José Carlos Enríquez Díaz
La ideología de género es la absoluta negación del sentido común, afirmando que el ser humano nace sexualmente neutro. Esta ideología de género es hija del relativismo y del marxismo. Con tan ilustres antepasados no es fácil que pueda dar a nadie lecciones ni de tolerancia ni de democracia.
La lucha de clases propia del marxismo pasa a ser ahora lucha de sexos, siendo el varón el opresor y la mujer la oprimida. Marx decía este disparate: “Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra”. Marx introduce la dialéctica de odio de la lucha de clases en el seno de la familia para enfrentar a los hijos contra los padres, al presentar a éstos como unos explotadores.
Su amigo Friedrich Engels escribió “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” (1884), en el que se explicaba una de las consecuencias de esa abolición de la familia: “La economía doméstica se convertirá en un asunto social; el cuidado y la educación de los hijos, también”. George Orwell basó buena parte de la historia en su crítica hacia los regímenes totalitarios que ejercían el control total hacia los ciudadanos. Uno de esos personajes claves en la historia de la propaganda política en la Unión Soviética, y que llegó a convertirse en todo un símbolo nacional, fue Pável Morozov, un niño que pasó a la gloria bolchevique por el hecho de haber delatado a su propio padre.
La feminista española Celia Amorós, que no es representante de todo el pensamiento feminista dijo en su momento: “la supresión de la familia es el objetivo fundamental a conseguir. Con el fin de la familia y del tabú del incesto la sexualidad se vería liberada, erotizando toda la cultura”.
La ministra de Educación en funciones, Isabel Celaá, también ha anunciado que habrá una nueva asignatura sobre Valores Cívicos que incluirá feminismo e ideología de género. Esta asignatura formará parte del currículo escolar. Será obligatoria y contará para la media, en tanto que los creyentes nos oponemos firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios morales y creemos que corresponde a los padres educar a sus hijos conforme a sus convicciones (art. 27-3 de la Constitución y 26-3 de la Declaración de Derechos Humanos),
Pues bien, aquella peligrosa doctrina sexual y familiar de los textos clásicos del marxismo, ha regresado hoy: se llama ideología de género. Las ideas dominantes no son forzosamente las ideas justas. Muchas veces la repetición acaba por hacer admitir el error como verdad. Las técnicas de manipulación amenazan cada vez más con convertirse en el secreto del arte de gobernar. Este fenómeno se desarrolla sobre todo al amparo de la ignorancia. La familia no es una simple entidad intermedia, ni creación de la autoridad, sino una realidad social antecedente y condicionadora de la autoridad pública.
Constituye por lo tanto la familia primera, insustituible e inigualable una escuela humana y ciudadana de los hijos.
Esta familia fundada en el matrimonio es objeto hoy en día de un poderoso y organizado cuestionamiento, que debe de calificarse de feroz en la triple acepción de este adjetivo.
La familia se encuentra hoy en el punto más crítico de la gran lucha entre el bien y el mal, que nos presenta el mundo contemporáneo y la sociedad permisivista de hoy en el punto focal de la lucha entre la cultura de la vida y la cultura de la muerte.
Afirman los mentores de la nueva concepción de la vida familiar que esa familia tradicional, consagrada por los siglos, pasó y debe pasar a la historia. Y tiene que ser sustituida. ¿Cómo? Negando la singularidad de la misma e imponiendo la pluralidad de nuevas formas familiares. Nada de sexos debe prevalecer, y de hecho se ha impuesto ya en documentos políticos el término “orientación sexual”, abierto a todas las especies de unión que la nueva morfología familiar abarca.
El vocablo humano, generación y gestación, se va suplantando por la palabra reproducción, término común en los manuales de zoología. Suprimamos por su matiz peyorativo el sustantivo aborto y digamos simplemente interrupción voluntaria del embarazo para centrar la atención en un pretendido derecho de la mujer y apartar la mirada del ser indefenso asesinado en el seno materno.
Continúan los voceros de la antifamilia con su letanía de despropósitos. Para ellos, la familia no es un bien, sino un mal, porque coarta la omnímoda libertad del hombre y somete a éste a obligaciones perpetuas. Y las feministas más radicales no vacilan en concluir que el matrimonio y la familia, tal como los entendió y vivió siempre la humanidad son inventos culturales, sin base natural, montados para imponer los dominios del varón sobre la mujer.
La familia y el matrimonio -añaden- y la nueva morfología familiar son meros asuntos privados, sin trascendencia social ni pública. No le interesan a la sociedad, y el matrimonio es una simple agrupación bipersonal, igual que cualquier contrato bilateral sometido por entero a la voluntad de las partes y por eso resoluble en cualquier momento.
Desde esta perspectiva, llegamos a una encrucijada en relación con el concepto de familia y no podemos y no debemos echar en olvido que desde esta encrucijada de concepciones tan dispares nos jugamos muchas veces la vida personal y social, anudándonos a sendas que, como el aborto o la eutanasia y en ocasiones el divorcio, terminan llevándonos a una ruptura del amor y con el amor.
El amor es donación y no privación, ofrecimiento y no renuncia; es vida y no muerte, es diálogo y no rechazo preconcebido.