Gabriel Elorriaga F.
Calificar en un sondeo electoral como indecisos al cuarenta por cien de los encuestados le quita toda capacidad de diagnóstico. Es cierto que un sondeo no pretende ser un pronóstico sino reflejar el estado de la opinión en la fecha en que se ha efectuado. Tomando por buena la cifra de indecisos en una fecha cabe preguntarse dónde reside el motivo de esta indecisión masiva ¿Duda el indeciso entre votar o no votar, entre votar hacia la derecha o hacia la izquierda o, habiendo tomado posición en la derecha o en la izquierda, entre las diferentes opciones que se dan dentro de cada tendencia?
En cualquiera de los supuestos, la indecisión es una actitud inteligente y digna. Inteligente porque la indecisión supone duda, análisis o reflexión inconclusa que es lo contrario a ligereza o indiferencia. De esta actitud quedan excluidos quienes se sitúan en una posición antisistemática por rechazo a toda política, sea por ignorancia, por indolencia o por desengaño. No debe confundirse la indecisión con la abstención técnica que se supone como mínimo de un quince por cien de los ciudadanos con derecho a voto. Aún reducidos los verdaderos indecisos a la mitad de los electores indefinidos, sigue siendo una cifra demasiado voluminosa para que no se produzca una cierta curiosidad sobre el fenómeno.
No son, lógicamente, personas militantes en los partidos políticos con continuidad histórica en los que opera la tendencia a la fidelidad del voto por encima de otras consideraciones. Tampoco es muy probable que la indecisión bascule entre las tendencias tradicionales de determinados grupos sociales o zonas territoriales. No es probable que no sepa si votar derecha el votante de izquierdas o izquierda el votante de derechas. Esa indecisión tan abultada que denotan las encuestas es un fenómeno provocado por una mayor fragmentación en el área del centro-derecha. Allí donde existen tres opciones sin una incompatibilidad de fondo lo que permite dudar sin renunciar a principios esenciales tales como la unidad de España, la lealtad constitucional o la economía libre. Elegir entre tres opciones que mantienen estos principios es un derecho legítimo y la indecisión es comprensible por diversos factores personales, antecedentes o propuestas programáticas más o menos discutibles de unos u otros.
El problema es que este legítimo derecho a vacilar a la búsqueda del personal criterio no impide que a la hora de la verdad se salga de la indecisión por criterios razonables. A nadie se le escapa que en las provincias que tienen menos de seis diputados solo obtendrán escaño los primeros partidos y los votos de los siguientes se perderán en favor del PSOE que se presenta con la ventaja de su visibilidad al ocupar actualmente la Presidencia del Gobierno y por la absorción de los restos del naufragio de Podemos. Basta observar el empeño de Sánchez en evitar el debate cara a cara con el PP pero tampoco hacerlo con los partidos con grupos parlamentarios preexistentes, como siempre se ha hecho, sino en una televisión privada que puede incluir a VOX no estando obligada a cumplir la norma de objetividad basada en el nivel obtenido en las últimas Elecciones Generales, para comprender que busca entorpecer la capacidad de convergencia del centro-derecha y estimular la división.
Los indecisos detectados son en su mayoría, con toda probabilidad, los perplejos electores que tienen su corazón dividido entre tres ofertas cada una de las cuales merece su voto. A esos electores hay que hacerles ver que Sánchez es un candidato letal contra la unidad de España, su economía y su bienestar. Si no quieren soportar cuatro años catastróficos o, lo que es peor, un cambio de rumbo irreversible, deben salir de su indecisión con un voto razonado a la vista de las circunstancias en juego que no permiten elegir presidente a cada uno de los tres candidatos del espectro de centro-derecha sino solo a uno, el previsiblemente mejor situado, sea mayor o menor la distancia en relación con los afines, ocupando una posición central capaz de congregar en su entorno a las otras dos propuestas constitucionales, como ocurrió en Andalucía en las elecciones regionales. El resultado deseable no reside en el triunfo individual de un candidato sino en hacer posible la única y natural convergencia capaz de eliminar el peligro que supone para la integridad y economía de España un Gobierno de Pedro Sánchez condicionado por separatistas y neocomunistas. Lo que se vote el domingo electoral no tendrá segunda vuelta ni corrección posible. Sería triste que los indecisos se arrepintiesen a media noche de no haber salido de los prejuicios de su indecisión a medio día. Sería dramático comprobar a la hora de los escrutinios que no se había sabido votar teniendo en cuenta que esta vez no se juega la partida entre cinco tendencias a izquierda y derecha sino entre unidad o disgregación, constitucionalismo o confusión, bienestar o ruina.