Mensaje del obispo de Mondoñedo-Ferrol con motivo de la festividad de la Virgen de la Merced.
«El día de la Merced (24 de septiembre) es ocasión para volver nuestra mirada hacia la cárcel. Muchas veces miramos este lugar con desprecio, frialdad, sed de venganza, movidos por la idea de la “mano dura”. Nuestra mirada es distante, ausente de afecto. Pero esta no es la mirada de Cristo y de los que queremos ser sus seguidores. La mirada de Jesús siempre transforma y mira al pecador con misericordia. Hoy te invito a cambiar esta mirada y a hacer nuestras las palabras de la Escritura que, en la Carta a los Hebreos, nos exhorta: “Acordaos de los presos como si estuvieseis presos como ellos”.
Miguel de Cervantes, que también estuvo en la cárcel, decía bella pero dramáticamente que “es el lugar donde toda incomodidad tiene su asiento”. Por su parte, el poeta Miguel Hernández escribía que la cárcel “es la fábrica del llanto”. Y, sin duda, las prisiones están marcadas por el dolor. El llanto de las personas encarceladas que anhelan su libertad y repasan su pasado y su futuro constantemente; el llanto de las familias que quedan señaladas y estigmatizadas; el llanto de las víctimas que buscan justicia; el llanto de los voluntarios que escuchan y acogen el dolor. Mi última visita a un centro penitenciario también estuvo envuelta por las lágrimas.
A veces la imagen que tenemos de la cárcel está distorsionada y condicionada por las películas o por los delitos más mediáticos. Y eso nos hace olvidar que, la gran mayoría de la población reclusa está compuesta especialmente por los pobres, los descartados de la sociedad, los que en la vida han tenido pocas oportunidades, los fracasados, las personas aparentemente sin esperanza, sin futuro. Las cárceles están llenas de personas con enfermedades mentales cuya condición, lejos de curarse, se agrava en este entorno.
Estamos en el Año Jubilar de la Esperanza. Y uno se pregunta: ¿puede haber esperanza en la cárcel? ¿Tiene cabida esta virtud entre los barrotes de una prisión? La respuesta es sí, quizás más que en ningún otro lugar. Pero la esperanza florecerá mejor si practicamos una justicia con misericordia y si la pena en prisión, lejos de ser un apartamiento, encierro o venganza, se convierte en un tiempo de redención que derive en una sana reinserción. Por eso, su esperanza también está en nuestras manos. Debemos trabajar por una justicia más misericordiosa, por la justicia restaurativa y por otras penas alternativas a la prisión.
Luchemos por una sociedad más acogedora que sepa integrar tras la cárcel, por acompañar a las familias y generar medios y personal voluntario y profesional preparado que acompañe los procesos de reinserción de las personas privadas de libertad…
Sin duda hay mucha esperanza en la cárcel. La que cada persona privada de libertad tiene de salir afuera con actitud diferente, asumiendo el dolor provocado y esperando un cambio de vida con nuevas oportunidades. Así lo he vivido en cada uno de los Caminos de Santiago en los que he participado con los presos de Teixeiro. La esperanza en tantas plegarias y oraciones llenas de ternura en la capilla y en las celebraciones, por las familias y por sus seres queridos.
La esperanza de tantos gestos humanitarios que, en medio de la dificultad estructural evidente, también tienen lugar en la cárcel. Así lo he visto personalmente en detalles concretos: cuando te piden que vayas a saludar a una persona que atraviesa momentos difíciles, o en signos de cercanía que entre ellos mismos se tienen… “Aquí hay mucha humanidad”, me decía recientemente una persona en la cárcel. Desde mi experiencia particular reconozco que hacer realidad la invitación del Maestro “estuve en la cárcel y vinisteis a verme” me ha hecho mucho bien, por lo que doy gracias a Dios.
El papa Francisco, en la bula de convocatoria del Año Jubilar, se fijaba especialmente en los presos y solicitaba que, como Iglesia y como sociedad, en este año de gracia que es el jubileo, los tuviéramos más presentes y buscáramos signos tangibles de esperanza para ellos, que viven situaciones de penuria, dureza en la reclusión y vacío afectivo. E invitaba a todos los creyentes a reclamar “con valentía condiciones dignas para los reclusos, respeto de los derechos humanos y sobre todo la abolición de la pena de muerte, recurso que para la fe cristiana es inadmisible y aniquila toda esperanza de perdón y de renovación”.
Mi felicitación y agradecimiento a los voluntarios de pastoral penitenciaria por su trabajo y también a los funcionarios de los centros penitenciarios, en este día, por su labor: seguid siendo esperanza para las personas que os han sido encomendadas.
Que la Virgen de la Merced sea refugio y modelo de misericordia para todos».
Fernando García Cadiñanos
Obispo de Mondoñedo-Ferrol