Julia M.ª Dopico Vale
Los grandes genios del arte musical, los nombres que se asocian a las magníficas creaciones de la literatura musical de la tradición culta de Occidente, son nombres de hombres. Fueron ellos -y no todos- los que históricamente tuvieron acceso a la cultura, mientras que las mujeres aprendían desde niñas a cómo desarrollar las tareas domésticas, desempeñando así cada género un rol, una función social que no se cuestionaba ni se ponía en duda. Una situación que se mantiene durante siglos y aún actualmente en muchas culturas y circunstancias.
A pesar de ello siempre hubo mujeres que constituyen excepción: la mítica Safo, principal representante de la lírica de la antigüedad con su sublime y poética heterofonía, la “sibila del Rin”, Hildegard von Bingen, con su Sinfonía de la armonía de las revelaciones, Nannerl Mozart, la hermana mayor de Wolfgang, a la que se le atribuyen obras para que su hermano aprendiese a tocar o Clara Wieck, la sobresaliente pianista romántica que escribió variaciones sobre la obra de su esposo, Robert Schumann, romances, lieder…
Buen número de obras anónimas pueden haber sido escritas por mujeres y otras firmadas con pseudónimos masculinos para protegerse de las represalias por tener la “osadía de dedicarse a la música”. Afirma Rius que “las primeras generaciones significativas de compositoras aparecen en el S.XX” y en pleno S. XXI la música escrita por mujeres sigue teniendo problemas de visibilidad, si bien cada vez son más las publicaciones, ediciones, grabaciones e iniciativas que contribuyen a la puesta en valor de la mujer creadora, como la que presenta ahora la AMM con la IX edición de “Compositoras en las Aulas” que persigue incorporar al repertorio educativo la música en clave femenina.
Iniciativas que han hecho posible que en los últimos tiempos alrededor de nueve mil compositoras hayan visto la luz. Un rico y vasto patrimonio musical tan novedoso como desconocido.