Era sin disputa el artista más original junto a Goya de toda la pintura española” y está considerado uno de los mejores acuarelistas del arte español y es autor del libro ilustrado de viajes más conocido de todas las épocas. Sin embargo, a su muerte fue completamente olvidado y no sería hasta el primer tercio del siglo XX en que a instancias de su paisano Bello Piñeiro comenzaría la rehabilitación de su figura.

Villaamil tuvo un estilo único y singular en el panorama artístico peninsular. Fue un extraordinario dibujante y colorista arrebatador que se decantó por un paisajismo romántico, arqueológico y de trazos costumbristas.

Bautizado en la Iglesia de San Francisco, a los cinco años ya trabajaba como ayudante de su padre como profesor de Topografía y Dibujo, lo que puede explicarse no sólo por el talento del niño, sino por la proverbial querencia del gallego hacia el funcionariado. Ingresó en el ejército, y con apenas dieciséis años fue enviado a combatir contra las tropas de los «Cien Mil Hijos de San Luis».

Fue herido y hecho prisionero, y trasladado a Sevilla donde pasó todo tipo de calamidades e infecciones, pero consiguió curar sus heridas. Esta curación no supuso un alivio en su vida, ya que fue enviado de nuevo a Cádiz como prisionero de guerra. Afortunadamente el destierro gaditano le sirvió para dedicarse en pleno al dibujo, donde las autoridades fascinadas por las dotes del cautivo permitieron asistir a la Academia de Arte.

El progreso fue tan rápido que, en 1830 fue elegido para pintar los decorados del gran teatro de la ciudad de San Juan de Puerto Rico. Hizo la travesía en el bergantín Amistad donde no le sorprenderá el famoso motín inmortalizado por Spielberg, pero si una brutal tempestad en la que aunque peligraba seriamente su vida, no soltaría los lápices, afanado en tomar apuntes desbordado por la fuerza de la naturaleza y energía del mar. Esta labor como escenógrafo dejará una gran impronta en su obra habiendo siempre resabios teatrales en la concepción de sus espacios, proporciones de monumentos, bocetos de escenas costumbristas, puestas en escena de personajes y peculiares puntos de vista en las arquitecturas. De regreso en Andalucía, reside un tiempo en Sevilla, donde conoce al pintor inglés David Roberts que le hará despojarse de resabios neoclásicos e iniciar sin vuelta atrás un camino furiosamente romántico.

En 1834 se establece en Madrid, y su carrera artística será meteórica. Muy pronto alcanzó reconocimiento por crítica y público y será nombrado Académico de San Fernando. Sus relaciones con la corte le harán merecedor de honorabilísimas distinciones, incluso también en cortes extranjeras, y tendrá relación con personajes como Baudelaire, o el arquitecto del Canal de Suez Fernando de Lesseps. Se distingue políticamente como liberal y lleva una vida intensa trabando amistad con todos los intelectuales españoles de su tiempo.

Del 38 al 42 hay pocos datos de su vida, enfrentado políticamente al régimen vigente, se sabe que viajó por Europa y que fue el introductor del paisajismo orientalista en la pintura española decimonónica.

Debe destacarse también la magnitud de su producción pictórica, y dada la extraordinaria celeridad de sus ejecuciones hizo que sus envidiosos oponentes le denominaran “pintor de circo”. Pero sin lugar a dudas su obra capital será como anticipamos la completo “España artística y monumental. Vistas y descripción de los sitios y monumentos más notables de España.”

Entre 1842 y 1850 la prestigiosa editorial Hauser de París publicó los 36 cuadernos de la obra con textos de Escosura Estaba dirigida a un público cultivado y con posibles que participaba de la idealización y fascinación por el pasado, así como de la curiosidad de conocer otras culturas, algo propio del temperamento romántico.

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Interior de la iglesia de San Juan de los Reyes de Toledo (España), 1839, óleo sobre lienzo.

La temática de Villaamil se reduce a los paisajes naturales, vistas urbanas, obras arquitectónicas monumentales, e interiores de edificios, pero el pintor no se ciñe a descripciones topográficas, sino a la expresión de puras emociones humanas a través del paisaje. Aunque existe fidelidad y rigor, en ocasiones, presenta una distorsión voluntaria de las proporciones que las dota de cierta irrealidad y que con esa atmósfera de ensueño adquieren dimensiones oníricas. Sus obras de naturaleza son todo un compendio teórico de la pintura romántica, carácter épico, magnificencia de los elementos, grandes cielos nubosos y decrépitas arquitecturas…

En cuanto la expresión, el colorido prevalece sobre el dibujo, que siendo magistral, asume un papel secundario, pero define todos los detalles a pesar de la soltura de ejecución. Los fuertes contrastes de luz y sombra orquestan inimitables juegos de luz, con tonos imposibles nunca vistos hasta entonces en la pintura española. La pincelada es muy visible, nerviosa, impetuosa con empastes grumosos y espesos, que le hace adquirir una moderna presencia matérica.

Jenaro Pérez Villaamil muere en Madrid el 5 de junio de 1854, contaba 47 años de edad, a causa de una enfermedad de pulmón, perdiendo la razón los últimos momentos. No dejó discípulos ni imitadores, y en la actualidad un halo de misterio rodea su figura al haberse encontrado obras datadas con posterioridad a su muerte de su mismo estilo y temática con la autoría de un tal Phiplip Villamil, británico que firmaba P.Villaamil ,al igual que el ferrolano, y que se han atribuido a nuestro artista.

Los últimos años de su vida sentirá una gran atracción por Galicia e intensificará los viajes a su tierra natal. “descubriendo lo propio al conocer lo ajeno”, dejando pendiente la elaboración de un libro sobre la Galicia y Asturias monumental que hubiera sido capital en la arqueología artística y patrimonial de Galicia ya que le interesaban no sólo los monumentos sino también la vida de los pescadores y la vida rural, como refleja en su “Escena de campesinos, carros y animales”. Dejó interesantes dibujos de Culleredo, Caaveiro. Pontedeume, Portomarín; San Paio de Breixo, Cambre, Cela, Ferrol, Bergondo, Betanzos, Castillo de los Condes de Lemos, en Chantada, A Coruña, Pontevedra, Quiroga del Sil. También dedicó un interés especial a las ciudades del Camino de Santiago.

El estilo del ferrolano no tiene ni precedentes ni sello español. Se despegó de lo hispano, buscando las raíces en el Norte. Galicia le ofrecía un panorama perfecto para el ideario romántico, y había una simbiosis perfecta en la significación de Galicia y su propia personalidad. Su romántica manera de sentir y concebir la naturaleza, la vida y al hombre mismo estaba en perfecta consonancia con lo que siempre se ha considerado “A Terra Nai, esa especie de depósito intrahistórico de las generaciones de hombres que habitan y han habitado las tierras de Galicia, lo que hizo darle a Murguía la privilegiada categoría de precursor y descubridor de la Galicia permanente y a Filgueira Valverde relacionar su amor por la naturaleza con un Rexurdimento en la pintura.

Siempre se ha destacado de Villaamil su vehemencia a la hora de pintar esos paisajes agrestes, cielos nublados, valles y montañas, pero también señalaron que por encima de todo existía un ingente componente melancólico que teñía sus composiciones de una extraña e infinita añoranza.

No se percataron de que estaban ante ese mal metafísico del espíritu, ese oculto mecanismo geográfico, ese extraño sino o fatum que se desencadena en las almas: la saudade: el norte magnético del itinerario espiritual gallego.

 

 

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