Por Gabriel Elorriaga F.(ex diputado y ex senador)
En nuestros días se dio la circunstancia de que un presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, abandonase dicho cargo para ser elegido presidente nacional del Partido Popular y, como consecuencia, posible candidato ganador a la Presidencia del Gobierno de España si se celebran unas elecciones generales en plazo previsible. Hace años, un presidente nacional del Partido Popular -su fundador Manuel Fraga Iribarne– abandonó esta presidencia para ser elegido en sucesivas convocatorias presidente de la Xunta de Galicia. Feijóo definió su concepto de partido para clarificar unos malentendidos de aproximación a los nacionalismos para favorecer la aceptación en Cataluña y el País Vasco de sus ofertas minusvaloradas en ambas regiones. Feijóo dejó dicho en el congreso del partido que lo eligió: “El PP no es un partido confederal, el PP es un partido nacional único”. No dejó lugar a dudas.“La preocupación de ambos políticos -escribió en su día Jesús Posada, entonces presidente del Congreso de los Diputados- ha sido encontrar el adecuado equilibrio entre la unidad de España y la capacidad de autogobierno de las regiones”. Fraga, cuando miembro de la ponencia constitucional, tuvo que asumir, contra su propio criterio y contra la intransigencia de algunos miembros de su partido, el apoyo a un texto constitucional consensuado en el que se forzaba la inclusión de la ambigua disyuntiva de “nacionalidades y regiones”. Dejó bien clara su posición contraria en su discurso de defensa de su voto particular pronunciada el 18 de julio de 1978 en la que profetizó los conflictos que provocaría esta redacción del Título VIII del proyecto pero comprendió, con altura de miras, que era más útil para garantizar la unidad de España la aprobación por amplísima mayoría y ratificación popular de la Constitución y sus principios de salvaguardia de la indisoluble unidad de la nación española que una ruptura del consenso que situase a la derecha en un lugar de marginalidad ante una nueva era política. Su inteligente posición le valió críticas desde sectores intransigentes que el tiempo arrumbaría como políticamente inoperantes.
Es lamentable que la desinformación actual sobre temas culturales no explique que el gallego es la lengua madre de los españoles. Fue la lengua poética de las cantigas medievales y siguió siendo lengua rimada para poetas de la generación del 27, como Gerardo Diego o Federico García Lorca, por ejemplo, del mismo modo que lo hacía Alfonso X el Sabio quien, a la vez que pulía el creciente castellano, escribía en gallego “As cantigas de Santa María” que fue la primera obra multimedia de nuestra literatura, ya que llevaba consigo imagen y música. Desde el ángulo noroeste el gallego alimentó la evolución hacia el portugués y el castellano como dos alas de un vuelo global, el de la Iberofonía, que hace que hoy podamos sentirnos orgullosos no solo del español hablado por 600 millones de personas sino también de un halo de comprensión internacional de 900 millones si entendemos que la Iberofonía, de la que es raíz el gallego, está extendida por Europa, América, África y Asia gracias a la vocación exploradora de España y Portugal. Son lenguajes familiares que se entienden sin necesidad de estudiarlos. Esta dimensión universalista explica la atención especial al gallego por los gallegos que nada tiene que ver con las estrecheces de los nacionalismos idiomáticos. Toda forma idiomática arraigada entrañablemente en un grupo humano merece respeto y conservación, sea el bable, el aranés o el panocho. Pero el gallego se proyecta en un plano distinto, como llave de la Iberofonía. La Iberofonía es odiada por los nacionalismos de pretensión monolingüe que intentan manipular la lengua como arma de separación política. La Iberofonía como el bilingüismo son ideas demasiado grandes para sus mentes sediciosas.
Galicia Ártabra Digital Noticias de Ferrol y la comarca de Ferrolterra.