José Carlos Enríquez Díaz
La carta europea de Derechos del niño expone: “Todo niño tiene derecho a gozar de sus padres y el padre y la madre tienen una responsabilidad conjunta en cuanto al desarrollo y educación de sus hijos.” El artículo 154 del código civil también indica que: “Los hijos no emancipados están bajo la potestad del padre y de la madre.”
Comprende también los deberes y facultades de velar por los hijos, alimentarlos, tenerlos en su compañía y educarlos. En ambas declaraciones se expone el derecho y la necesidad de los menores de disfrutar y gozar con ambos padres. Pero este derecho de los hijos peligra cuando las parejas deciden dejar de convivir y se separan, pues en la mayoría de las ocasiones esta decisión no es compartida y despierta sentimientos y emociones negativas con una falta de sentido común que dificulta el utilizar la sensatez personal. En algunos casos, la negación de uno de los cónyuges a aceptar la separación y el divorcio provoca sentimientos y emociones difíciles de afrontar y superar, mezclando las responsabilidades y funciones parentales con los problemas de la pareja.
Cuando uno de los cónyuges se siente abandonado, ese sentimiento lo transmite en muchas ocasiones a sus hijos; “nos ha dejado, ya no nos quiere”. Las emociones intensas, el dolor y el sufrimiento algunas veces parecen justificar el derecho a hacer daño al otro progenitor convirtiendo a los hijos en arma arrojadiza. La asignación, por parte del juez, de la custodia a uno solo de los padres, agudiza todavía más los conflictos entre las parejas provocando una lucha entre ambos por la custodia y el cuidado de sus hijos. Mientras uno de los padres continúa haciendo la misma vida que hacía con sus hijos antes de la separación – en la mayoría de los casos la madre- al padre se le despoja de todas sus funciones que tenía y compartía antes de que se produjera la separación entre ambos.
Esto hace que una mayoría de padres separados se sientan simples “tarjetas de crédito” o “padres pagadores” y algunos de ellos no se conformn con estar de espectadores en la vida de sus hijos. La queja más habitual de la mayoría de estos padres separados es la imposibilidad de estar presentes en los momentos en que sus hijos quisieran recurrir a ellos o necesitan su ayuda, y con ello desempeñar un papel relevante dentro de su vida.
En una situación así, en la que el progenitor que no tiene la custodia, se siente insatisfecho con la escasa relación que mantiene con su hijo, sin influencia real en su vida y algunas veces casi sin contacto alguno; de ahí que hay casos en que algunos padres se sientan simples cajeros automáticos.
Después de un divorcio se reparten los bienes, la casa, el dinero y todos los bienes. Pero los hijos no se comparten. Las madres y los padres tienen la obligación y el derecho de seguir conviviendo con sus hijos, de la forma más parecida a como lo hacían antes. Y ante todo es un derecho de los hijos disfrutar de sus progenitores en igualdad. El cuidado de los hijos es una forma de amar. No es una tarea doméstica. Por otra parte, también hay que reconocer que muchas de las mujeres que conservan la guardia y custodia de los hijos y el uso del domicilio conyugal no tienen recursos propios o se ven reducidos para dedicarse a sus hijos. Además, en muchos casos sus sueldos son inferiores a los de su pareja. Es justo para ellas que reciban una compensación y que tampoco se vean abocadas a la ruina.
Con las leyes actuales, la madre tiene todos los recursos para que, por las malas, se quede con los hijos, la casa y parte del sueldo del otro progenitor. Debido a encontrarse en esta penosa situación algunos padres terminan durmiendo en el coche mientras no encuentran casa y sus parejas viven en la opulencia pudiéndose permitir caprichos para ellas, mientras el hombre tiene que volver humillado a casa de sus padres. En todos estos casos deben primar la justicia y la buena voluntad de ambas partes. Grandes dosis de generosidad para no pensar “en qué situación me voy a quedar yo”, sino también en que situación quedará el padre o la madre de tus hijos, porque de ello depende también el bienestar de los niños. Si para fecundar un niño son necesarias dos personas, para educarlo y cuidarlo muchísimo más.
Por otra parte: “¿Qué se pierde al perder al padre o a la madre?”, se ha preguntado el papa Francisco. “Es imposible responder a esta pregunta sin reconocer ante todo, que existe un lazo indisoluble entre paternidad y libertad. Por tanto, al golpear a uno se golpea necesariamente al otro. Oscurecer la presencia del padre o de la madre hasta el punto de negarla significa, para el hijo, renegar de su propio origen, desfigurando profundamente la percepción de la realidad y, en último término, extinguiendo la energía del deseo (primer plano de la libertad) que es despertado por la realidad misma. Pero perder la memoria del propio origen significa también bloquear el camino y el sentido del propio destino…”
Cuando las feministas y algunos partidos políticos reclaman la igualdad verdadera entre el hombre y la mujer es totalmente respetable, pero ganar la “igualdad” dándole derechos a ella a costa de quitárselos al hombre es hembrismo. ¿Es justo un sistema en que las madres puedan decidir, cuando se separan de sus maridos, cuánto tiempo pueden pasar sus hijos con sus padres?
También es muy doloroso y un enorme misterio que, el tiempo que las madres no pueden acompañar y educar a sus hijos, opten por dejarlos al cuidado de terceras personas, vecinos, amigos, canguros, porque se ha decidido de forma arbitraria que ese día no toca estar con su padre. Quizás a algunas personas pueda parecerles superfluo lo que estoy preguntando, pero todo esto es motivo de dolor y sufrimiento para una gran mayoría de hijos que están condenados a una orfandad cruel, una forma de maltrato a los hijos y a los padres, que podría evitarse.
¿Esta situación no debe considerarse un estado de discriminación sexista, amparado por sentencias injustas, paridas por intereses políticos y económicos, alimentados por agresivas ideologías revestidas de falsa igualdad? Esos pequeños momentos que muchos padres disfrutan con sus hijos transcurren en un abrir y cerrar de ojos. La mayoría de las separaciones están llenas de una enorme tristeza, que en algunos casos pueden conducir al suicidio, a pesar de que muchas organizaciones feministas y partidos políticos lo nieguen.
Esa tristeza y ese sufrimiento se hace muchas veces insoportable cuando los hijos preguntan a sus padres en el momento de despedirse: “Papa, ¿y no puedo quedarme un poquito más…?” o “¿no podemos vernos esta semana?”. No, hijo, no, hasta dentro de 15 días no toca…
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