Rabia contenida frente al silencio oficial de este Centenario
Hoy es 8 de septiembre. Hoy, exactamente hace 100 años, nuestros soldados desembarcaban en la playa de Ixdain, en las proximidades de la bahía de Alhucemas (Marruecos), en una arriesgadísima operación anfibia combinada, con apoyo aeronaval, que marcaría el principio del fin de la guerra del Rif y de Abd-el-Krim, devolviendo al territorio la paz, y por ende, la presencia y autoridad del Sultán.
En la Conferencia de Algeciras, celebrada en la ciudad gaditana entre el enero y mayo de 1906, se intentó zanjar el grave enfrentamiento ocurrido entre Francia y Alemania, por el acercamiento de esta última a los intereses marroquíes. La gran mayoría de los países representados en la Conferencia, tomaron la decisión de crear un protectorado en dicho territorio; el norte se confiaría a España y el sur, a Francia, dejando ausentes los crecientes intereses del Kaiser en la zona.

El 30 de marzo de 1912, meses después de producirse una revuelta contra el Sultán, se firmó en Fez un tratado entre Francia y Marruecos para la organización efectiva del protectorado francés en el imperio Xerifiano, acuerdo que permanecería en vigor casi 44 años, hasta el 2 de marzo de 1956, por el que se transferían algunas de las atribuciones del propio sultán al representante galo, denominado Residente General, tanto de política interior como exterior.
En noviembre de ese mismo año, España firmaría con Francia un tratado por el que se delimitaban las zonas, al norte y sur de Marruecos, que serían de responsabilidad de nuestro país en dicho protectorado. Centrémonos en la zona norte: los llamados territorios del Rif, Yebala y Gomara.

El norte de Marruecos es agreste y montañoso, en el que entonces dominaban cabilas guerreras que cuestionaban el dominio político de la autoridad del Sultán y se oponían a la presencia de España como potencia «protectora».
Sucesivos conflictos bélicos desde 1909, desangraban al ejército y ponían en apuros la política española en el territorio y en la metrópoli, con actuaciones unas veces contundentes y otras pusilánimes y claudicantes, que desconcertaban por igual al enemigo y a los propios militares hispanos, y que condujeron inexorablemente al conocido como «Desastre de Annual», en julio de 1921, cuando se derrumbó el operativo desplegado desde la
Comandancia General de Melilla, amenazando la suerte de la propia ciudad, que fue salvada in extremis por una Bandera de La Legión al mando de Franco, enviada por mar desde Ceuta.
El desembarco de Alhucemas
Tras cuatro años de reconquista del territorio y de replanteamiento de la situación, el general Miguel Primo de Rivera, que había dado un golpe de estado en septiembre de 1923, y que gobernaba –con la aquiescencia del rey Alfonso XIII– con un Directorio Militar, propuso realizar un desembarco en la zona de Alhucemas, muy cerca de Axdir, la capital de la autodenominada República del Rif, para iniciar la reconquista y pacificación del territorio.
Con el apoyo de Francia, que también sufría en su zona del protectorado los embates de las cabilas rifeñas, Primo de Rivera encargó al general Gómez Jordana el estudio y la planificación de la operación conjunta y combinada, que hasta entonces, las pocas veces que se había intentado en otros escenarios y conflictos, nunca había tenido éxito.

Con varios retrasos y ligeros problemas iniciales, que no desvirtuaron ni restaron eficacia a la operación, el que se conocería desde entonces como «Desembarco de Alhucemas» se iniciaba a media mañana del 8 de septiembre de 1925 frente a la playa de la Cebadilla, cuando los legionarios de la 6ª Bandera, junto a otras tropas de vanguardia de la primera columna de la Brigada Saro, al mando del coronel Francisco Franco, saltaban de los lanchones de desembarco «K» a unos metros de la orilla, con los fusiles en alto y el agua hasta el cuello, y alcanzaban las primeras posiciones de la cabeza de playa en Ixdain.
En pocos días los más de 18.000 soldados españoles que se habían agrupado en la División de desembarco a las órdenes del general Sanjurjo, con fuerzas de infantería, artillería, caballería, ingenieros, intendencia y sanidad, estaban desplegados, combatiendo, y en poco más de un mes alcanzaban la capital de la República rifeña, de
donde ya había huido el líder Abd-el -Krim.
Pero no sólo fueron militares «de tierra», los que protagonizaron esta hazaña, los marinos, con la Escuadra de Instrucción y las Fuerzas Navales del Norte de África, amén de unidades mercantes de transporte y buques hospital, fueron cruciales en el engranaje del desembarco, llevando y protegiendo a la fuerza terrestre que pondría pie en el terreno a conquistar. Y qué decir de los aviadores del Ejército y la Armada, volando desde antes de la operación, fotografiando los emplazamientos de las fuerzas rifeñas, bombardeando piezas de artillería y nidos de ametralladoras y apoyando desde el aire la gran operación militar. Tampoco hemos de olvidar a las fuerzas navales y aéreas francesas, que colaboraron con las españolas a tan importante operación, sellando el compromiso de acabar con la rebelión rifeña por parte de ambos países.
Cien años han pasado desde entonces. Y hoy, fecha emblemática y efemérides de aquel hecho crucial en la historia de España, ninguno de aquellos 18.000 valientes soldados tendrá el recuerdo y el cariño del Ministerio de Defensa del Reino de España.
Desde instancias oficiales se ha prohibido cualquier tipo de celebración, recuerdo u homenaje, constituyendo tamaña vileza un eslabón más en la cadena de gestas históricas silenciadas y eliminadas de la memoria colectiva por la aplicación de una política rastrera y cobarde. Los más de 1500 soldados muertos en la operación de
Alhucemas, entre septiembre y octubre de 1925, se revuelven en sus tumbas, testigos mudos de la ignominia, con el silencio cómplice de los que deberían romper una lanza en honor a los que les precedieron en el servicio de las armas.
Pocos países se comportan de forma tan miserable con los que lo han dado todo –hasta su propia vida– en beneficio e interés de su Patria.
Sirvan estas líneas como recuerdo sincero y homenaje a aquellos soldados.