Los intocables de Sánchez

Gabriel Elorriaga F. (Ex diputado y ex senador)

El tarjetón de despedida de Iván Redondo expresaba en su membrete, impreso a voluntad propia, lo que le gustaría ser, es decir, no solo director del gabinete de Pedro Sánchez sino Secretario del Consejo de Seguridad Nacional, que le daba un barniz institucional o ministerial. Con la anterior salida del mencionado Consejo de Pablo Iglesias, tal entidad quedó libre de intrusos carentes de un serio compromiso con la seguridad de un Estado occidental.

A no ser que dudemos, cosa no descartable, que quien carece de un serio compromiso con la seguridad de un Estado occidental es el propio presidente Sánchez, quien para desmontar tal sospecha, en vísperas de su cambio de Gobierno, visitó las unidades españolas que montan guardia en el Báltico, mientras su confirmada ministra de Defensa, Margarita Robles, visitaba el sector de utilización norteamericana de la base de Rota. Con Nadia Calviño, la exfuncionaria de Bruselas, como vicepresidenta primera, que es mucho más que ser vicepresidenta económica, y con un profesional de la diplomacia en Exteriores, Sánchez consigue la apariencia que Internacional, Economía y Defensa, los pilares de la soberanía nacional, dejan de estar al albur de las aventuras tercermundistas del anterior Gobierno. Los demás elementos de la crisis no serían sino damas de compañía de distintos géneros.

Podría celebrarse esta apariencia de cambio de rumbo si Sánchez no siguiese cautivo de sus intocables comunistas de salón, a los que respeta como si se tratase de otro Gobierno asociado dirigido por Yolanda Díaz y no de una auténtica coalición con valores comunes, cuyos ministros respondiesen con la lealtad debida al criterio de selección presidencial y no a una cuota aparte reservada al comunismo doméstico. Lo que está claro es que la cuota podemita permanece tal cual no porque sus elementos sean valiosos a juicio del presidente del Gobierno sino porque sus salarios son el precio a pagar por su renuncia a cualquier tentación de autenticidad y la obligación de comportarse como miembros de una asociación de vegetarianos.

Estos comunistas de salón, capitaneados por Yolanda Díaz, que ni tan siquiera está afiliada a Unidas Podemos, saben que los sistemas comunistas mueren de pobreza y de aburrimiento. Los chinos decidieron evitarlo adoptando un capitalismo de Estado. Comunismo para los trabajadores y capitalismo para los dirigentes. Veremos cuánto dura el invento. En España nunca se planteó este sistema porque el comunismo español es abortivo. Abortó en la II República y en la Transición. En su pacto con Pedro Sánchez vimos cómo abortó con Pablo Iglesias. Pero siempre renacen nuevos retoños o “retoñas”, por emplear un lenguaje inclusivo, dado que el resistente plantel está formado predominantemente por mujeres, tres a dos.

Este comunismo representado por Ione Belarra Irene Montero, como flores secas dejadas por Pablo Iglesias, se han apresurado a anticipar su intangibilidad. A Pedro Sánchez no le han dado opción de reducir su Gobierno siguiendo consejos europeos e imitando a Isabel Díaz Ayuso. Si quiere que la coalición continúe como tal han de continuar los mismos ministros, aunque estén quemados o achicharrados, mientras los antiguos devotos de Sánchez son obligados a pagar el pato. Da la impresión de que hasta la propia Yolanda Díaz, que no tiene carnet de podemita pero sí pedigrí de comunista, también le hubiese gustado cambiar el paso y “aglutinar” con extragubernamentales como Mónica García o Ada Colau pero el comunismo podemita fosiliza a sus protagonistas de tal manera que Yolanda, como más auténtica, quizá quisiese regresar al comunismo que muere de aburrimiento y de pobreza pero los herederos de Podemos prefieren predicar sus propias propuestas de pobreza y librarnos del aburrimiento con sus números cómicos, como lo del lenguaje inclusivo o el cambio de sexo como gestión puramente administrativa.

Dentro de la comicidad podemita se mantiene y destaca un comunista de salón como Alberto Garzón, que se mantiene en el Gobierno por el afán de no dejar ningún fleco suelto en la cortina roja. Estos ejemplares de comunistas de salón solo proliferan en los países democráticos hasta que consiguen que dejen de serlo y no se ocupan, mientras tanto, de la redención del proletariado sino de la alimentación de los burgueses, procurando que no se excedan en la ingesta de carne, de jamón de Jabugo o de aceite de oliva. Como es natural, sus opiniones y consejos ministeriales molestan a agricultores y ganaderos como, en su día, molestaron sus despectivos comentarios sobre el turismo. El problema que tiene Pedro Sánchez, desacreditado por su flaqueza en la defensa de la unidad nacional y del prestigio internacional de España, por su indiferencia frente a los ataques al idioma español, a la separación de poderes y a la independencia de la justicia, es que se ha visto obligado a reaccionar con mayor diligencia para defender los chuletones de ternera y hacerse perdonar por las madres reducidas a cónyuges gestantes, como si se tratase de vientres de alquiler. Hay quien sueña que en otras inimaginables crisis de gobierno pueda librarse de esta gentecilla que solo es soportable porque España forma parte del área del euro. Porque como estos personajes tuviesen facultades para mantener el cambio de las pesetas, cuya validez acaba de terminar oficialmente, ya estaríamos a niveles de Venezuela. Pero no hay que engañarse. Estos son los socios intocables de una indignidad política galopante.

Carmen Calvo, bonita, la mataron las ultrafeministas; a Arancha González Laya, Marruecos; a José Luis Ábalos, Venezuela; a Isabel Celaá, el presidente de una asociación de padres de alumnos; a Juan Carlos Campo, los jueces y a Pedro Duque, un satélite descompensado, pero a los intocables no los mata nadie, aunque mande Bolaños. Son el último parapeto tras el que se mantiene inmóvil Pedro Sánchez por temor a una moción de censura en la que le fallen sus indultados catalanes, que ya no saben con quien se sentarán en la inefable mesita. Esta crisis, aparentemente espectacular, no ha liberado a Sánchez de sus amarras sino de sus amigos. Sigue siendo un presidente cautivo que frena los impulsos de recuperación de una nación libre.

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