Federico Quevedo-(el confidencial)
A principios del pasado mes de enero el ex tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas se encontraba esquiando en Baqueira Beret. Allí, auspiciado por su íntimo amigo Jorge Trías Sagnier, tuvo lugar una reunión en la que, según mis fuentes, se dieron cita los dos personajes mencionados con gente de Convergencia i Unió y, según otras fuentes, también con alguien del diario El País. En esas fechas, Bárcenas, que hasta ese momento todavía confiaba en que la causa abierta contra el por el ‘caso Gürtel’ pudiera acabar en archivo por falta de pruebas en unos casos y por prescripción en otros -de ahí que ya hubiera aflorado casi 11 millones de euros en la amnistía fiscal a través de testaferros-, ya sabía que el juez había encontrado sus cuentas en Suiza -se lo habían advertido de su propio banco- y estaba siguiendo el rastro de su procedencia, por lo que se temió que lejos de escaparse de la acción de la Justicia se iba a ver enfrentado de lleno a ella.
En su partido, donde a pesar de lo que se diga ya no encontraba ninguna interlocución, le habían abandonado a su suerte, por lo que el único arma que le quedaba para intentar eludir o, al menos, atenuar la acción de la justicia era el recurso del chantaje. Él tenía -y tiene- información, y la información es poder. Solo necesitaba manejarla astutamente y encontrar los altavoces oportunos. Y los encontró en una confluencia de intereses de diversa procedencia y un único objetivo: Mariano Rajoy. Lo que estamos viviendo desde que el jueves el diario El País publicara los extractos perfectamente elegidos de las anotaciones de Bárcenas hechas a mano en una supuesta contabilidad paralela, no es otra cosa que una campaña brutal de acoso al Partido Popular como no se había diseñado jamás en nuestro país. Con un agravante: es tal el grado de descrédito que ahora mismo atesora la clase política española, que difícilmente la sociedad puede atender un razonamiento mínimamente objetivo sobre lo que esta viviendo porque ya nadie se cree nada de lo que digan los políticos.
Y eso, no solo no beneficia a nadie, sino que destruye la raíz de nuestro sistema político que se fundamentaba en la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes elegidos por ellos. Y quien o quienes pusieron en marcha esta operación de acoso a Rajoy y su Gobierno eran plenamente conscientes de que contaban con un caldo de cultivo lo suficientemente maduro como para lanzar una bomba de este calibre y que tuviera un efecto devastador, y eso a pesar de que la bomba estuviera cargada con pólvora mojada. Miren, sé que escribir esto me va a costar la habitual letanía de insultos y descalificaciones, pero lo digo como lo siento: no me creo, ni de lejos, que Mariano Rajoy, o María Dolores de Cospedal y otros que salen retratados en esas anotaciones de Bárcenas hayan cometido irregularidad alguna o se hayan lucrado ilegalmente con dinero de dudosa procedencia.
Un disfraz para el delito
Hasta ahora, el único que sí sabemos que se lucró indebidamente es un señor llamado Luis Bárcenas, y como muchos nos preguntamos cómo era posible que durante tanto tiempo atesorara millones sin que nadie se diera cuenta, ahora puede ser que tengamos delante al menos una parte de la explicación, y que lo que hoy vemos como apuntes señalando a dirigentes del PP como receptores de cantidades aparentemente injustificables, no sea más que el disfraz que el propio Bárcenas utilizó para esconder sus propios delitos. ¿Quién sale beneficiado con todo esto? La lista es larga, pero ¿es casualidad que todo esto comenzara con una filtración hecha por Esperanza Aguirre al diario El Mundo que encendió la mecha que hizo estallar este jueves la bomba lanzada por El País? A lo mejor sí, pero no me lo creo. Uno lleva años, muchos, en esto como para que el olfato no le llame la atención sobre tanta casualidad.
Y no es que los dos diarios citados se hayan puesto de acuerdo… En absoluto. No al menos voluntariamente, pero los dos han sido astutamente utilizados por terceros que han contado con la animadversión que suscita Rajoy tanto en el despacho de Pedrojota como en la línea editorial de un diario que ha hecho de la guerra contra el centro derecha su razón de ser. Y en ambos casos el sentido último de su particular modo de entender el periodismo no es otro que el control a distancia del poder y los pingües beneficios que eso reporta, y más en un momento crítico para la supervivencia de ambos periódicos. ¡Asco me dan! Los dos, cortados por el mismo patrón, y ambos dispuestos a poner patas arriba el sistema a cambio de no se que plato de lentejas, jugándose el poder en una extraordinaria partida de poker en la que vamos a perder todos y, aunque no lo crean, también ellos.
Y están consiguiendo su propósito. Al PP se le han puesto las cosas muy cuesta arriba. Sin duda, la única manera de atenuar a corto plazo el daño que todo esto está causando en sus propias filas y ya no digamos fuera de ellas, es un ejercicio singular de trasparencia, un streaptease en toda regla en el que nos enteremos hasta del color, la talla y la forma de la ropa interior de Rajoy y del resto de sus compañeros/as de partido. Tienen que enseñarnos hasta lo que se han gastado en chuches. Y no será suficiente. El PP tiene que ir más lejos que nadie, y después de lo ocurrido ya no vale un pacto, sino que tiene que ser el propio Gobierno el que impulse de partida un proyecto de regeneración democrática de tal calibre que a ningún otro partido político le quede otra alternativa más que la de sumarse al mismo o seguir bajo sospecha. O eso, o nos vamos dando por muertos, no físicamente, pero si al menos como sujetos de una democracia en peligro de extinción a manos de unos enemigos dispuestos a cualquier cosa con tal de salvarse de su propia destrucción.