José Carlos Enríquez Díaz
Según el relato del Génesis, el dolor y el sufrimiento en este mundo aparecen como el resultado del pecado de nuestros primeros padres contra las leyes de Dios, que son la clave de la armonía en el universo. Cuando se infringen las leyes divinas el sufrimiento, el dolor y el desorden aparecen. Pero a pesar de todo esto muchas veces nos preguntamos por qué nos vienen algunos sufrimientos y aflicciones que no merecemos.
A estas preguntas podemos encontrar una lección que brota del libro de Job, en la que Dios nunca le cuenta el reto que Satanás le había presentado, y el permiso que Él le había concedido al adversario para que le hiciera daño a Job. Dios sabe absolutamente todo en cuanto a nuestras aflicciones y pruebas aunque en algunos casos no se nos revelen las causas o las razones.
Meditemos las palabras de san Pablo y entonces descubriremos para qué nos suceden las pruebas que afrontamos. Pablo escribe: “Y no sólo esto, sino que hasta de las tribulaciones nos sentimos orgullosos, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia produce virtud sólida y la virtud solida esperanza. Una esperanza que no engaña porque al darnos el Espíritu Santo, Dios nos ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rm 5,5)
En la noche oscura del alma se sufre, se gime, pero se crece.
Muchos personajes bíblicos vivieron esta experiencia a la que convenientemente se le llama desierto.
Por momentos desde el dolor y el sufrimiento, pensamos en una incomprensible crueldad, como si Dios nos dijera: “arréglatelas como puedas” Muchas veces nos culpamos buscando respuestas al proporcionado “castigo” que nuestra obstinación merece. Pero en un oráculo cargado de esperanza, Dios proclama en el libro de Isaías: “Era como una esposa joven abandonada y afligida, pero tu Dios te vuelve a llamar y te dice: por un pequeño instante te abandonaré, pero con bondad inmensa te volveré a unir conmigo. En un arranque de ira, por un momento, me oculté de ti, pero con amor eterno te tuve compasión». (Is 54: 6,8).
Tal vez este pasaje permita acercarnos a la estrategia de Dios.
Dios nos quiere adultos y maduros para hacernos un instrumento suyo.
Tenemos un ejemplo en el rey David, que al enfrentarse al gigante Goliat, tomó cinco piedras lisas del arroyo ( 1 Samuel 17,40), Cuánto tiempo y cuantos golpes han pasado esas piedras para llegar a ser cantos rodados, cuánta agua las ha golpeado y llevado de un lado a otro. Llegaron a estar así tan tersas de tanto rodar y chocar con otras piedras con la fuerza del agua. David escogió piedras lisas para que no se alterara la trayectoria al ser arrojadas. Tenían buena dirección; eran piedras formadas. Para nosotros lo importante de todo esto es ser piedras vivas, como instrumentos de Dios, formado, liso, sin aristas, capaz de ser lanzado para destruir cualquier gigante. La principal preocupación del hombre ante el sufrimiento no es hallar una explicación; es lograr una victoria. No es elaborar una teoría; es echar mano de la fe y del poder de Dios. José no llegó a servir con éxito y eficacia como segundo en el reino de Egipto simplemente por buena suerte. El relato bíblico nos da evidencia suficiente del intenso sufrimiento por el que tuvo que pasar, Sin embargo, nunca permitió que el sufrimiento lo paralizará. Tampoco se dedicó a compadecerse a sí mismo por el dolor y la aflicción. Superó su aflicción y su actitud positiva le sirvió para que su amo y dueño lo pusiera a cargo de toda su casa.
Para hacer frente a las pruebas también tenemos el ejemplo de Jesús en el Sermón de la cena. En el momento más difícil de su vida mostró una serenidad y una paz imperturbable y de allí se dirigió a Getsemaní.
Jesús Pasó muchas noches en oración. Desde el principio de su ministerio lo vemos seguir esta práctica.
Quedarse quieto y orar no significa ser pasivo y aceptar sin más el destino. Quedarse quieto es un acto de fe, es descansar en Dios, el fin de todas las preguntas, dudas y esfuerzos inútiles.
Jesús en vísperas de los grandes sucesos se entrega a un tiempo prolongado de oración en comunión con el Padre. (Lc 6,12). Pero ninguno de los acontecimientos de su vida se puede comparar con la oración en el Monte de los Olivos, pues en ese instante Jesús siente real y verdadera tristeza, una tristeza infinita hasta sudar gotas de sangre, pero sabemos por San Pablo que nuestro redentor tenía que ser probado en todo menos en el pecado ( Heb 4,15).
Jesús enfrentó el sufrimiento con valentía y entereza. Encontró su propósito en Sus sufrimientos: “por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (heb. 12: 2)
Es posible que a nosotros en algunas ocasiones de nuestra vida no se nos aparte el cáliz y también nos veamos obligados a beberlo, pero tendremos con la ayuda de la oración, la fuerza necesaria para beberlo sin desfallecer. La oración no vuelve del cielo nunca vacía. Dios siempre responde a nuestras oraciones. Podrá ser que en algunas ocasiones no cambie el curso de nuestras vidas, pero nos cambia a nosotros, y eso es lo que realmente importa. Como dijo Paul Claudel, “Jesús no vino para explicar el sufrimiento o para evitarlo. Vino para llenarlo de su presencia”. Los creyentes tenemos la ventaja de saber que contamos con la presencia amorosa de nuestro Padre Dios, lo que puede consolarnos mucho más que saber por qué sufrimos.
El doloroso acontecimiento de Jesús en el Monte de los Olivos nos brinda muchas enseñanzas. Es posible que nos esperen muchas pruebas y tribulaciones, pues no hay vida humana sin sufrimientos, pero aunque tengamos que derramar gotas de sangre recitemos la oración: “padre: no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26:39).