Gabriel Elorriaga F. Ex diputado y ex senador
El hombre no puede renunciar a su defensa como ser libre dentro de un marco seguro y estable. Un pueblo que pretenda mantener su identidad colectiva necesita como medio imprescindible una política de defensa capaz de activarse regularmente en casos de guerra o catástrofe en el grado que sea preciso. Se sospechaba que Pedro Sánchez no tenía esto claro sin necesidad de que todos los españoles visionaran la fuga de Paiporta, dejando a los Reyes en la estacada. La anécdota no pudo ser más simbólica. Lo que fue más que simbólico fue la campaña de propaganda para provocar que la ingenuidad, inexperiencia y torpeza de unos modestos políticos de dimensión regional cargasen aparentemente con las responsabilidades territoriales para que pudiera escapar el “número uno” de su obligación de declarar un Estado de Emergencia.
El presidente seguía con su agenda de ridículos viajes ecologistas mientras la segunda vuelta de la DANA enfangaba Andalucía y mientras los planes hidráulicos seguían al pairo. Como también seguía al pairo el jefe del Estado Mayor de la Defensa y su equipo demostrándose una concepción caótica de la naturaleza de la estructura militar y su capacidad operativa por parte de quienes ostentaban el mando político. Asusta pensar en esta incapacidad del presidente si se produjese una agresión bélica con este desprecio hacia las Fuerzas Armadas, reducidas a papeles benéficos como los bomberos o los voluntarios de la Cruz Roja, sin otra coordinación que el inefable general de la UME.
La falta de escrúpulos del presidente del Gobierno huyendo de sus irrenunciables responsabilidades de liderazgo fue peor que la fuga cobarde de Paiporta. Escabullirse de un deber difícil y arriesgado para después presentarse como un bondadoso donante de favores contabilizados en millones de euros, quizá para comprometerlos como escudo en los próximos Presupuestos Generales es una infamia y a la vez el encubrimiento de que no existía una política de defensa unitaria como si España fuese un Estado fallido y no un miembro de la OTAN.
Nunca hubiese habido confrontación política si hubiese sido declarada una emergencia nacional del máximo nivel en nombre de la defensa nacional, basada en el consenso y no en un Gobierno cuyas propias vicepresidentas Teresa Ribera y Yolanda Díaz jugaban a un ecologismo de pacotilla y el presidente ofrecía socorros entre viajes sin aportar un elemento mínimo de liderazgo sicológico a la admirable solidaridad espontánea de un pueblo más sensible que los políticos para ayudar a los más afectados.
De nada han valido los parches y propósitos de reconstrucción de Carlos Mazón y su falta de autocrítica porque la tragedia valenciana desbordaba sus atribuciones. Ni la coordinación de los medios estatales ni la futura planificación de los proyectos hidráulicos están en sus manos. Es meritorio que se atreviese a dar la cara pero su gesto solo sirve para distraer al personal de la actuación de aquel más alto que descuidó su deber de atender una emergencia nacional. Mazón contribuye, sin proponérselo, a distraer al público de las ausencias de Sánchez.