Por Gabriel Elorriaga F (ex diputado y ex senador)
Menos de dos años es el tiempo máximo disponible, si Pedro Sánchez no decide acortarlo, antes de que se descomponga su tejido de intereses contrapuestos, para sanear la presencia y potencia de España en medio de un mundo en ebullición, con crisis energética, declive económico y guerra en Europa.
El socialismo degenerado de Sánchez está teniendo la desvergüenza de descalificar como “extrema derecha” todo lo que pueda contradecirlo y permitir un margen de ampliación al PP, mientras blanquea de toda calificación negativa a todos los gérmenes putrefactos contra la unidad de España, su norma constitucional y su sistema defensivo atlántico contra la amenaza apocalíptica que aterra al mundo libre.
Por ello es necesario despreciar todas sus cínicas descalificaciones y sus piruetas irresponsables en política internacional. La más hipócrita falacia de su agitprop fue considerar rechazable un pacto de Gobierno como el de la Comunidad Autónoma de Castilla y León entre PP y VOX y dar por buena su agrietada coalición de Gobierno entre PSOE y Podemos. La realidad es que las mayorías suficientes para lograr gobiernos estables se logran pragmáticamente gracias a acuerdos moderados por la conveniencia de sumar una mayoría aritmética parlamentaria entre grupos diferentes, dejando a un lado las metas exclusivas de cada una de las partes.
Esta es la base del bipartidismo imperfecto con el que viene funcionando, mejor o peor, nuestro sistema político constitucional. Hace pocos años unos procesos degenerativos de los partidos principales hicieron imaginar que dicho bipartidismo sería sustituido por el pluralismo de nuevos partidos con pretensión nacional —Ciudadanos, Podemos, VOX— que rompían el esquema. Pero el esquema está vivo y aquellas nuevas formaciones están, en los casos de Podemos y Ciudadanos, al borde de la irrelevancia y en el caso de VOX en línea de crecimiento pero, en ningún caso, con pronóstico de sustituir a los partidos principales.
El Partido Popular está en pleno derecho de pactar con lo que tenga a su derecha con la misma o mejor razón que el PSOE con lo que tenga a su izquierda. La hipocresía de censurar a VOX proviene del tópico de calificar a esta formación como “la extrema derecha”, como si no existiesen peores razones para calificar como “la extrema izquierda” a todos cuantos mantiene el pacto de investidura sanchista. El adjetivo “extremo” no es más que una posición geométrica.
Se es “extremo” porque no hay otra cosa más allá en la derecha o en la izquierda. Si no estamos conformes con este posicionamiento geométrico y analizamos los contenidos programáticos de unos y otros nos encontraremos que por la “extrema izquierda” circulan tendencias auténticamente extremadas, nacionalismos contrarios a la unidad nacional, republicanismos contra el sistema monárquico constitucional y antiotanistas contra la alianza de seguridad internacional en que se integraron los españoles por mayoría parlamentaria y refrendo popular.
Ninguna de estas circunstancias anti sistémicas y subversivas se dan en el caso de VOX, cuyo error de imagen ha sido tomar una apariencia ocasional de cercanía a partidos de la típica extrema derecha europea con los que casi nada lo unen, quizá porque no encontró otro espacio internacional con que relacionarse. Peor es relacionarse con Maduro o con Putin. Todos los partidos en sus inicios y lanzamiento cometen estos errores.
El propio Partido Popular tuvo sus veleidades con un neoconservadurismo antes de integrarse en el área templada del Partido Popular Europeo. Pero, en verdad, VOX es solo una disensión del Partido Popular sin otro extremismo que deformar con más radicalidad una tendencia parecida. Esta realidad explica la cercanía de un electorado homologable que disfrazan sus dirigentes por la necesidad de justificar su disensión.
La deriva suicida del tándem —Casado-Egea, cuyo fracaso fue una de las más grotescas anécdotas de la política española, se produjo por el rechazo general de sus propias bases contra sus dirigentes por su torpeza manifiesta de aislarse dentro y fuera de su propia mismidad por el empeño de distanciarse a toda costa de VOX en vez de intentar atraerlo, en cuanto electorado, y valorarlo en razón de los resultados efectivos proporcionales de la aritmética electoral.
Además de la celotipia patológica contra la popularidad de Isabel Díaz Ayuso. Alberto Núñez Feijóo está teniendo suerte de que la formación del gobierno de Castilla y León se haya resuelto pragmáticamente antes de su presidencia formal y que el chaparrón de la izquierda haya descargado sobre el paraguas de Mañueco que supo actuar de la única forma que era posible para evitar unas nuevas elecciones indeseables por todos.
El pragmatismo gallego de Feijóo le hará comprender que la cínica excomunión con que el sanchismo condena a VOX solo es una estrategia infame para evitar la mayoría absoluta del centro-derecha en las próximas elecciones generales. Las tonterías que haya podido decir en París Donald Tusk inspirado por el amargado Pablo Casado, solo denotan su desconocimiento de la sicología del electorado castellano-leonés y su vocación de actuar como otro “zombi” parlante hasta que sea sustituido por Manfred Weber que defendió a Núñez Feijóo diciendo: “No necesitamos lecciones de un presidente de Gobierno que gobierna con la extrema izquierda y los separatistas”.
Un futuro triunfo del centro-derecha español será consecuencia de una alternativa sin exclusiones, capaz de sumar los resultados de las urnas que expresen la voluntad del pueblo, sin fobia contra VOX ni celotipia contra Ayuso. Un Partido Popular acogedor y sensible a los matices que marque el electorado. Solo con una ley suprema para que gobierne el partido más votado sería posible soñar con la soledad en las alturas. Pero tal acuerdo no está en los planes ni de unos ni de otros.
Seguimos en la era del bipartidismo imperfecto que es mejor que la del pluripartidismo ingobernable. El PP será el camino de las afinidades concertadas y el PSOE de los vericuetos desconcertantes. El tándem infalible es Feijóo y Ayuso atrayendo grandes mayorías sociales y sin cordones sanitarios impuestos por Sánchez. Menos de dos años, quizá mucho menos, es el tiempo disponible para corregir el rumbo de la política española contando con todo lo que resulte liberado del cotarro nauseabundo del gobierno Frankenstein.