Pedro Sande García
Permítanme que comience esta crónica haciéndoles una pregunta ¿saben ustedes quien es Elías Ahúja?, es posible que su nombre les suene relacionado con un reciente acontecimiento protagonizado por unas hordas de bárbaros en un colegio mayor de Madrid. Me entró la curiosidad de quien era o había sido esta persona e hice una breve indagación en ese infinito pozo de conocimiento que es la red. Seré breve.
Elías Ahúja fue un filántropo, comerciante, político, académico y monárquico que nació en Cádiz en 1863 y murió exiliado en Nueva York en 1951. Tuvo que huir de España en 1937 debido a la persecución de un régimen que perduró en este país a lo largo de 40 años y donde los que eran diferentes o pensaban diferente a los principios del régimen eran perseguidos, torturados y/o asesinados. Es posible que a algunos les sorprenda esta historia, por aquello de que Elías Ahúja era un monárquico, es algo que les ocurre a aquellos para los que la historia se escribe en blanco y negro.
Hasta aquí he dedicado mis palabras para darles a conocer a la persona que pone nombre al colegio mayor de Madrid, colegio mayor gestionado por la orden de San Agustín y donde residen los estudiantes que el día de mañana serán parte de los profesionales que gestionen y sigan construyendo este país. Les tengo que advertir que a continuación voy a incluir unas palabras muy, muy desagradables. He decidido poner textualmente lo que gritaban esa horda de bárbaros, como consecuencia de haber visualizado el famoso video he decidido no volver a tratarles como estudiantes y mucho menos como personas. Les pido perdón por si les puede ofender lo que van a leer. El video comienza con un edificio donde se pueden ver alrededor de 37 ventanas, es de noche y todas las persianas están bajadas, solo hay una ventana abierta con la luz encendida y la silueta de un individuo, por lo que podrán leer y por el video que yo he visto es imposible que se trate de persona. Se comienza a oír el grito de ese bárbaro, solitario en ese momento: «Mónicas, putas, salid de vuestras madrigueras como conejas», «Sois unas putas ninfómanas», «Os prometo que vais a follar todas en la capea». Bufff…aterrador, asqueroso, violencia repugnante. Les puedo decir que después de escucharlo tres veces, por mi cabeza pasaron todo tipo de calificativos que por respeto a todos ustedes no los puedo incluir en esta, y en ninguna, crónica. Creí que el aquelarre había terminado pero aún faltaba el último episodio. El rey de los bárbaros siguió vociferando: «Vamos, Ahúja» y en ese momento empezaron a subirse las persianas de las 37 ventanas y se vieron a través de las luces encendidas las siluetas de varias de decenas de salvajes cuyos gritos me recordaron a los chillidos de los orangutanes cuando se golpean el pecho para atraer a las hembras. Si los gritos solitarios del jefe de la manada me parecieron terroríficos, el acto sincronizado de esta manada de bárbaros lo voy a calificar con una sola palabra, peligroso.
No se puede hablar de unos pocos individuos aislados, no se puede hablar de una travesura de jóvenes cargados de testosterona, ni siquiera de un acto vandálico. Estamos hablando de un acto premeditado y planeado, de una terrible agresión sin ningún elemento que la justifique y de la cual nadie puede evitar dar una rotunda respuesta cuando se le pregunta sobre estos hechos.
¿Qué puede sentir una mujer cuando la violentan y la agreden de esta manera? ¿Se puede reducir todo a la expulsión del cabecilla de la manada? Les pido que reflexionen sobre lo que acabo de describir y si tienen alguna duda visualicen el video.
En el último artículo que publiqué, «Me pongo el velo cuando me da la gana«, terminaba hablándoles sobre el pesimismo que tengo sobre el presente y el futuro de la condición humana. A lo largo de los días en los que trabajé en esta crónica mi pesimista forma de pensar se ha visto agravada. Debemos condenar de forma rotunda y sin resquicios estos hechos, nuestro sistema legal debe estar preparado para castigar a esta panda de bárbaros, de cabestros y de canallas, y así podría añadir cientos de calificativos y quedarme corto. Es un acto de violencia premeditada, una brutal agresión, un hecho sumamente peligroso, admitir estos comportamientos es poner una alfombra que facilite que la violencia verbal se convierta en violencia física.
He escuchado algún comentario sobre que estos hechos son una tradición que se realiza todos los años en el colegio mayor. Horror, ya estamos con las tradiciones, les citaré algunas tradiciones que fueron y algunas que lo siguen siendo: la guillotina, la ablación de clítoris, la lapidación, la pena de muerte…Por favor no piensen que estoy haciendo comparaciones, pero que nadie se esconda detrás de la tradición para suavizar un hecho brutal y violento.
En pleno siglo 21 no podemos tener la mínima tolerancia con este tipo de comportamientos. ¿Qué está ocurriendo?, ni más ni menos que estamos viviendo una involución, no solo ideológica, también de comportamiento que está llevando al ser humano a posturas ancestrales propias de sociedades poco evolucionadas y civilizadas.
Si repasamos la historia, el término «bárbaro» lo empezaron a usar los romanos para designar a aquellos pueblos que habitaban fuera de sus fronteras: los germanos, anglos, sajones, francos, visigodos, vándalos, ostrogodos… A partir del siglo V los bárbaros invadieron el imperio romano y empezaron a extenderse por la mayor parte de Europa dejando a su paso, como hacen todos los invasores sea el siglo que sea, un rastro de destrucción y de «barbaridades». Si comparamos aquellos bárbaros con los que habitan el colegio mayor Elías Ahúja, estos últimos parecerían individuos mucho más preparados cultural e intelectualmente. Que aquellos que han tenido las mayores oportunidades de acceder al conocimiento y que, en teoría, deberían estar más formados se comporten como bestias salvajes es uno de los grandes peligros de la sociedad actual y una de las causas por las que mi pesimismo se siga acrecentando.
Creo que Elías Ahúja se sentiría horrorizado por el comportamiento de estos bárbaros.
Cuídense mucho.