“Pie Jesu Domine/ Dona eis réquiem”.
“Dona nobis Pacem” es el título con el que el compositor gallego Juan Durán rinde homenaje a las víctimas del COVID19 y que sonó en estreno absoluto el pasado viernes en el Coliseum con la Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida por Dima Slobodeniouk ante un público de tan sólo sesenta personas, siguiendo las rigurosas medidas de seguridad que limita a esta cifra el aforo en este tipo de eventos. Una obra de carácter elegíaco que lamenta- como en el “planctus”- la muerte del ser querido, lo mismo que en las antiguas formas poéticas grecolatinas- y quizás desde los Amores de Ovidio- que se incorporan después al contexto musical, presentándonos la idea de la música asociada a la muerte dentro de nuestra tradición culta occidental marcada por una indiscutible influencia religiosa: desde el Dies irae, en el que se describe el Día del Juicio Final hasta las misas de Réquiem, con magníficos ejemplos como los de Wolfgang Amadeus Mozart, Berlioz, Verdi, Dvorák o las más actuales de Britten,
Kabalesvski o Fauré.
El maestro Durán mantiene así viva la idea de una tradición secular que se muestra aquí con una música serena, consoladora y transmisora de tranquilidad y paz, en la
que una orquesta de cuerdas, breve y descriptivamente, perfila un tiempo de tránsito hacia la gloria. Una nebulosa ambigüedad modal en los violines precede a la aparición de la hermosa melodía- también dolorosa- cada vez más poderosa sobre los punteos del arpa antigua, como latidos que se mantienen aún entre los melancólicos solos del chelo y la viola y hasta que en un milagro armónico, la claridad se pronuncia con el modo mayor abriendo un sendero hacia la luz, delicada y suavemente. Música exenta de todo dramatismo, íntima e introspectiva a diferencia de otras composiciones en las que Durán nos muestra toda la plenitud de la orquesta, ofreciendo así una nueva faceta en el tratamiento de texturas y tímbricas.
Un minuto de silencio, sin aplausos, siguió a la magnífica interpretación orquestal otorgándole a la obra, si cabe, mayor emoción. El programa de concierto, el tercero de la temporada regular de la O.S.G, se completó con la interpretación de la Sinfonía Nº 4 en Mi menor, Op. 98 de Johannes Brahms; una obra de atmósfera amplia y melancólica y “de ambiente de otoño” que transcurre en cuatro movimientos: El Allegro non troppo, con su marcada melodía, el Andante Moderato, que nos sumerge en la serena atmósfera de una balada, entonando la trompa el tema que se repite alternativamente entre cuerdas y vientos; el Allegro Giocoso de exuberante
comienzo y el Allegro enérgico e passionato en el que los instrumentos atacan el motivo que se repite con variaciones: vacilante la primera, la segunda, retomando la idea principal; de movimientos vivos de la tercera a la sexta; de la séptima a la novena, con momentos culminantes que conducen hacia el reposo total para sucederse el expresivo solo de flauta, el canto alternado entre el clarinete y el oboe, los suaves sonidos de las trompas y la repetición del tema sobre el contrapunto de la cuerda hasta comenzar la coda.
Un magnífico concierto y todo un canto a la esperanza, ya como apuntaba John Cage: “No hay eso que llamamos espacio vacío o tiempo vacío. Siempre hay algo que ver, algo que escuchar. De hecho, por mucho que intentemos crear silencio, no podemos”.