Fernando Armada, almirante en AD.
Hemos dejado atrás un 2012 terrible por muchos conceptos, que anticipan este 2013 igualmente difícil. Aunque este nuevo año tiene dentro de sí el nº 13, tradicionalmente el de la mala suerte, prefiero mirarlo con esperanza, con la esperanza de que rompa el maleficio que se le atribuye y de que, a lo largo de él, la crisis económica toque suelo y empiece a mejorar aunque sea ligera y lentamente.
Los presupuestos de este año para Defensa, y para la Armada en particular, presentan una nueva bajada que, acumulada a la de los años anteriores, obligará a verdaderos esfuerzos y equilibrios para mantener las actividades operativas imprescindibles y los estándares mínimos de preparación de la fuerza existente mientras se ponen las bases de la fuerza del futuro. Dentro de esos esfuerzos y equilibrios, el acuerdo con la Marina australiana para cederles operativamente durante un año el «Cantabria», a cambio de que corra con los gastos derivados de su operación, es una fórmula imaginativa de mantener alistado un barco al mínimo precio, dando por hecho que, junto con esos aspectos y los del posible impacto industrial, se han ponderado los aspectos estratégico-operativos de esa cesión temporal.
Leía hace poco las declaraciones del AJEMA en la RED donde expone, con entusiasmo y orgullo por lo conseguido hasta ahora y por la categoría de los hombres de la Armada, cuáles son sus proyectos de futuro, en una mezcla de rigor intelectual, posibilismo y esperanza, y dentro de una línea de continuidad con el pasado inmediato: son las F-110, la segunda serie de BAM, los UAV, los S-80, los helicópteros navales, los VAMTAC para la IM, en una síntesis no completa y poco precisa, obligada por las características de la entrevista.
Acabo de leer también las recientemente promulgadas «Líneas Generales de la Armada 2012», marcadas como es lógico por la crisis económica y con las que ya se puede concretar y matizar algo más. En ellas, tras establecer el alistamiento de la Fuerza Naval, la Flota, como fin último de la actividad de la Armada y el factor humano como pieza clave para ello, se esbozan las líneas de actuación en la gestión eficiente de los recursos, las adaptaciones necesarias en infraestructuras y organización en el ámbito más amplio de las FAS en su conjunto y las futuras adquisiciones que permitirán conformar la Flota del futuro, todo ello acompañado de un intento estructurado de dar a conocer a la sociedad española la actividad de la Armada.
Refiriéndonos a la Flota del futuro, son 5 las fragatas F-110 que aparecen en el horizonte, con lo que el 10 (a la baja) parece ser el nuevo número «mágico» (5 F-100 más 5 F-110) frente a las 15 fragatas de no hace mucho tiempo u otros números más elevados sólo reales sobre el papel. Los 5 nuevos BAM ya están aprobados aunque esperando financiación. Los VAMTAC (sin número especificado) son la continuación de planes anteriores. Los S-80 siguen su andadura, ralentizados por la crisis, y parecen consolidar en el horizonte el nuevo número de 4 submarinos, frente a los 8 que hemos disfrutado en el pasado inmediato. Los 6 helicópteros SH-60F representan una transición económica (mismo modelo básico que otros helicópteros ya existentes en la Armada) hasta la llegada de la versión naval del NH-90, o el que se defina. Los UAV (en número de 10) son la incorporación obligada de un instrumento que ha demostrado su utilidad y potencialidad operativas y al que la necesidad de operar desde una plataforma naval le añade complejidad.
El medio plazo, bajo los efectos de la crisis económica, no da para más, aunque no es poco. Es de esperar que, en este plazo, la situación empezará a despejar y, ya en la senda del crecimiento que todos deseamos, puedan empezar a acometerse no sólo estos proyectos sino otros que se quedan en el tintero (el relevo de los Harrier habrá que planteárselo en un horizonte no demasiado lejano).
Hemos hablado del futuro, al que hay que mirar con confianza y esperanza, pero detrás han quedado una serie de acontecimientos que producen cuando menos un sentimiento de nostalgia o tristeza. A lo largo del año pasado y de los anteriores, se han producido bajas de unidades, que la crisis ha podido acelerar. Algunas importantes, la última la del «Pizarro», prevista con la llegada del «Juan Carlos I» aunque no por ello menos sensible.
Pero, sobre todo, la intuida hace tiempo y anunciada hace poco, baja del «Príncipe de Asturias», que se materializará en breve. Esta sí representa un hito triste, provocado por la crisis. Durante su etapa operativa, ha sido el buque de referencia (la «joya de la corona», junto con su, desde otro punto de vista par, el «J. S. de Elcano»), que podía medirse con ventaja frente a buques similares y daba a España un estatus privilegiado entre las marinas europeas. Con su baja, la Armada mantiene la capacidad de operar con aviones de ala fija, asegurada por el polivalente «Juan Carlos I», pero pierde un portaaviones puro. Junto a los sentimientos profesionales de resignación, nostalgia y orgullo, me asaltan otros personales ligados a mi vida en activo, muy relacionados con el buque que ahora nos dice adiós y en el que hice mi última navegación antes de pasar a la Reserva. Nada me gustaría más que triunfaran posibles iniciativas para darle otro destino distinto al del desguace, pero experiencias anteriores con otros barcos no auguran el éxito.
Y, puesto que hablamos de estos dos grandes buques, me asaltan otros sentimientos de tristeza, asombro y, en cierto modo, preocupación. El «Príncipe de Asturias» recibió en 1989 la bandera de combate en Barcelona, como también lo hizo en su día el «Dédalo», además de otros buques. Pero la entrega de la bandera de combate al «Juan Carlos I», prevista también en Barcelona inicialmente el año pasado, ha sido pospuesta y tal vez anulada por «razones económicas» fácilmente interpretables a la vista de la deriva independentista emprendida en Cataluña. Barcelona siempre ha sido un puerto atractivo y acogedor para nuestros buques y la Armada ha mantenido siempre una especial relación con ella. Es una pena que ahora esa relación quede enturbiada por motivos poco justificables.
En fin, de todos esos sentimientos, me quedo con el orgullo de lo que han representado los buques a los que ahora despedimos («Bravo Zulú» para ellos), con la confianza que me proporciona la calidad de nuestra gente y, mirando al futuro, con la esperanza de que este año podamos hablar del inicio de la recuperación económica, de que los proyectos de la Armada empiecen a tomar cuerpo (disponer de financiación para los nuevos BAM sería una buena señal) y, sobre todo, de que acertemos a contrarrestar la deriva emprendida y así, esa realidad histórica que constituye España, a la que me honro de pertenecer, consiga enmendar el rumbo adecuadamente.