Estrés

 Pedro Sande García

 

Naranjas 4,05€ – Zanahorias 0,79€ – Cebollitas 1,30€ – Cardo 1,50€, los productos siguen pasando y acumulándose a un ritmo infernal, es imposible mantener la misma cadencia al embolsar. La calabaza, el kéfir, las espinacas, el guacamole y la yuca se amontonan y mi ansiedad crece ante el asedio de la cinta que los transporta. No solo hay que guardar todos los productos, que llegan como caídos de una cascada, hay que hacerlo con orden, las manzanas podrían aplastar a las frambuesas y las latas de atún apechugar a los huevos. Pensar, ordenar y guardar, todo a la vez. Granola 2,40€ – Nueces 2,50€ – Ensalada 1,02€ y de repente una nueva amenaza al acecho, el siguiente cliente empieza a poner sus productos en la cinta, los rollos de papel higiénico y las pechugas de pollo comienzan su acoso y aún me quedan artículos por embolsar. La cuenta final marca 58,95€ y la cajera me mira incrementando mi angustia, sin que nadie me lo haya preguntado balbuceo «con tarjeta». El terminal de pago se activa y aún me queda por guardar los huevos, los arándanos y las patatas fritas. El cliente perseguidor, sería mejor decir el cliente acosador, ya ha colocado todos sus productos en la cinta y su rostro me amenaza con una mirada impaciente. Saco el teléfono y dejo de mirar a mí alrededor, centro mi mirada en el móvil, no detecta la huella dactilar, me cabreo y miro hacia el suelo, el único lugar donde no hay nadie que me intimide, tecleo la clave y acerco el teléfono al terminal, sale el tic de correcto, el cajero me da el ticket y lo guardo en el bolsillo sin doblar, lo revisaré en casa con detenimiento. Cojo la bolsa y la cuelgo en el hombro, mi cerebro resopla, todo se ha terminado.

Leí, en alguna reseña de prensa, que encender una vela, entre otras cosas, reducía el nivel de estrés. Tampoco es cuestión de ir al supermercado con un cirio, mucho menos al aeropuerto, en este caso nos lo podrían incautar por ser una sustancia peligrosa. Hablando de aeropuertos, que no ha sido una casualidad, ¿Qué me dicen ustedes de lo que ocurre en estos lugares? Siempre que llego a una de las T,s del aeropuerto de Madrid me hago la misma pregunta, sea la hora que sea, sea el día que sea, ¿A dónde van los miles de personas que pululan por sus pasillos?, como si yo fuera el único individuo que tuviera derecho a viajar. Da la impresión de que en las zonas de control, en esas filas organizadas en zigzag alguien ha impregnado el ambiente con una extraña sustancia que convierte a las personas allí congregadas en zombis con rostros inexpresivos, colocando con desasosiego todo tipo de objetos en las bandejas: relojes, portátiles, pendientes, botellas de agua, zapatos, abrigos, chaquetas, sombreros, pulseras, llaves, monedas…¿Qué me dicen ustedes de recoger luego las dichosas moneditas de la bandeja?…mire que les tengo dicho a mis cercanos que todos esos objetos de pequeño volumen: monedas, móviles, relojes, llaves, carteras…los pongan dentro de una mochila o en los bolsillos del abrigo para evitar tener que recogerlos de la bandeja. Entonces surge el despistado, o eso es lo que pretende mostrar en su rostro, al que le han sacado del equipaje el frasco de colonia o de perfume que le ha costado un pastizal, su única salida es dejar que su triste mirada persiga el valioso tesoro hasta que el operario lo mete en un contenedor sobre el cual todos nos hacemos la misma pregunta ¿a dónde irá a parar todo lo que allí echan? Dado que son sustancias sumamente peligrosas, entiendo que serán revisadas por los Tedax de la guardia civil antes de enviarlos para su reciclaje a una fábrica de explosivos. Cuando uno ha sido capaz de recomponerse, el reloj, la cartera, las monedas, el portátil y el cinturón en su sitio, llega el
momento de decidir, según el tiempo que queda para el embarque, si sentarse a esperar y juguetear como posesos con el móvil o nos tomamos un café y un bocadillo a precio de champagne con ostras. Pasado el tiempo de espera llega el instante del máximo apogeo, sentados al lado de la puerta de embarque, y sin que haya aviso o anuncio previo, todo el mundo se levanta de sus asientos y empieza a formar parte de esas filas con miles de pasajeros esperando con la mirada ansiosa a que las azafatas o los azafatos, en los últimos tiempos uno ya no sabe cuál es el termino adecuado con el que nombrar a los ayudantes de cabina, empiecen a revisar documentos de identidad y tarjetas de embarque. Es curiosa la reacción de los que se ponen de pie a «todo filispin», término
Ferrolano que significa lo mismo que el término Gallego «a fume de carozo» y en castellano «a toda velocidad», como si la aeronave fuese a despegar sin ellos o como si los asientos no estuvieran asignados y hubiese que cogerlos al asalto. Creo que si durante el tiempo transcurrido entre ponerse en la fila del embarque hasta que los equipajes y los pasajeros se acomodan en sus asientos se midiera la tensión arterial de todas esas personas, sería necesaria una rápida evacuación para llevarlos a un servicio de urgencias por inminente riesgo cardiaco. Pero aquí no acaba todo, falta el momento del aterrizaje y del desembarque. ¿Se han fijado en ustedes en la reacción a los pocos milisegundos de tomar tierra?, da igual que repitan una y mil veces que permanezcan en sus asientos y no utilicen los teléfonos. Un resorte mental hace que la gran mayoría de los pasajeros saquen sus móviles como si la vida les fuera en ello, y que decir de todos los que se ponen de pie en los pasillos y allí esperan impacientes, con el cuello retorcido en posición de contorsionistas, a que las puertas se abran.

Hace tiempo decidí aplicar el sosiego en las actividades que acabo de describirles, soy de los últimos en entrar y salir de los aviones, lo mismo hago en el cine, y en la fila de las cajas de pago aplico el sabio consejo de «si tienes prisa, vístete despacio». Son ejemplos de esta nueva forma de vivir, de como la inmediatez y la impaciencia han convertido lo cotidiano y lo habitual en «Tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves» que es como la RAE define al estrés.

Tómense la vida con sosiego y cuídense mucho.

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