El mal estado de la Nación

Gabriel ElorriagaGabriel Elorriaga Fernández– (diario crítico)

No hace muchos días se celebró el llamado Debate del Estado de la Nación y ya parece lejano. Rajoy estuvo mejor que Rubalcaba y poco más. Los grandes sectores populares que forman las mayorías que votaron a estos protagonistas se sienten indiferentes y desvinculados del juego. La estabilidad lograda por la Transición y su arquitectura constitucional se mantiene, sin embargo, con el dilema de dos alternativas de gobierno y no es aún un barullo ingobernable, como cuando las dos efímeras y fracasadas Republicas. Pero da la impresión de que el juego se desarrolla rutinariamente en un campo frio y sin público.

El PSOE no es capaz de beneficiarse del desgaste de un PP soso y cansino y no logra ni retener a sus simpatizantes habituales. «Creo –declaraba el cineasta izquierdista Pedro Almodóvar en reciente entrevista- que la situación deplorable del PSOE, su oposición nefasta, la falta de ideas, es uno de los grandes problemas de este país». La cortedad de su líder ha llegado al extremo de que se haya atrevido a sugerir que su partido pase a llamarse Partido de los Socialistas Europeos, postergando los dos adjetivos que han servido, hasta ahora, para mantener la fidelidad de sus seguidores: Obrero y Español.

Pero tampoco están muy contentos los votantes del PP con las explicaciones casi exclusivamente económicas pero gélidas. No era el tono del depositario de una espectacular mayoría absoluta sino los razonamientos de un tecnócrata, a la manera del italiano Monti que, tras su dimisión está dando la medida que solo le permite ir detrás de un payaso demagogo llamado Grillo. Una reacción tibia y confusa ante el impacto de la corrupción y un silencio inquietante sobre nombres sospechosos y promesas incumplidas o aplazadas que no se compensan con algunos pronósticos menos malos o moderadamente mejores. No solo de economía vive el hombre y las grandes clases medias, base de la mayoría popular, no son un público propicio a contentarse con fórmulas de ingeniería financiera  mientras padecen un proceso de degradación social y cultural.

Sucede que, manteniéndose los andamios de una bipolarización estable de la sociedad española, el vaciado sicológico de los grandes partidos burocráticamente sobredimensionados está debilitando la confianza en sus aparatos y, como consecuencia, poniendo en cuestión un sistema que, durante décadas, ha permitido a los españoles disfrutar de una libertad sin riesgos. Los mascarones de proa de los grandes partidos aparecen corroídos y no por razones de edad sino de estilo. Rajoy parece sentado bajo lo que Luis María Ansón llamó espada de Damocles por no decir espada de Bárcenas. Dijo que España no es la nación más corrupta, dando la impresión de que se resigna con gobernar una nación solo «corruptita». Rubalcaba, ante uno de los más graves problemas del momento, se encontró con que un tal Pedro Navarro, al parecer dirigente de la parroquia socialista en Cataluña -único territorio, junto con Andalucía, donde aún podría ejercer alguna influencia si sus compañeros lo dejasen- este Pedro Navarro aprovechó la tribuna para pedir la abdicación del Rey y una nueva Constitución federal. Pero en ningún lado se vieron síntomas de conciencia del mal estado general de la política y de la exigencia de acuerdo para depurarla, renovarla y librarse de las penumbras que alejan a los actuales iconos del aprecio popular y de los sentimientos nacionales.

Al Partido Popular, como actual gobernante, le corresponde mayor carga de responsabilidad en esta coyuntura, ya que tiene unas facultades ejecutivas potenciadas por el respaldo de una mayoría absoluta, por ahora irreversible, durante un periodo de tiempo políticamente largo si no se producen circunstancias anómalas. Una de las confesiones latentes en el tono de ambos líderes es que a Rajoy no le «interesa» la dimisión de Rubalcaba ni a Rubalcaba le «interesa» la dimisión de Rajoy, aunque la pida con una boca cada vez más pequeñita. Para Rajoy, Rubalcaba es una oposición sin capacidad de alternativa ni expectativa de futuro. Para Rubalcaba, Rajoy es un presidente con flancos fácilmente criticables y un contrincante de reflejos lentos. El problema es si son ellos los que están dejando de «interesar» a los votantes de uno y otro lado y si es sostenible la continuidad indefinida de una rutina anquilosada durante tres años, sin actualización ni regeneración. Rajoy y Rubalcaba se presentan como discutibles supervivientes del debate de una nación en mal estado pero no como esperanzas de futuro. Esto es lo que se llama un bloqueo político. El mal estado de la nación necesita un desbloqueo de ideas y personal, dentro de la legalidad constitucional y con el respeto a las bases mayoritarias

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