Pedro Sande García
Desde noviembre de 2021, cuando escribí mi última crónica cinematográfica sobre El buen patrón y El juego del calamar, asistí en varias ocasiones al cine y no encontré, hasta febrero de 2022, ninguna película que me produjera las sensaciones necesarias para escribir un artículo cinematográfico. No sé si alguna de las veces que he escrito sobre cine o series de televisión se lo he dicho a ustedes, me tienen que perdonar si me repito, ni lo soy ni me considero un crítico cinematográfico, lo mío es algo sencillo, soy un cronista al que le gusta comentarles las emociones que me produce una película o una serie de televisión.
La falta de emociones, o cuando estas son negativas, es causa de un bloqueo que me impide escribir. Eso me ocurrió con el filme «El último duelo», mis
expectativas dado que su director era Ridley Scott, eran muy altas. La decepción fue grande, nada de lo que vi me produjo la mínima emoción, ni el guion, ni la fotografía, ni la puesta en escena, tampoco la música y las interpretaciones. Otra decepción fue «El callejón de las almas pérdidas», película dirigida por Guillermo del Toro, demasiado metraje para un filme en lo que lo único destacable fue la interpretación de Willen Dafoe y la excelente ambientación del mundo gris y mísero en el que se desarrolla la historia. Por último, y la citaré por el interés gastronómico que despertó tanto por su origen francés como por su título, «Delicioso». Filme demasiado remilgado y con un guion que serviría para escribir una novela rosa.
Es evidente que no todo lo que vemos y leemos, todo lo que escuchamos, despierta nuestras emociones. Sí que ocurrió cuando vi «Belfast» de Kenneth Branagh, y fue una casualidad que dos semanas después se cruzara en mi camino un filme del mismo director, «Muerte en el Nilo». Encontré la pareja perfecta sobre la que poder escribir este artículo, ya saben que mis crónicas cinematográficas siempre van de dos en dos.
Leí una crítica en la cual se utilizaba el adjetivo bonita para calificar «Belfast», el crítico aprovechaba su comentario para ensalzar la tan denostada palabra bonita. Me sumo a sus comentarios y también defiendo la palabra bonita, lo bonito no tiene por qué ser cursi. Voy a añadir otro calificativo al filme de Kenneth Branagh, deliciosa, y soy consciente de la cruda realidad que nos transmite la narración del director irlandés. Una historia que se desarrolla alrededor de la miseria y de la violencia religiosa que envuelve a la ciudad de Belfast a finales de los años 60 del siglo pasado. Una excelente fotografía en blanco y negro que refleja un mundo donde, a través de las imágenes y de los magníficos diálogos, todo es dual como los colores elegidos por el director, desde el enfrentamiento
religioso hasta lucha obrera. Kenneth Branagh nos muestra la historia vista desde la ingenuidad del pequeño Buddy, que ajeno a los problemas que le rodean se sumerge en su mundo, el del primer amor, el del cine visto a escondidas y el que le proporciona la compañía de sus abuelos. El director nacido en Belfast es capaz de que, sin olvidarnos de la descarnada historia, el filme nos acaricie y nos rodee con suaves abrazos. Una deliciosa película que nos hará sentir emociones, al fin y al cabo eso es lo que nos debe producir una historia llevada al cine. Además del pequeño Buddy, papel interpretado de manera excelente por Jude Hill, cabe destacar la muy correcta interpretación de Judi Dench y Clarán Hinds en los papeles de abuela y abuelo de Buddy.
No tengo duda de que los principales objetivos del cine son emocionar y entretener, algo que Kenneth Branagh es capaz de hacer adaptando al cine o al teatro tanto una obra de William Shakespeare, «Enrique V» y «Hamlet», o como en este caso con «Muerte en el Nilo», adaptando por segunda vez, la primera lo hizo con Asesinato en el Orient Express, una obra de Agatha Cristhie. De nuevo el detective Hércules Poirot toma vida en una adaptación cinematográfica, y les puedo decir que ninguna de las múltiples interpretaciones que he visto del famoso detective belga han logrado reflejar lo que mi imaginación ha generado tras la lectura de muchas de las novelas de la escritora inglesa.
Nuestra imaginación es como un decodificador que convierte las palabras en imágenes y dota a los seres vivos de apariencia y sentimientos. Cuando leemos, de manera automática, se activa el decodificador, la imaginación comienza a producir historias visuales que solo se pueden ver en nuestro interior, y, excepto si somos directores de cine o de teatro, se quedarán en nuestra intimidad para siempre. La imaginación, de la misma manera que las huellas dactilares, es única para cada individuo y esa es la razón por la que nuestro decodificador genere, a partir de las mismas palabras, imágenes diferentes.
Con Hércules Poirot, el personaje histriónico por excelencia, me ocurre que ninguna de las interpretaciones que he visto me han mostrado al personaje que mi imaginación ha creado. Ni Peter Ustinov ni David Suchet, sin duda el más acertado, lo han conseguido, y Kenneth Branagh en «Muerte en el Nilo» se ha quedado muy lejos aunque si ha conseguido sorprenderme. Nunca había visto, ni en la lectura de las novelas de Agatha Cristhie ni en otras adaptaciones cinematográficas, a un Poirot sentimental y tan poco arrogante, y mucho menos conocía el secreto de una de sus características físicas más peculiares, secreto que solo se puede desvelar si ustedes ven la película. Me gustaría decirle dos cosas a Kenneth Branagh, la primera es que el detective belga no se come las uñas y la segunda, por si algún día decido hacerme un traje a medida como los de Monsieur Poirot, que no tendré dudas en encargárselo al diseñador de vestuario español Paco Delgado, responsable de la magnífica guardarropía de los personajes de esta adaptación cinematográfica.
Cuando comenzó la película y viendo las primeras escenas en blanco y negro pensé que me había equivocado de sala de cine, lo cual en mi caso tampoco sería de extrañar, contuve el aliento hasta que la sorpresa, permítanme que no la desvele, me confirmó que no había cometido ningún error. Pasado el susto inicial, la película comienza de nuevo y nos asombra con las primeras notas en color que acompañan la entrada de Hércules Poirot en el club Live Music donde suena la portentosa voz de la cantante y guitarrista Sister Rosetta Tharpe interpretando That,s all. A lo largo del filme podremos disfrutar de su voz a través de la interpretación de la actriz Sophie Okonedo, que da vida al personaje de la cantante de jazz Salome Otterbourne.
A partir de esta primera escena en color el director comienza a recrearse, a través de la fotografía y de la banda sonora, en el grandioso Egipto y en el lujo y glamour que envuelven a la historia, desde el esplendor del hotel Old Cataract hasta el majestuoso barco a vapor, SS Karnak, a bordo del cual los personajes recorren el Nilo. Tuve la suerte de disfrutar del Nilo y poder observarlo desde el aire, desde la tierra y recorriéndolo en barco. Algo extraño me ocurrió cuando en el filme se muestran los deslumbrantes planos de Egipto y de su río, como si hubiera una capa de maquillaje que casi convierte lo grandioso en algo irreal. Descubrí que muchos de esos planos están producidos fuera de los escenarios originales, la tecnología es la responsable de maquillar la realidad. No esperen ustedes un filme lleno de misterio, no parece que haya sido el propósito de Kenneth Branagh, más bien parece que su objetivo ha sido crear un espectáculo visual al más puro estilo hollywoodense a través de una excelente puesta en escena y unas interpretaciones que no desentonan y donde destaca la siempre magnífica Annete Bening.
Bien es una calificación que hace de frontera entre el aprobado y el notable, esa sería la nota que le otorgó a Muerte en el Nilo, algo le falta a la película para elevar la puntuación a notable o sobresaliente. Sobresaliente, sin dudarlo, es la calificación que le otorgo a Belfast.
Termino, me despido de ustedes recomendándoles que disfruten del cine y se cuiden mucho.