Gabriel Elorriaga F. (Ex diputado y ex senador)
El importante libro “A propósito de Feijóo” de Xosé Luis Barreiro Rivas, presentado en Galicia a fin de año, viene hacia Madrid como un misil cargado con todos los ingredientes del biografiado, no aún bien conocido por todos, que es el centro y la clave del año electoral que estamos viviendo. Un año en que esta España, bien fundada y mal administrada, se juega la consolidación de su arquitectura constitucional frente al resquebrajamiento mercadeado de la nacionalidad común. Feijóo llega, desde la experiencia y el éxito electoral, como una oferta de cambio y de conservación, lo que no es contradictorio porque los gallegos sabemos muy bien que hay que combinar las dosis de distintos productos para hacer una buena “queimada”.
Hay factores, al margen de la contienda ideológica o demagógica que nos abrumará en estos meses electorales, que tienen una importancia vital. Uno de ellos es la edad. Destaca Barreiro en su libro que, en el supuesto de que Alberto Núñez Feijóo acceda a la Presidencia del Gobierno de España tras las próximas elecciones generales, sería el presidente más maduro —en el estricto sentido de la edad— desde la Transición. Tendría 61 años, una edad perfecta para acumular experiencia y emanar potencia, acorde con la gran responsabilidad que se asume. Una buena edad en los hábitos de las democracias desarrolladas.
Es destacable la circunstancia de que, cuando pueda llegar esta probable investidura del hombre maduro los asuntos públicos fuesen manejados por gentes cada vez más jóvenes y con menos experiencia política. Hasta llegar al actual espectáculo de ver sentados en sillones ministeriales a “niños, niñes y niñas” sin recorrido conocido por los pasillos del Estado ni por los círculos del emprendimiento. A este infantilismo no es ajeno tampoco el presuntuoso infantón-jefe que, bajo sus tácticas maniobreras, parece un Nerón al que no le duele ver arder Roma si puede hacerlo impunemente desde las alturas del Palatino. No es fácil atribuir premeditación a este proceso juvenilista sino a la buena fe y concordia con que arranco la Transición por parte de cuantos en ella participamos desde todos los colores de la política. La dinámica de la democracia funcionaba por su propio impulso natural y no era de recibo pensar en futuras tradiciones, rencores anacrónicos e incompetencias evidentes. Pero lo que no debía de pasar está pasando y los conflictos exacerbados del momento reclaman los 61 años de Feijóo como reclaman agua los campos levantinos.
El loco activismo de la improvisación ha sido como un genocidio. Fue la renuncia de España a aprovechar los más valiosos recursos humanos de varias promociones. El talento, la laboriosidad y la preparación de sucesivas generaciones de compatriotas fueron descartadas por correturnos de amiguetes sin carácter definido más allá de la cuchipanda. Sucesivos jóvenes dirigentes cayeron en la estúpida tendencia a seleccionar a sus colaboradores cortando desde su edad hacia abajo. Les acomplejaba contar con sus mayores. Ahora Feijóo está en las condiciones biológicas óptimas para incorporar a las tareas públicas a una cantera, diez años abajo, diez años arriba de su propia edad, donde están los más valiosos activos para la gestión de un Estado. Feijóo tiene su oportunidad para reactivar sin sectarismo los recursos humanos más competentes de una gran nación europea.