Gabriel Elorriaga F.(ex diputado y ex senador)
Estamos en los últimos días de campaña electoral en Castilla y León. Tras el soso debate televisivo a tres, donde al socialista Tudanca le sobraron impuestos y le faltaron jamones y a Mañueco le falto una respuesta contundente contra las acusaciones de Igea, su vicepresidente de anteayer, de convocatoria oportunista y de servilismo a una estrategia ajena al interés regional, vertidas a través de una pantalla de plasma. Se comprende que no era fácil la contestación, pero tuvo tiempo para prepararla contra su reciente socio, el que quizá no pareciese tan traidor aquel día como lo parecería más tarde, tras la chapucera sesión del Congreso de los Diputados en la que Ciudadanos debutaría como aliado de Sánchez para convalidar con trampa una semireforma laboral de guardarropía por vanidad o mentecatez de Inés Arrimadas. Le bastaría sin embargo, un estilo más sosegado y presidencial para mantener una menguada ventaja frente a sus rivales televisivos y sus oponentes sin pantalla de VOX y de la “Castilla vaciada”. Mañueco representa, aunque no haya sabido expresarlo con brillantez, la defensa de la sociedad libre dentro de la unidad nacional y contra el sectarismo ideológico de las izquierdas coaligadas. El apoyo de Isabel Díaz Ayuso rescataría su estancamiento con el aire victorioso de Madrid.
La continuidad de Alfonso Fernández Mañueco es tan probable como el fracaso de sus rivales. Basta verles la cara de resignación destemplada. Estas elecciones serán significativas nacionalmente porque se desarrollan en el tiempo crítico de descompo-sición de una coalición de Gobierno dividida en su posición internacional, en su planteamiento económico y en su política social y sin otro proyecto de futuro que los cambalaches para mantener más tiempo a su frente a un desacreditado Pedro Sánchez. Los resultados de Castilla y León van a demostrar síntomas de rechazo suficientes para evidenciar que el sanchismo se queda sin amortiguadores para mantener su equilibrio. El desguace de Ciudadanos, la cortedad de Podemos y la frustración de algunos acompañamientos localistas, lo dejan desnudo ante un PP más corto de lo deseable. Da lo mismo que tengamos en cuenta las encuestas del sabio Michavila que las estimaciones sobredimensionadas de Tezanos. Estimar, como hace este chapucero demóscopo que el PSOE puede oscilar entre 25 y 34 escaños y que el PP entre 32 y 27 es lo mismo que deducir que igual puede tener el PP 32 y el PSOE 25. Mal debe ver las cosas. Se apagan los cómplices de Sánchez y sube VOX hacia la docena de escaños, lo suficiente para consolidar a un recortado Mañueco y disgustar a Pablo Casado.
El PP se mantiene como la única formación con opción de Gobierno aunque sin mayoría absoluta, por lo que deberá contar con VOX en algún grado. Esto quiere decir que podrá gobernar Mañueco, pero no tanto por el efecto Casado sino porque ya está donde está, como Ayuso estuvo en Madrid, pero sin su carisma. Las últimas o penúl- timas olas de Covid y la inquietante tensión en la Europa del Este quizá no preocupen tanto en Castilla como los sermones de Garzón en tierra de ganaderos. Un cese a tiempo quizá hubiese animado a Luis Tudanca en su penoso intento de socializar a los castellanos. El frío del invierno clavará el puñal de la abstención antes en el cuerpo del pesimismo que en el calor de la esperanza. Circular por la historia y geografía castellano leonesa respaldado por un presidente de Gobierno alienígena apuntalado por un bloque de separatistas de la tierra y terroristas jubilados no es una buena recomendación. A Mañueco le bastará, aunque Casado se empeñe en pedir una hipotética concentración del voto, hostilizando a VOX, sin el que no pueden salir las cuentas ni a nivel autonómico ni a nivel nacional.
La miseria electoral afecta a Ciudadanos y limita a Podemos. Yolanda Díaz, fracasada en su patrocinio de una semireforma laboral y pretendida madre abadesa de todas las cofradías de la izquierda sin ser titular de ninguna, no se ha encontrado en condicio- nes de echar una mano a los restos de Podemos, tras la grieta en el infame bloque de investidura. Inés arrimadas, abadesa titular sin cofradía estimable, ha preferido ayu-dar a Sánchez a convalidar un decreto mejor que exhibirse demasiado en favor de su oscuro candidato contaminado de virus médico y de virus político. Las urnas de Castilla y León son recipientes del bipartidismo clásico sin otra novedad a tener en cuenta que la presencia en ascenso de VOX como única minoría creciente en las tierras castellano-leonesas y con quien habrá que contar necesariamente. Así están las cosas. Cabe esperar que en Castilla y León se demuestre que el voto del pueblo es más auténtico que los resultados de un parlamentarismo nacional pervertido.