Gabriel Elorriaga F.(Ex diputado y ex senador)
El presidente del Gobierno va vendiendo el camelo de “una recuperación robusta, sólida y justa” a los españoles supervivientes de una pandemia, capaces de creer que la vacuna contra el Covid vale también para la economía y contra el mal gobierno. Pero no es así. Ni la crisis energética, ni la inflación, ni la pérdida de crédito internacional son enfermedades que se combatan con pinchazos. La recuperación exige crecimiento y reforzamiento de una economía que no depende de que Nadia Calviño cuente en Bruselas unas cuentas y unos cuentos distintos a los que Pedro Sánchez pacta con sus coaligados y los mantenedores de sus andamios parlamentarios. Agricultores, ganaderos y pescadores con el agua al cuello. Empresas anunciando cierres y despidos. Transportistas amenazando huelga. La escalada de los precios rebajando el poder adquisitivo de salarios y pensiones. Ese es el panorama de unas navidades que, según Pedro Sánchez, “van a ser mejor que las pasadas” pero en las que el malestar social arrasa. El P.I.B. español no ha recuperado lo perdido durante la pandemia. Las previsiones de la Comisión Europea son más bajas que nunca. La perspectiva de volver al nivel anterior a la crisis se retrasa al año 2023. Pero nuevas cargas impositivas se presentan como el único programa de Gobierno para reactivar una economía maltrecha.
Europa ha dado un varapalo a Sánchez condicionando los fondos a unos compromisos incompatibles con el doble lenguaje que utiliza el presidente para contentar a los dos gobiernos diferentes que pastorea a título de aparente coalición pero que no son una concurrencia sino dos contradicciones que conviven, una alimentada desde Europa y otra contra Europa, orquestada con neocomunistas y enemigos de la unidad institucional de los Estados miembros de la Unión Europea. Es cierto que confrontado con el desastre gubernamental el PP se mantiene como primer partido, pero con cierto estancamiento que detecta desconfianza en una soledad corporativa insuficiente para una sólida opción de Gobierno estable. La decadencia del Gobierno sociocomunista no se producirá solo por su mala gestión económica sino porque, a su vez, desde la oposición resuene una propuesta económica que, hasta el presente, carece de voz propia y potente. Un programa viable con una fiscalidad asumible necesita precisiones y no circunloquios como los de “vayamos a lo nuestro” o “vamos a ganar con los mejores”. Hay que decir en que consiste “lo nuestro” y quiénes son esos “mejores”.
El panorama español es pesimista y si en el influyen circunstancias internacionales, como la subida de los combustibles energéticos, también pesa la desastrosa planificación de los recursos propios y su repercusión en la industria, la agricultura y el transporte. Una situación de orfandad energética es el pecado original de lo que la izquierda entiende por progreso: su moratoria nuclear de 1994 que supuso la paralización de cinco centrales —Lemóniz I y II, Valdecaballeros I y II y Trillo— en proceso de programación que, si estuviesen produciendo, no necesitaríamos la importación de gas encarecido y dificultoso desde un norte de África conflictivo. Las centrales nucleares que, hasta la fecha, no ha conseguido cerrar el falso ecologismo socialista aún producen más del 20% de la energía propia y barata que consumimos. El desmantelamiento “progresista” de la energía no contaminante no lo siguen ni Francia, ni Estados Unidos, ni Rusia, ni el Reino Unido, ni China, ni Canadá. Las naciones que han seguido desarrollando la tecnología nuclear están, hoy en día, con la vista puesta en los microreactores (SMR) que ofrecen instalarse rápidamente y se pueden trasladar a los lugares donde se produzca insuficiencia energética. Pero la izquierda decidió, sin cálculo alguno, que los molinos y las placas solares funcionarían suficientemente aunque no hubiese viento ni sol todos los días y se extenderían impunemente y sin perjuicio alguno sobre nuestro paisaje, hoy con toda su capacidad de producción en riesgo por la deficiencia e insuficiencia de las llamadas con optimismo fuentes renovables.
No basta diagnosticar las dificultades para ganar la confianza en un futuro mejor. El catastrofismo con que se expresa Pablo Casado como presidente del partido más importante de la oposición no es bastante si no se acompaña de una capacidad de ilusionar a un pueblo que no se conforma con el claroscuro de quítate tú para ponerme yo. Hace falta un viento renovable que barra los miasmas de la desesperanza. Hace falta un índice claro de proyectos y una capacidad de lanzarlos empáticamente, con la popularidad y temperatura que el electorado popular de siempre necesita para crecer y multiplicarse. Es necesario un programa razonado, calculado y viable de medidas y aptitudes convincentes y no solo el anuncio de negros nubarrones que todos vemos venir sin necesidad de que los anuncien. Pero, sobre todo, es necesario encender esa luz en el horizonte que indique que tras la oscuridad nocturna llegará un amanecer alegre y luminoso, porque el mundo sigue andando como siempre, en el mismo sentido de siempre y que, pese al Sánchez que pese, no habrá marcha atrás hacia ideologías caducas ni fantasías veganas.