La impresión general es que algo huele a podrido en… todos los sitios. Mientras tanto, algunos reclaman la bandera de la honradez para sí y piden que los culpables paguen sus pecados.
(J.R. Pin Arboledas/Profesor del IESE).-Semana terrible la que acabamos de pasar en los medios de comunicación respecto a la corrupción en la financiación de los partidos. Los escándalos de un lado se tapan con los del otro. Los ciudadanos contemplan con estupefacción las noticias. La impresión general es que algo huele a podrido en… todos los sitios. Mientras tanto, algunos reclaman la bandera de la honradez para sí y piden que los culpables paguen sus pecados.
La corrupción en España se asemeja a un cáncer en metástasis. Se extiende como la mancha de aceite y contamina todo aquello por donde pasa ¿Cómo se llega a estos niveles? ¿Es que el ser humano es incapaz de resistirse al enriquecimiento ilícito? Los mecanismos para corromper son sencillos y complejos a la vez. Tienen en cuenta la ambición personal y cuentan con el adormecimiento de la conciencia.
¡Anda! Descubre el administrador: ¡Soy Corrupto!
No creo que el general de los mortales vaya a la política o el servicio público con el ánimo de ser corrupto. Es de suponer la existencia de ideales para este oficio. Al menos en sus inicios. Por tanto, el mecanismo de adormecimiento de la conciencia debe ser paulatino. Al principio de la democracia española no había ley de financiación de Partidos Políticos. Valía cualquier mecanismo de recaudación y no era necesario justificar el origen de los fondos. Eso creó costumbres laxas.
Cuando se fijaron los límites y los orígenes de las donaciones a los partidos por ley, alguna de las prácticas, usuales hasta entonces, pasaron a ser ilegales. Si no se cortó por lo sano, lo que era muy difícil dada la dinámica de gastos, los recaudadores pasaron a la ilegalidad de repente. Descubrieron, de la noche a la mañana, que eran ilegales. No fueron capaces de frenar sus usos y se fueron pringando cada vez más.
Cómo había que tener una contabilidad oficial y otra “negra” se separaron físicamente. Cuentas separadas y, en algún caso, el dinero de la cuenta extraoficial pasó a guardarse en billetes, contantes y sonantes. El responsable de este segundo flujo de líquido quedó fuera del control oficial, de la auditoría de cuentas. Lo manejaba una persona, o a lo sumo dos, que hacían y deshacían a su criterio.
Al extranjero y la apropiación psicológica
En un momento determinado el volumen de las “operaciones especiales” aconsejó transferirlas a un banco extranjero, suizo u otro paraíso fiscal. Era imposible y peligroso mantenerlas físicamente en cajas de seguridad. Para eso hubo que crear titulares de las cuentas. Fueron los que las manejaban hasta entonces directamente o a través de empresas fiduciarias.
El control de sus actividades se difuminó aún más. De hecho el proceso psicológico de apropiación de los fondos se consolidó. Nadie podía reclamar esos fondos. Hubiera sido reconocer una ilegalidad. En realidad parecían haberse regalado. Puesto que nadie los pedía, el administrador los consideró de su propiedad. Además, en el fondo, pensó: es el pago a los servicios prestados.
Es muy difícil no dejar rastros en estas circunstancias, que conoce mucha gente. Los enemigos externos e internos filtran datos, rumores, insinuaciones… que despiertan a la Justicia. Una vez su maquinaria se pone en marcha, ya no para.
Un buen día ese administrador se levantó por la mañana leyó el periódico y se llevó una sorpresa: ¡Anda! ¡Si soy corrupto! Todos los que antes le daban palmaditas en la espalda huían de él como de la peste y su vida personal se convirtió en un infierno.
¿Defensa o venganza?
Ante las presiones a que se ve sometido el administrador, cuando la justicia empieza a apretar, se queja de la ingratitud de los que antes le daban abrazos y recibían sus “regalos”. Su astucia le aconseja acumular toda la información posible sobre ellos para defensa. La amenaza de difundirla se convierte en una baza para evitar males mayores. Cree que sus “antiguos amigos”, algunos en el poder, le van a atenuar, incluso a exonerar, de sus culpas; aunque sea solo por temor a la información retenida.
Pero la justicia sigue inexorable y no para. Ante su presión, la amargura del protagonista de la historia transforma la defensa en deseos de venganza. La información fluye y arrastra a su paso a culpables e inocentes.
No hay pruebas de que la historia sea así, pero es muy verosímil.