Pasados unos días y tras conocer los nombres de los que forman parte de las candidaturas para las elecciones autonómicas y a pesar de la anulación de la celebración de las mismas siempre viene bien una reflexión sobre la política actual que es, a grandes rasgos, un poco como ‘Juego de tronos’: vestirlo todo de apariencia de cambio para que en el fondo pocas cosas cambien. No hay trono ya, pero la rueda sigue girando. No hay siete reinos, pero hay rey. No hay caminantes blancos, pero sigue habiendo miedo. No hay esclavistas, pero sigue la opresión.
La ejecutiva provincial del PSOE ha decidido “pasar” del mandato de la asamblea de afiliados de Ferrol y ha colocado a Manuel Santiago en la tercera posición en su propuesta de la lista electoral para las elecciones autonómicas del mes de abril, en lugar de Bruno Díaz, que fue el que obtuvo el apoyo mayoritario de los militantes en una asamblea celebrada el pasado martes, 25 de febrero. Bruno Díaz logró 75 votos a su favor (79,79 %) y Manuel Santiago 19 (20,21%), de un total de 94 asistentes. Según un diario gallego, Gonzalo Caballero retoca la lista en Pontevedra y coloca en teóricos puestos de salida a la periodista viguesa Noelia Otero Lago. “Se trata de una apuesta personal del líder de los socialistas gallegos para la lista de esta provincia que él mismo encabeza.” Tampoco olvidamos que al alcalde de Ferrol, Ángel Mato, se le impusieron dos candidatos desde Madrid en su lista. La diferencia está en que en esta ocasión Beatriz Sestayo ha sabido trabajar la militancia y le ha ganado el pulso a Mato respetándose así la decisión de los militantes desde la ejecutiva gallega. Eso sí, después de que Gonzalo Caballero tomara una decisión salomónica quedando fuera de la lista candidatos que han obtenido más votos que el candidato propuesto por el alcalde Ángel Mato.
No olvidemos que la propuesta de la ejecutiva de Beatriz Sestayo se impuso de manera abrumadora a la realizada por Ángel Mato para elegir los candidatos a las listas de las autonómicas. Quedando claramente demostrada la ausencia de liderazgo y la incapacidad de impulsar un proyecto político del alcalde de Ferrol.Está claro que los afiliados han perdido importancia para los partidos políticos, hasta el punto que cada vez tienen menos capacidad para poder influir y participar en las organizaciones políticas en las que militan. Y eso pese a que son muchos las normativas jurídicas que abogan por la democracia interna en este tipo de organizaciones.
También existe la posibilidad de que los dirigentes de un partido, en un momento determinado, tengan mucho interés en frenar el aumento de la afiliación, o por el contrario, incrementarla (Kirchheimer, 1969: 250). Cuando se tiende a poner barreras o hacer que los partidos sean menos permeables es porque los dirigentes perciben a la militancia como una amenaza para el control de la organización, sobre todo en periodos de conflictividad interna; o porque consideren que si los afiliados tienen a su disposición mecanismos de participación en decisiones internas, pueden poner en peligro la cohesión interna de los partidos.
La realidad ha demostrado que en el interior de los partidos políticos existe una tendencia “natural” hacia la oligarquía que tiende ahogar cualquier espacio abierto al diálogo y al intercambio de ideas.
La senda que conduce a la corrupción y al abuso de poder se inicia muchas veces cuando un ciudadano decide militar en un partido político, en algunos casos con buena fe, con deseos de ayudar, pero ignorando que penetra en un espacio peligroso, regido por leyes y reglas profundamente antidemocráticas y escasamente éticas, incompatibles con la dignidad humana y el verdadero progreso.
Los fundadores de la democracia lo tenían claro y rechazaban los partidos políticos porque los consideraban poco menos que organizaciones mafiosas e incapaces de anteponer el bien común a sus propios intereses. Así pensaban Robespierre, Dantón y casi todos los teóricos y revolucionarios franceses de finales del XVIII. El rechazo a los partidos todavía era más intenso en Jefferson y casi la totalidad de los fundadores de la primera gran democracia del mundo: los Estados Unidos de América, conscientes de que los partidos políticos ponían en peligro el sistema porque tendían a apoderarse del Estado, a monopolizar el poder y a someter a los ciudadanos.
Cuando entras como militante en un partido te das de lleno con un mundo siniestro donde los valores están trastocados. Allí no se hace carrera sirviendo a la verdad y a la propia conciencia, sino sometiéndose a los criterios y deseos del líder. Cuando cometes un error, alguien te dice al oído: «mejor olvídalo porque no te conviene que se sepa y si se publica perjudicaría al partido». Así nacen los grandes cánceres internos que convierten a los partidos en auténticas escuelas de gregarios mediocres sometidos y, en algunos casos, de déspotas, corruptos y hasta delincuentes. Siempre hay alguien en el partido que te dice que «la ropa sucia se lava en casa», mientras que otros proclaman ideas tan antidemocráticas como aquella de que «el fin justifica los medios», que «en política vale todo» o que «al enemigo ni agua».
Valores democráticos como la igualdad, la verdad, la limpieza y la Justicia saltan por los aires porque los militantes, después de tanto tiempo pegando carteles y sometidos a las privaciones de la lucha partidista, se consideran con derecho a ser los privilegiados y a ser compensados. Más que demócratas auténticos, los que llegan al poder suelen ser peligrosos verticalistas totalitarios, ansiosos de poder, ávidos de privilegios y perfectamente entrenados para imponer su voluntad a los demás, casi todos ellos ya corrompidos por haber suprimido previamente la verdad, la libertad, la transparencia y el debate de sus respectivas vidas de militantes.
La verdad interna de los partidos es impresentable y amarga, pero irrefutable: si un militante decidiera votar en conciencia, decir la verdad en los debates internos, apoyar al que tenga razón, respetar la soberanía de los ciudadanos y defender la verdadera democracia y los valores, su carrera política quedaría liquidada en un instante.
No podemos quedarnos con los brazos cruzados mientras en el mundo muchas personas no tienen cubiertas las necesidades básicas para subsistir; esto nos haría ser cómplices de su situación. Las causas de la pobreza y las desigualdades cada vez más grandes entre los seres humanos están en decisiones políticas, donde el beneficio de unos pocos prevalece sobre el bienestar de muchos.