Gabriel Elorriaga F.
No se si marear la perdiz es un arte de cazadores o de cocineros. En cualquier caso supone perder bastante tiempo en torno al sabroso volátil, bien sea para mejor cazarla o para escabecharla mejor una vez cazada. Pero, hablando metafóricamente, quiere decir darle muchas vueltas en vano a un asunto para terminar haciendo lo previsto. Así mareó Pedro Sánchez durante cinco meses a las perdices de Unidas Podemos con el cuento de investidura o elecciones o de Gobierno de coalición o de cooperación, hasta llegar a estos días finales en que terminaba el plazo para meter a la perdiz en la cazuela electoral.
No tiene fácil explicación porque ha sido conveniente o inconveniente perder tanto tiempo un Gobierno, entre funciones y vacaciones veraniegas, manteniendo abierta la inestabilidad institucional, con escaso diálogo con el llamado hipócritamente “socio preferente” y ningún otro diálogo con los grupos parlamentarios de oposición con capacidad de votar en una sesión de investidura. Hace meses, obtenida diligentemente la venia de Su Majestad el Rey para presentar su candidatura Pedro Sánchez y resultar tal candidatura fallida en primera instancia, lo pertinente era proceder diligentemente a la segunda instancia de simple mayoría en el plazo más breve posible o confesar la incapacidad para lograr más “síes”, que “noes” y dar paso a otro candidato, si lo hubiere, o proceder a la repetición del proceso electoral.
Una explicación cruel y arriesgada fue la intención de desplumar, macerar y presionar despiadadamente a las pobres perdices de Unidas Podemos hasta lograr, en el último minuto, que el izquierdismo panoli se sintiese forzado a otorgar sus votos “gratis et amore” al galán que las chulea. Esta explicación estará aún abierta por unas horas hasta que Su Majestad tenga constancia oficialmente de lo que ya sabe como todos los españoles. Es decir que no existe voluntad para que el llamado sector “progre” se una para apoyar un gobierno “progresista” y que solo cabe esperar que se traguen un gobierno de partido único.
La explicación más razonable no es esta sino que Sánchez cuente con las encuestas a su favor en fase creciente, por ser el personaje más conocido en cuanto que su rango de presidente en funciones le adjudica una inevitable cuota de pantalla en el medio televisivo inalcanzable por cualquier otro aspirante al cargo. La confianza en esta perspectiva le permite deducir que estará óptimamente situado para unas futuras elecciones que le permitan continuar libre de algún lastre para cumplir una legislatura más despejada. Con otros dos meses, hasta el diez de noviembre, un cierto grado de crecimiento a costa de la perdiz mareada de Podemos le permitirá plantear un Gobierno exclusivamente socialista con mayor estabilidad y decencia. Este probable movimiento electoral produciría una tendencia similar en la derecha donde un Partido Popular también podría recrecer a costa de Ciudadanos pero no hasta tal grado de constituir una amenaza porque parte de más abajo y con un líder en fase de maduración. Pero en todo caso, el crecimiento mayor o menor de los partidos tradicionales marcaría una resurrección del bipartidismo que siempre es bueno para el equilibrio democrático.
El talón de Aquiles de esta perspectiva es que tantos meses de Sánchez lo han configurado como un cansino mal menor. Una oferta de más de lo mismo que puede producir hartazgo antes de haber cuajado. A la vista tienen los españoles un Gobierno gastado en la inoperancia cuyos fichajes con una mínima solvencia, Nadia Calviño y José Borrel, se les ve con más ganas de salir que de quedarse. ¿Se imaginan este modelo de Gobierno sin Borrel y sin Calviño? ¿Sin la contención de vivir con el presupuesto de Montoro prorrogado? Un Gobierno dispuesto a arrancar con las 370 medidas programáticas del PSOE sin una sola previsión sobre como avalarlas económicamente. El efecto Sánchez ya arrastra una desaceleración evidente, con baja del empleo, del turismo, de la venta de automóviles y demás síntomas de una crisis larvada a la que contribuyen conflictos externos, batallas arancelarias entre las grandes potencias, dislates como el Brexit, Alemania cercana a la recesión, etcétera. Circunstancias que no son exclusivas de Sánchez, como tampoco la crisis de 2008 fue exclusiva de Zapatero. Pero la mano de Sánchez, como fue la de Zapatero, puede ser “la mano que mueve la cuna”.
Subir los impuestos, gastar más en subsidios y perseverar en la mala ingeniería social del progresismo es la receta previsible de Sánchez. Blindar las pensiones en la Constitución como si las cuentas se nivelasen con palabras y no con cálculos para hacerlas sostenibles. Sentencia del Supremo antes de noviembre. Cataluña ¿se acuerda Sánchez de Cataluña? La insolvencia y la improvisación amenazan a una nación que aún sigue su marcha con la inercia que le permite avanzar sin Gobierno o, lo que tiene más mérito, con un mal Gobierno. El efecto Sánchez, por demasiado conocido, puede resultar contraproducente. Que las pobres perdices de Podemos terminen mareadas por Sánchez no quiere decir que todos los españoles estén mareados. Siempre se puede esperar sorpresas de una nación fabulosa que sobrevive a todas las acechanzas de la historia.