Enrique Barrera Beitia
Si soltamos un péndulo, oscilará de lado a lado hasta quedarse quieto en el lugar equidistante: es decir, habrá un proceso de acción-reacción o de tesis-antítesis, con amplias posibilidades de una síntesis final.
También sabemos que como especie humana, las mujeres y los hombres estamos conectados emocionalmente y libramos una guerra, de baja intensidad en la mayoría de los casos, para que la relación se sitúe en el mejor equilibrio posible para nuestras respectivas áreas de confort.
El feminismo batalló sucesivamente por el derecho a votar, por el acceso laboral para ser económicamente
independientes, por el control reproductivo a través de los anticonceptivos, por compartir el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, y más recientemente por erradicar la violencia machista. En España hemos quitado capas de cebolla aceleradamente, y cuando parecía que asumíamos los cambios, ha surgido una poderosa reacción con altas dosis de misoginia, que califica a las asociaciones contra el maltrato machista como chiringuitos que persiguen a los hombres por ser hombres y que no dejan a las mujeres ser mujeres; desde su óptica la violencia machista es simplemente violencia intrafamiliar.
Esto es lógico y era de esperar, porque tantos avances feministas necesariamente tenían que provocar una crisis de identidad en parte de la población masculina. Esta reacción se beneficia de que en todo movimiento hay excesos y basta recopilarlos para presentarlos como un cuerpo doctrinal que busca humillar a los hombres, y ha encontrado munición en una preocupante escisión dentro del feminismo. Se trata del denominado movimiento woke, que más allá de los derechos de los transexuales ha introducido el concepto de autodeterminación de género provocando una enorme irritación en el feminismo tradicional, porque es evidente que aunque un hombre pueda sentirse mujer sigue siendo biológicamente un hombre. El abuso de la “Ley Trans”, lo vemos en casos contados pero muy llamativos, como un suboficial de las fuerzas armadas que se acoge a la autodeterminación de género y a renglón seguido se declara “lesbiano”.
Cuestión distinta es la polémica surgida con la popularmente conocida ley del «sólo sí es sí«, que siendo manifiestamente mejorable es presentada torticeramente por la oposición, porque es verdad que los violadores pasarán menos tiempo en prisión, pero no es menos verdad que con esta ley hay más violadores en la cárcel, y resulta absurdo debatir sobre qué es preferible para la sociedad, que haya en prisión 100 violadores con una media de ocho años de pena cada uno, o que haya 120 violadores con unapena promedio de siete años. Doy estas cifras porque en 2019, año previo a la pandemia, fueron encarcelados por violación 2.709 individuosa a finales de 2023 se aprobaron los cambios legislativos, y en 2023 ingresaron en las cárceles 3.196 condenados por este delito.
El caso es que hay mujeres que comparten esta reacción antifeminista. Consideran que la idea del patriarcado es una interpretación tendenciosa, y que la igualdad es antinatural porque masculiniza a lamujer y afemina al hombre. Dicen que no son feministas sino femeninas y mayoritariamente tienen fuertes creencias religiosas, y en caso de militar políticamente, lo hacen en organizaciones de extrema derecha.