José Manuel Otero Lastres
En su más que perezosa actividad para lograr la investidura como presidente del Gobierno (la situación actual de ser presidente en funciones sin rendir cuentas al Parlamento le va como anillo al dedo), Pedro Sánchez acaba de poner en marcha una iniciativa que tiene que ver con la última investidura de Mariano Rajoy. Como se recordará, tras el cese del propio Sánchez por el PSOE porque se aferraba al «No es NO», la Comisión Gestora de este partido decidió que 66 de sus diputados se abstuvieran para que Mariano Rajoy fuera investido como presidente del Gobierno.
Pues bien, esos 66 congresistas del PSOE acaban de dirigir una carta al PP invitándolo a hacer lo mismo que hicieron ellos, invocando al efecto el espíritu de la Transición. «Los que firmamos esta carta -dicen los interesados- sabemos bien lo difícil que es hacer el camino que os pedimos que hagáis, pero es posible hacerlo, y es honorable».
Con independencia de que, como es lógico, no firme la carta , el señor Sánchez, que ocasionó el bloqueo de entonces y es el actual candidato a la investidura, lo cierto es que, miradas las cosas en abstracto, un partido de gobierno y que pretende la estabilidad institucional, como es el PP, debería favorece siempre la investidura del candidato del partido de gobierno rival si con ello evita que éste pacte con golpistas y filoterroristas. O dicho más claramente: para España siempre será mejor que Sánchez sea presidente pactando con aquéllos, como el Partido Popular o Ciudadanos que nunca le van a pedir como contrapartidas que rompa la unidad de España.
Sin embargo, si en la presente investidura el PP decidiera abstenerse, debería hacerlo exigiendo contrapartidas. En efecto, el artículo 99 de la Constitución al regular la investidura habla de obtener la confianza de la mayoría de los miembros del Congreso. Pues bien, así como cuando los 66 del PSOE que apoyaron a Mariano Rajoy jamás desconfiaron de sus posibles aliados, en esta ocasión los precedentes de Sánchez mueven más a la desconfianza que a fiarse de él.
Y es que no solo planteó la moción de censura apoyándose en separatistas, golpistas, antisistema y filoterroristas, es que, tras las recientes elecciones municipales y autonómicas, acaba de dejar el destino de Navarra en manos de los independentistas y de EH-Bildu, al tiempo que ha pactado en 47 municipios con partidos separatistas que defienden el 1-O. Por si lo anterior no generara desconfianza, recientemente el PSC acaba de convenir con Ada Colau no retirar los lazos amarillos del ayuntamiento de Barcelona. Por tanto, los datos que anteceden no inducen a darla a Sánchez la «confianza» para que gobierne España, un sujeto que ha demostrado que es capaz de ponerle una vela Dios y otra al diablo.
Por lo que se acaba de reseñar, si el PP decidiera abstenerse, debería pedir como contrapartida a Pedro Sánchez -está acostumbrado a pagar los apoyos- no solo la ruptura de todos los pactos con todos los independentistas, incluido el de Navarra, y la formación de nuevas mayorías constitucionalistas, sino también firmar un documento solemne en el que el PSOE se comprometa a intentar los apoyos puntuales con los partidos constitucionalistas.
Porque lo que podría parecer absurdo es tratar de obtener la confianza del Congreso de los Diputados buscando la abstención del PP y, una vez obtenida, gobernar con el apoyo de Podemos, los nacionalistas, los independentistas y los filo-terroristas.
La credibilidad no es algo que tiene uno con solo arrogársela verbalmente, sino que se gana día a día y con una trayectoria de vivir en la verdad la más amplia y comprobable posible. Y tengo para mí que el proceder de Sánchez, al menos hasta nuestros días, lejos de infundir confianza, genera todo tipo de recelos con respecto a los compañeros que prefiere en su periplo como presidente del Gobierno.