El día 22 de noviembre se celebra el Día de Santa Cecilia, la patrona de la música y los músicos- también de los poetas y los ciegos-, cuyas iconografías nos presentan a una joven arrobada escuchando armonías celestiales o interpretando melodías de divina inspiración en el órgano, instrumento atribuido a Ctesibio que ya aparece en la antigua Alejandría o también el laúd, acompañada de ángeles que los sostienen o que sujetan las partituras y ropajes de una de las santas más populares, a pesar de que poco se conoce de ella. Parece ser que nació en Roma en el seno de una familia ilustre y que se convirtió al cristianismo siendo martirizada por su fe, algo que la ensalzó como ejemplo de mujer cristiana en un tiempo en que sólo los mártires eran considerados santos, difundiéndose así un culto que permanece hasta la
actualidad.
También parece que Santa Cecilia había demostrado un espíritu sensible hacia la
música, por lo que su nombre se convierte en símbolo de la misma. “Orfeo puede encabezar la raza salvaje, pero la radiante Cecilia obró el gran milagro cuando su órgano vocal recibió el aliento y un ángel la oyó confundiendo el cielo con la tierra”. Son las palabras del poeta John Dryden recogidas en la “Canción del Día de Santa Cecilia”– “Song for St. Cecilia´s Day”- y que vienen a diferenciar el tiempo de las prácticas musicales de las civilizaciones antiguas entre las que podemos incluir las de la Hélade en donde la música se relaciona directamente con el culto a los dioses paganos como Afrodita, Apolo, Hermes o el propio Dionisos dirigiendo el coro de bacantes y celebrando los goces de la vida… todos los que constituyen esta “raza
salvaje” que también nos alimenta (no olvidemos que lejos del puro deleite sensorial se establecen aquí principios teóricos, estéticos, prácticos…fundamentales) frente al depurado mundo de la música vocal cristiana que en sus albores utiliza la palabra bíblica como elemento aleccionador transmitiéndola a los fieles a través de un único canto, el espiritual “canto llano” o gregoriano, sin el que no podríamos construir el andamiaje de nuestra exclusiva expresión musical culta occidental.
Además, Santa Cecilia, se nos muestra inspiradora de gran número de creaciones artísticas, sobre todo en el S. XVII cuando encuentran su tumba y sus restos en la
Basílica de Santa Cecilia en el Trastevere. Surgen así pinturas, esculturas y también obras musicales que desde entonces se relacionan con la santa, entre ellas el Laudate Ceciliam de Henry Purcell, un canto de alabanza con voces e instrumentos; el Himno a Santa Cecilia de Herbert Howells, una canción romántica que ensalza la música inmortal; la Oda para el Día de Santa Cecilia, escrita por Händel unos años antes de componer el oratorio El Mesías y en la que se encuentran atisbos de sus célebres pasajes o el Himno a Santa Cecilia de Benjamin Britten, un ruego a que la inspiración musical sea puente entre lo finito y lo infinito, entre lo corpóreo y lo inmaterial.
Dicen que en medio de los hombres hay algunos especialmente justos, que pueden hacer algo por los demás y que estos hombres son los santos. En esta intersección, en este puente, invoquemos a la Santa de la Música para que proteja nuestros
pasos y también para que nos ayude a poner fin a este tiempo oscuro de enfermedad y
confusión que nos asola. Que la radiante Cecilia obre este milagro.