Manuel Molares do Val-(molares@yahoo.es-cronicasbarbaras.es)
En las manifestaciones contra la futura Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) puede asegurarse que estaban los profesores que en los exámenes para obtener plaza en la Comunidad de Madrid escribían “Cordova”,”deriban”, “lleba” “oserbar”, “conduzta”, y contestaban que “el gato es un animal…astuto”, “la serpiente es…peligrosa”, “la gallina es un…mamífero”.
Seguramente no asistieron en igual proporción los que respondieron correctamente a los cuestionarios en la última oposición, a la que se presentaron 14.110 candidatos de toda España, que sólo fueron 1.913, el 14 por ciento.
Aun así, como había plazas, contrataron también como interinos a 3.800 suspensos: ¿qué podrá enseñar la mayoría de esta gente que no sea una ideología enemiga del esfuerzo y amiga del fracaso igualitario?
Si alguien propone que enseñen el esfuerzo y la competitividad que ellos odian, harán huelgas y formarán nuevas “mareas verdes” en las que irán de coleguillas con los alumnos, felices por vaguear en la calle, mejor que en una aula.
La enseñanza en España se ha malogrado. Está a la cola de los 34 países de la OCDE, según los informes PISA.
No culminan la educación básica el 30 por ciento de los alumnos, y en algunas regiones el 40. En otros países es menos de la mitad.
La sociedad debe elegir: seguir así, con parte del profesorado que rechaza ruidosamente que se le evalúe, y que se ampara en mitos igualitaristas para justificar el bajo nivel de sus alumnos-coleguillas, o cambiar hacia un sistema exigente de valoraciones para acercarse a los países que crean riqueza gracias a su alta exigencia educativa.
También se puede imitar a Finlandia, número uno PISA, donde no se examina a los alumnos, como pretende la nueva ley española con las reválidas, sino constantemente a los profesores: allí son una élite cuidadosamente seleccionada; y sus sueldos no son mucho mayores que los españoles, que ya están entre los mejores de Europa.
Las evaluaciones regulares de profesores y alumnos fomentan el esfuerzo, la voluntad y, obligando a estudiar, quizás cambien la imagen internacional de España, según la cual el botellón es la única expresión cultural de sus jóvenes.