Javier Cámara-(Jefe de área de El Imparcial)
Sólo a los amigos del pensamiento único, de lo políticamente correcto, a los representantes del independentismo más radical y a la progresía más ’cool’ de este país enfermo de complejo de inferioridad les ha sorprendido que un ministro busque el interés de aquello que representa: España.
De la misma manera que la consejera de Educación en el Gobierno catalán defiende lo que considera que entra dentro de sus competencias, el ministro de Educación ha decidido poner al día un departamento que lleva años sin cuidar el molesto, controvertido, espinoso y farragoso asunto de las enseñanzas comunes.
Con la excusa de no herir sensibilidades, ha existido una dejación de funciones cuyos resultados sufrimos ahora. No es mal plan que el máximo responsable de la buena educación de un país intente que primen unos conocimientos básicos para todos los estudiantes de ese mismo país. Pero, ¡ay!, el problema en España es precisamente eso, decir España.
No sé si es mucho pedir que se revise el significado de la palabra “españolizar”. Según la RAE es “dar carácter español”. Y esto es lo que molesta. Los insultos y descalificaciones posteriores a la intención del ministro José Ignacio Wert de “españolizar a los alumnos catalanes” son la reacción desmedida de responsables políticos, moderadores de opinión y generadores de pensamiento a los que disgusta la idea de que algo “tome carácter español o forma española”.
Y digo yo: ¿Qué categoría tiene un país en el que no se puede presentar la opción más obvia porque molesta a un ala extremista? ¿Qué se esperaba de un ministro español de Educación? ¿Qué tiene que decir Wert, que no quiere españolizar y que catalanizar está bien? ¿Cuándo saldrá la ciudadanía española de esa idea de que llevar una camiseta con la bandera de España o los colores españoles o de hablar del amor por España no significa ser un facha retrógrado que lleva a épocas franquistas?
Mientras en España sea un problema decir España, español, españolizar o españolista no se podrá avanzar en un verdadero y no viciado debate sobre el modelo de Estado. Pero es que un país que vive anclado todavía en los viejos clichés de izquierdas contra derechas, de rojos contra fachas, de clase trabajadora contra empresarios —como si no hubiera currantes que tienen su empresa— y en el que no se escucha la opinión de nadie porque ya existe una postura preconcebida y un prejuicio personal no podrá hablar nunca de madurez democrática.
Celebramos el día de la Hispanidad y, después, el de la Constitución, hablaremos de los éxitos de la Transición y de la Carta Magna, diremos lo bien o mal que va el país, pero yo no sé todavía cuándo España se va a hacer mayor