José Perales Garat
Pues resulta que esta semana se ha celebrado la feria turística más importante de nuestro país y en ella ha habido varias menciones a Ferrol y alrededores, y no todas por los mismos motivos.
La administración autonómica ha inaugurado el evento con el Año Santo y los caminos de Santiago, cosa que seguramente le vendrá muy bien a nuestro Camino Inglés. Por otra parte, ha habido una presentación específica de los parques gallegos, en el que no podían faltar las Fragas del Eume. Betanzos ha querido que su globo y su tortilla sean su caballo ganador.
Luego estuvo nuestra Paula Vázquez presentando el geoparque del Ortegal y también se presentó el Pantín Classic, que ya es un clásico con todo el merecimiento del mundo. Y asimismo estuvo la presentación de Ferrol como destino, con un juego de palabras entre el destino turístico y el destino humano, representado como una cita a ciegas en la que los desconocidos van citando cosas que se quieren encontrar en su sitio ideal y que hay en Ferrol. Esto es importante porque una de las cosas que ambos quieren es que se coma bien, y que haya marisco, y por eso acaban encontrándose en el muelle de Curuxeiras, donde se supone que después de comerse entre ellos con los correspondientes besos se habrán metido entre
pecho y espalda unas volandeiras a la plancha y un pulpo á feira de los que quitan el hipo.
Ahora imaginemos que todos esos eventos atraen a un número significativo de visitantes que empiezan a pulular por nuestras calles y que van a ir a contarle a sus próximos cómo ha ido la cosa… pues podrían encontrarse con clásicos como los excelentes callos del Platea Amboage de los domingos, o las sabrosas albóndigas de El Marqués. También podrá ser que fueran al BOSS y les pusieran un plato de cabecero de lomo, al Ankha o al Beirut y que degustaran un
pincho de tortilla, a Maruxa y que les pusieran una cunca de caldo y algo de embutido, a esa entrañable sidrería O lagar que ya es parte de nosotros o a muchos más que tienen claro que el lucro cesante de incluir una tapa con la consumición hace mucho más por fidelizar a los clientes y atraer a otros nuevos que la contención en precios y servicios.
Y los que hemos vivido en muchos lugares de España y somos aficionados a recorrer la piel de toro, sabemos que en Ferrol está arraigándose una costumbre que en otros lugares es impensable o que, en todo caso, es sustituida por unos cacahuetes con más huellas dactilares que la oficina del DNI. Recuerdo que a mi regreso, hace ya un lustro, fuimos un día a A vaca y me pusieron una crêpe de grelos con queso de Arzúa con un pedazo de vino que en mi reciente periplo andaluz eran impensables por el precio de la copa, y recordé cuando un viejo amigo me decía que en Ferrol no ponían nada con las consumiciones. Luego seguí mi recorrido y me fui dando cuenta de que prácticamente ningún sitio omite un pequeño detalle de esa tapa tan española que varios lugares se disputan su invención (yo he estado en dos: La Posada de la Villa en Madrid y el Ventorrillo del Chato en San Fernando). La tónica en estos lugares es contarte que un rey famoso (no importa mucho cuál, pero varios citan a Felipe II y otros a Jaime I) decidió que taparan las cántaras de vino con algo que evitara que los cocheros se subieran borrachos a los carruajes, aunque hay otra versión que dice que la tapa es para que no cayesen bichos en el vino.
Pero lo inventase quien lo inventase, lo cierto es que casi cada individuo con el que hablo, tiene a bien recomendarme tal o cual lugar en el que “los jueves ponen unos chicharrones que te nublan la vista” o “los domingos ponen fabada” o “con cada consumición cambian de tapa” (costumbre, por cierto, atribuida por ciertos informadores a la Posada da Galicia Imaxinaria que no he tenido el gusto de comprobar).
Y por eso los bares y sus terrazas cada vez están más animados, en espera de esos visitantes que el año pasado, pese a las restricciones, sustos, vueltas atrás y sucesivas olas, recorrieron por miles nuestras rectilíneas calles y nuestros ajetreados bares, que sin duda pretenden resarcirse de sus heridas con esa Semana Santa tardía que nos espera y de la que, Dios mediante, podremos disfrutar después de tres años de espera, alternando las procesiones y visitas con alguna o muchísimas escapadas a los locales que rodeen los desfiles… y ah0ra que me acuerdo: la última vez entré en Bacoriño y me pusieron unas lentejas que… paradme, que me lío, y he quedado con unos amigos para tomar unas cañas, que espero que no vengan solas y que contribuyan a que esos kilos de más que he cogido estas vacaciones de Navidad, se queden al menos hasta que empiecen los rigores de la Cuaresma, momento en el que hablaremos del bacalao.
¡Ay, los momentos del año, cuántas alegrías gastronómicas nos dan y cuanto influyen en nuestro aspecto externo!