Julia M.ª Dopico Vale
Con el sugerente título de “Un viaje fantástico”, la Real Filharmonía de Galicia, nuestra orquesta universal, siempre fiel a su compromiso de galeguidade, despedía su magnífica temporada “Viaxes” dejándonos inolvidables sensaciones experimentadas a través de la música con programaciones intensas de desbordante elocuencia musical.
La fantasía de este último viaje se pudo escuchar en el Auditorio de Galicia, sede compostelana de la orquesta y en el Teatro Afundación de Vigo con el estreno absoluto de la obra Maya- Ilusiones– del compositor gallego-estadounidense Octavio Vázquez Rodríguez (1972) cuya música, descrita por Mark Greenfest en el New Music Connoisseur es “una antorcha encendida para el próximo siglo”, una antorcha que prende en las emociones de quien la escucha.
El título de la obra procede del sánscrito, antigua lengua indoeuropea del brahmanismo hindú, cuya filosofía se caracteriza entre otras cosas, por la creencia en la existencia de un ser universal supremo- Brahma- al que el alma del hombre aspira a diluirse cuando se libera de su cuerpo y abandona su karma. En la obra, Vázquez propone una reflexión introspectiva sobre la existencia individual dentro del gran todo que denominamos universo y la propia ilusión de nuestro ser
finito. Siguiendo con la proyección de espejismos y abstracciones sonó después la Sinfonía Fantástica, Op. 14 de Héctor Berlioz, inspirada en la literatura de François René Chatebriand, tan admirado por el compositor. “Mi intención es tratar varios estados en la vida de un artista”, apunta Berlioz refiriéndose a la sinfonía, algo que realiza a través de sus cinco descriptivos movimientos.
Comienza con Sueños, Pasiones, en donde el ideal amoroso se transforma en motivo musical omnipresente mostrándose un amor melancólico, alegre,
apasionado, celoso, iracundo y también tierno y lacrimoso. Sigue Un baile, en el que el artista visita escenarios muy diferentes mas siempre con la imagen de su amada. La Escena Campestre mezcla la esperanza, el miedo, la soledad y el silencio. En La Marcha del Suplicio, el artista, convencido de que su amada ni le ama ni le comprende, se envenena con opio, sumergiéndose en un sueño de terribles visiones, contemplando su propia ejecución acompañada de un cortejo al son de una marcha sombría y feroz para terminar con los Sueños de un sábado de aquelarre, una danza en medio de espíritus, monstruos y hechiceros que se
reúnen para el funeral; su propia amada, ahora banal y grotesca, se suma a la orgía diabólica que se combina con la parodia del Dies Irae.
Sin duda, un viaje fantástico en su doble acepción: la de una música de prodigio y la de la sugerente invitación a una introspección espiritual que nos sitúa ante monstruos y dioses.