Un país temeroso ante los abusos

Pedro Sande García

 

Han pasado varias semanas desde que el gobierno publicó los tramos horarios por los que se regularán las nuevas tarifas de consumo eléctrico. Después de dicha
publicación se generó una enorme cascada de chascarrillos y comentarios divertidos, lo cual fue una clara demostración de que somos un país con un gran sentido del humor.

Con toda seguridad, esa enorme exhibición de ingenio y alegría es el contrapeso al
sentimiento tan negativo que solemos tener de nuestro país.
Los españoles somos portadores de muchas cualidades con las que tenemos que
sentirnos muy orgullosos: somos un país con un alto sentimiento de solidaridad, tenemos una capacidad de improvisación que me atrevo a decir que es insuperable, somos un país alegre y divertido, mantenemos una estrecha y continuada relación con nuestros amigos y familiares y el contacto social es algo fundamental en nuestras vidas.

Podría seguir citando una larga lista de bondades, seguro que a ustedes se les ocurren otras muchas con las que podemos sentirnos muy satisfechos. De la misma manera que estas cualidades nos producen satisfacción también tenemos algunos defectos con los cuales no podemos sentirnos muy orgullosos: poseemos una ilimitada capacidad de autodestrucción de nuestro país, somos un país corrupto a todos los niveles, pese a
nuestra capacidad de improvisar somos unos nefastos emprendedores y nuestra
disposición para el dialogo, en la discrepancia, suele terminar en una desagradable
confrontación dialéctica. Si aumentamos nuestra capacidad para sentirnos orgullosos e incrementamos la disposición a la autocrítica podremos construir un país en el cual todos nos sintamos cómodos.

Hay dos grupos de individuos que, aunque lejanos ideológicamente, tienen una
cercanía que ellos no son capaces de vislumbrar; la reacción de ambos al leer las líneas
anteriores de este artículo es similar. En primer lugar me voy a referir a los que llevan el patriotismo a los límites de la idolatría, son los que piensan que somos el país más grande del mundo (y no se refieren a la extensión), los que reclaman que nuestro futuro debe ser como nuestro glorioso pasado. En contraposición están los que todo el día se lo pasan criticando a nuestro país y demonizando todo lo que en el ocurre, son ese grupo de gente que nunca entenderé cual es la razón de que no hayan pedido asilo en algún otro lugar.

Es posible que en ambos casos, con lo leído hasta el momento, les saldrá un sarpullido, algo que no siento.

A lo largo de la historia hemos demostrado que somos un país de contrastes. Si
analizamos lo ocurrido en los últimos tiempos podremos ver que hemos sido capaces de salir todos los días a los balcones a aplaudir a nuestros sanitarios y hemos llegado a tener un comportamiento ejemplar durante un terrible período de confinamiento, y de repente, cuando el peligro aún sigue acechándonos, salimos a celebrar con desenfreno cualquier cosa, y tiramos por la borda lo conseguido durante los meses de duro encierro.

Seguro que algunos de ustedes harán imaginarias comparaciones con el comportamiento de otros países, yo no lo haré, no pretendo que seamos mejores o
peores que los demás, prefiero que antes de esa inútil competición centremos el esfuerzo en mejorar nuestra conducta en muchos de los aspectos citados anteriormente, lo cual nos permitirá sentirnos más orgullosos como grupo y por lo tanto como país.

Llegados a este punto se preguntarán ustedes a que me estaba refiriendo con el
título de este artículo «Un país temeroso ante los abusos», encabezamiento que tiene una relación directa con el primer párrafo que han podido leer y que se refería a la nueva regulación tarifaria de la energía eléctrica. Quisiera recalcar «energía eléctrica» dado que en muchas lecturas puedo ver «el precio de la luz», un error de bulto ya que la luz no tiene precio en sí, que yo sepa no tenemos que pagar por encender una vela y sí por encender una lavadora, la televisión, cargar el teléfono móvil y pasar la aspiradora además de encender las bombillas que nos iluminan. Según un informe de FACUA el precio de la energía eléctrica ha subido, en España, en el pasado mes de abril un 46,4%.
En los últimos diez años el precio de la energía eléctrica, también en España, se ha
incrementado un 76%, el doble que en la UE. Como siempre ocurre en nuestro país,
seguro que esta información genera innumerables comentarios partidistas y todo tipo de argumentaciones entre los seguidores de los dos partidos que han gobernado el país en los últimos años. Y los que no han gobernado dirán que si ellos hubieran estado nada de esto hubiera ocurrido. No voy a entrar en un debate estéril, la realidad es la que es y las puertas giratorias también.

La factura de la energía eléctrica es uno de los mayores galimatías que nos podemos encontrar como consumidores. Estoy convencido que es así para que cada vez que la leamos, nuestra desesperación nos lleve a dejar de intentarlo. Dicha factura es una
de las mayores tomaduras de pelo a la que estamos sometidos, tanto en su entendimiento como en el abusivo precio que pagamos. Y que hacemos los clientes y los consumidores, que hacemos los ciudadanos de este país. Hacemos gracietas, cuando lo natural sería que nuestras quejas y protestas se oyeran en los confines más lejanos del mundo.

No voy a gritar aquí «a las barricadas», muchos podrían pensar que estoy alentando a las masas a la revolución violenta y, mediante alguna ley, me confinarían a pasar un tiempo entre rejas, eso sí, no tendría que preocuparme por el precio de la energía eléctrica. Lo cierto es que seguimos aceptando una situación intolerable y no hacemos nada por intentar cambiarla, como si tuviéramos temor ante la protesta. Un temor que nos deja paralizados y una característica, nada bondadosa, de los españoles: protestamos, gritamos y gesticulamos pero a la hora de la verdad no tomamos ninguna acción dirigida a revertir los abusos a los que nos someten. ¿Tenemos alternativas de protestas con las que intentar revertir esta situación? Estoy seguro de que las hay, y dentro de los márgenes de la ley.

Muchas veces he pensado que ocurriría si todos los consumidores devolviéramos el
recibo de la energía eléctrica y luego lo abonáramos dentro de los plazos legales, lo cual no nos causaría ningún perjuicio pero seguro que si a las compañías eléctricas y, ya de paso, a las entidades financieras. Además tendría sentido hacerlo, nuestra acción estaría dirigida a que nos explicaran el contenido de los diferentes epígrafes que se reflejan en la factura.

Creo que somos un país que en muchos momentos hemos demostrado suficiente
valentía, por favor que nadie se tome esta afirmación como una oda patriótica, y esa es la razón por la que me cuesta entender lo temerosos que somos cuando abusan
colectivamente de todos nosotros. Y todo esto está ocurriendo en unos tiempos en los que tenemos libertad para opinar, y cuando tenemos un marco de convivencia que nos permite quejarnos ante injusticias y atropellos.

Es una situación que no se puede cronificar, eso espero, y en algún momento habrá que empezar por alguno de los abusos con los que nos atropellan a diario: subidas de las tarifas telefónicas cuando tenemos precios pactados, colas a la intemperie en los
bancos a los que hemos dado nuestro dinero, y, por supuesto, sin olvidar la tarifa
eléctrica.

Mientras no hagamos nada seguiremos haciendo gracietas, a la vez que algunos seguirán abusando y burlándose de nosotros.
Sigan cuidándose.

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