Por Gabriel Elorriaga F.
Es muy difícil confiar en una campaña como la de Pedro Sánchez consistente en personalizar en sí mismo la necesidad de un Gobierno con un dilema: o me votan los progresistas o se abstienen los derechistas. En uno u otro caso yo gobernaré en solitario. Los derechistas deberán apoyarlo por un deber de patriotismo. Para que no se vaya con los otros. Los “progresistas” por afinidad. Lo que no sabemos es en que consiste ese espejismo progresista que permite cuajar en la misma salsa a los que quieren desintegrar territorialmente a España con los que se proponen dinamitar la estructura económica de España. Si populistas y separatistas son capaces de renunciar a sus metas y se conforman con evitar un Gobierno inclinado a la derecha, el famoso “progresismo” se queda en un conjunto de manías más o menos ridículas.
El progresismo puede consistir en renunciar al instinto de reproducción y preferir las familias monoparentales. No ser propietario de ningún domicilio y preferir la vivienda de alquiler. No utilizar coche con combustible diésel. No comer carne ni pescado. No leer nada en papel sino todo en pantalla. Despreciar la música sinfónica y la pintura figurativa. No usar corbatas. No bailar agarrado. No entender de futbol. No ir nunca a los toros. No haber visto ninguna película de Garci. Odiar a los americanos del norte y a los israelitas. Creer que la filosofía oriental es superior a la de Occidente. Así se podrían enumerar una serie indefinida de manías pijas para sentirse calificado como “progresista” sin comprometerse con ninguno de los asuntos apremiantes de los que depende la clase de gobierno que necesita España en nuestros días: la unidad nacional y la desaceleración económica. O dicho de manera más clara: crisis y Cataluña.
El partido social-sanchista ha demostrado que no ofrece soluciones ni en uno ni en otro asunto. Sus preferencias hacia lo que llama “progresismo” son congraciarse con los populismos neomarxistas y hacer que no ve los desafíos separatistas. La amenaza de crisis es solo para él un “enfriamiento económico”, algo así como un catarro pasajero, y el separatismo es consecuencia de una falta de diálogo. Progresismo auténtico sería avanzar en acuerdos de Estado formalizados con el constitucionalismo institucional y con la libre iniciativa emprendedora. Pero Sánchez no desea tal cosa y lo reitera en todos sus discursos programáticos. Él pretende una complicidad con los que quieren desintegrar España y con quienes pretenden contaminar la economía laminando las iniciativas privadas y aplicando una fiscalidad asfixiante a los ciudadanos medios. Por muchas banderas rojigualdas y europeas con las que adorne sus escenarios, este es el panorama que presenta como “progresista”. Pero si los progresistas cometen el pecado, como vienen haciendo, de no sumarse a su mayoría minoritaria tendrían que ser los partidos de la derecha los obligados a mantenerlo en el poder como premio a su “progresismo” moderado de líder incombustible.
Con su programa de fiscalidad creciente y libertad menguante solo puede aliarse con partidos de izquierda que no lo quieren o con nacionalistas que lo detestan. Va camino de un nuevo bloqueo porque ni su criterio tributario ni sus alianzas territoriales permiten otro horizonte. No puede girar al centro ya que sin populismo y separatismo no suma. Dada la resistencia de Sánchez a corregir el espejismo de considerar “progresista” a toda la marabunta que le apoyó en una moción de censura y lo abandonó en la investidura y su intención de proscribir como retrógrada cualquier coalición, pacto o acuerdo con su derecha, las próximas elecciones se presentan como otro callejón sin salida. Salvo que suceda lo que debiera suceder y acaso suceda. Esa tendencia detectada en los sondeos a que se mantenga dificultosamente en su engreída soledad como el partido más votado y más progresista que ninguno pero sin comprender las urgencias de España en esta hora. En tal caso ganará pero no gobernará. Quizás sean otros, capaces de entender con más generosidad y menos personalismo la política, quienes asuman la responsabilidad de constituir un Gobierno para la mayoría de los españoles.