Federico Quevedo-(el confidencial)
El 1 de noviembre de 2011 publique en este diario un post titulado Malos banqueros y políticos nefastos, ¿todos a la cárcel? en el que afirmaba que «si Mariano Rajoy se atreviera a meter en la cárcel a unos cuantos banqueros nada más llegar al Gobierno, la prima de riesgo de España bajaría por lo menos cien puntos«. Bueno, no lo decía yo exactamente, sino que era una frase robada a un amigo a la que yo añadía que, si además de los banqueros entraran en la cárcel unos cuantos políticos de los que se han creído impunes para cometer unas cuantas fechorías, seguramente nuestra prima de riesgo bajaría otros cien puntos más.
Cierto es que la prima de riesgo se mueve por otros criterios bien distintos, pero en el conjunto de matices que hacen que los mercados confíen más o menos en un país como el nuestro, la constatación de que la Justicia, con mayúsculas, es igual para todos y de que el sistema, con mayor o menor acierto, funciona, tiene mucho que ver con la imagen que fuera se tiene de nuestro país. «Era muy necesario que algo así pasara bajo el Gobierno de Mariano Rajoy», me decía el jueves por la noche un importante ministro del Ejecutivo. Independientemente del nombre -daba igual que se tratara de Blesa, de Molto, o de cualquier otro de los cajeros que tienen que responder ante la justicia-, el Gobierno, que no puede actuar de motu propio y está a expensas de las decisiones judiciales como cualquier hijo de vecino, necesitaba que se produjera un hecho tan trascendental como el ocurrido el jueves con el ingreso en prisión de Miguel Blesa para acallar esa idea instalada en el conjunto de la sociedad de que los ladrones de guante blanco, los mismos que nos han llevado a esta crisis, se van de rositas mientras los ciudadanos sufrimos las consecuencias de sus actos.
«Esto tiene una lectura aleccionadora desde el punto de vista social», añadía mi interlocutor. Cierto. En otros países no resulta extraño ver cruzar la puerta de una prisión a un rico y poderoso, pero en este país nuestro sí que estamos poco acostumbrados a esa imagen, con la excepción de Mario Conde. Mi interlocutor, sin embargo, iba más allá en el análisis de lo sucedido con Blesa: «No se trata sólo del ingreso en prisión de un banquero que ha hecho las cosas mal, que ha podido cometer presuntos delitos… Blesa representa algo más que eso, representa una época en la que parecía que todo era posible, esa época en la que, subidos a lomos de un desbordante crecimiento económico fruto de la especulación inmobiliaria, hubo quienes se creyeron impunes para hacerse ricos a costa de los demás».
Eran los años del milagro económico español que lideró José María Aznar, el amigo de Blesa, el presidente del Gobierno que colocó a su amigo al frente de Caja Madrid. El juicio a Blesa es el juicio a una época en la que España acabó mirando al resto del mundo por encima del hombro, pero todo aquel edificio de poder y riqueza que levantamos estaba asentado sobre unos cimientos falsos que enseguida se vinieron abajo, devolviéndonos a la realidad de lo que somos. A la Justicia se la representa con una balanza en una mano y los ojos tapados, símbolo del equilibrio y la igualdad. En España, sin embargo, no siempre ha sido así, y nuestra Justicia ha demostrado sobradamente que no era igual para todos y a eso se agarraron quienes en esa época de falso esplendor económico se aprovecharon de las circunstancias para enriquecerse ilícitamente.
De ahí la importancia que tiene el hecho de que, ahora, Miguel Blesa haya compartido reclusión en Soto del Real con su amigo Díaz Ferrán, a quien desde esa posición de poder y pretendida impunidad le otorgó un trato de favor que la Caja negaba a los clientes normales, a muchos de los cuales, además, engañó con las preferentes. A mí no me gusta la imagen de un hombre aparentemente respetable y de buena posición social entrando en una cárcel… Pero por eso la Justicia es ciega, porque no puede haber diferencia alguna entre quien ha cometido presuntamente un delito desde su despacho lujoso en la última planta de la torre inclinada de la Plaza de Castilla y quien asalta la caja de un supermercado para poder dar de comer a sus hijos. Es más, seguramente el delito del primero es mucho más sangrante y socialmente reprobable que el del segundo, aunque en su ceguera la Justicia se vea en la obligación de castigar a ambos.
Pero a ambos, no sólo al segundo. Por eso lo ocurrido el jueves no sólo debe introducir un elemento de sosiego en una sociedad harta de tanto escándalo político-financiero, sino que también satisface a unos poderes públicos que tienen la responsabilidad de demostrar a esa sociedad que, en efecto, la Justicia es igual para todos y que no habrá trato de favor ni para los amigos de Aznar ni para los yernos del Rey, ni para nadie que haya creído alguna vez que un apellido, un amigo, una boda o un puesto de responsabilidad en la patronal le volvían impune a la acción de la Justicia.
Obviamente, el Gobierno de Mariano Rajoy se ha limitado a manifestar su respeto a las decisiones judiciales, como hace siempre, pero en el fondo ha encontrado en la resolución del juez, fundamentada en un auto demoledor, el alivio que necesitaba para rebajar la presión de la calle y aunque seguramente la prima de riesgo se haya mantenido igual, lo cierto es que nadie podrá reprocharle a este Gobierno haber tenido un trato preferente hacia los amos del capital como sí tuvo, sin embargo, el Gobierno socialista que le precedió.
Y permítanme un apunte final: hay otro despacho en el que sin duda también puede respirarse con un cierto alivio, y es el mismo que ocupara en su día Miguel Blesa. Hoy, desde la presidencia de Bankia, con José Ignacio Goirigolzarri al frente, se está aplicando una gestión profesionalizada de la entidad, y tendrá mucha más razón de ser y estará mucho más justificada esa gestión si a la limpieza financiera que ha llevado a cabo el nuevo equipo gestor se une la limpieza social que ha puesto en marcha la Justicia.