Sabores ártabros-De feria en feria

José Perales Garat

No es fácil retomar el hilo después de las vacaciones, sobre todo si las vacaciones han sido tan  intensas desde todos los puntos de vista, especialmente desde el punto de vista gastronómico.
No os voy a engañar: al modo de los osos salvajes, suelo dedicar gran parte de mi periodo vacacional a acumular grasa para pasar el invierno, y en este julio de veroño con el que Dios nos ha premiado a los gallegos, he tenido más oportunidades de hacerlo que en otros más soleados, pese a las restricciones tantas veces incomprensibles con las que nos han agraciado las administraciones competentes.
Porque eso de las restricciones me hace pensar un poco en las limitaciones que nos
autoimponemos los gallegos para no ser sencillamente orondos, que ya tiene mérito dado el giro que están tomando las cosas últimamente, y empezamos…

A la habitual feria mensual con sus puestos de pulpo, churrasco y pan se han unido este julio la feria del Camino Inglés, la de la cerveza artesana y la medieval, con todo lo que eso conlleva gastronómicamente hablando. He de decir que sigo echando de menos una promoción mejor dirigida de los alimentos de la comarca y que creo que desde la mancomunidad de municipios de la Ría, el Geodestino o desde la Diputación podría hacerse algo más unitario en el que tuviera cabida lo mucho y bueno que tenemos en Ferrol y comarca, pero de todos modos hay dos iniciativas en marcha por parte de CITES y de la Asociación de Municipios del Camino Inglés que parece que pueden ser dos instrumentos para que nos demos cuenta de lo sorprendentes que son nuestros sabores ártabros.

Algunos podréis pensar que exagero y que no es para tanto, y asumiréis como bueno el
principio de que en España se come fenomenal y de que en Galicia aún mejor, por lo que no tenemos fácil destacar como referente gastronómico; no voy a discutirlo, pero tal vez lo siguiente que voy a contaros os mueva a reflexionar acerca de lo que tenemos : Tuve la oportunidad de cumplir un viejo sueño familiar y recorrí con mi familia el Camino Inglés casi como lo hacían los nórdicos hace ochocientos años, y me fui encontrando todo eso que os contaba en mi artículo sobre el tema. Comprenderéis que alguien tan interesado como yo en el Camino y en la gastronomía no iba a dejar pasar la oportunidad de volver a constatar de una tacada lo que llevo toda la vida haciendo por fascículos, y emprendí un viaje espiritual para curar mi alma de pecados y a la vez otro terrenal para enfermar mi cuerpo con un poquito de gula.

Los pescados y mariscos llegan frescos a todos los locales del trazado, los hornos se afanan en sorprendernos con cada trozo de pan, los agricultores cultivan vides, trigo, maíz, berzas, pimientos o tomates y los frutales te rodean a cada paso. Además de castaños y robles, también te encuentras porcos celtas, cachenas, gallinas, ovejas y cabras, vacas lecheras de generosas ubres, rubias que pacen lánguidamente al paso de los peregrinos, bocadillos que revientan como los frutales de la tierra prometida y hasta pasas por una extrañamente extensa plantación de lúpulo que te hace comprender por qué casi cada peregrino se relaja con nuestra cerveza más famosa tras las largas y agotadoras jornadas.

A nosotros no nos sorprende tanto, pero os aseguro que todos los peregrinos con los que nos cruzamos nos comentaron casi cada plato que degustaban, desde el pulpo a las empanadas, pasando por las carnes, los pescados, los quesos y todo lo demás.

Y un día acabo el camino, si es que se puede acabar algo que te llena tanto, y entonces
llegaron esos parientes que juraron no volver jamás y el resto de veraneantes que tanta vida le dan a nuestra hostelería y que te piden que les lleves a uno de esos sitios de los que escribiste, o a cualquier otro que se te ocurra… y entonces vuelvo a recordar que todo esto tiene mucho más sentido si lo abarcas de una manera global y tratas de unir todos esos puntos que te hacen ver la figura completa.

Las ferias nos traen cosas de fuera, nuestro campo y nuestro mar nos regalan con las de dentro, el mercado entra en ebullición, la gente sonríe y se relaja, mientras otros trabajan para que puedan hacerlo, los relojes parecen pararse y parece que no importa tanto que llueva, que no haga calor o que no se pueda ir a la playa, porque gracias a una cadena interminable de personas que trabajan, has podido disfrutar de un momento de relajación, de fraternidad o de amistad en el que cada sorbo que le das a ese godello fresquito, cada cerveza que te tomas al aperitivo, cada zamburiña de la que no dejas ni la salsa o cada patata que te lleva a la niñez, te unen por un momento con el lugar del que han venido, con el sudor de los que te lo han proporcionado y con los sueños y anhelos de todos los protagonistas de ese instante en el que, de un modo casi celestial, parece que todo va bien y que nada puede empañar tu felicidad.

Dios anda entre los pucheros, decía Santa Teresa. Yo no tengo ni su sabiduría ni su pluma, y mucho menos la inspiración divina, pero creo que este verano peregrinó a Santiago y salió desde Curuxeiras, que es donde se echó a descansar al acabar la creación, y donde en esas interminables puestas de sol que parece que van a durar eternamente, nos hermanamos entre los reflejos y los sonidos de una buena comida, que no sólo de pan vive el hombre, aunque el pan sea tan extraordinario como el nuestro.

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