¡Tarjeta roja, árbitro!

Ramón Casadó Sampedro

El próximo 28 de abril estamos llamados a las urnas para decidir muchas cosas, y no sólo la composición del Congreso y del Senado. Cuando depositemos nuestra papeleta estaremos escogiendo si optamos por construir un modelo de país concreto o si, por el contrario, queremos seguir dando tumbos; tendremos la opción de decidir si, de una vez por todas, castigamos en serio las malas políticas o preferimos hacer «la vista gorda» ante éstas; y, sobre todo, si acabamos tomándonos en serio el futuro de nuestras venideras generaciones, de nuestros hijos y nietos.

Siendo sincero, tengo muy pocas esperanzas depositadas en esta contienda electoral. Para mí es más de lo mismo, con la única diferencia de que antes el principal paripé provenía de dos direcciones y ahora lo hace de cinco. Las nuevas formaciones, presas de una capacidad de adaptación asombrosa, asumen y copian modelos que hasta hace no mucho combatían, como si fuese algo inherente a la ocupación de las instituciones o al hecho de asumir nuevas cotas de poder.

El espectáculo circense está en la carpa y plagará toda nuestra geografía nacional con un rosario de mítines electorales y de actos varios en los que las promesas facilonas son y serán monedas habituales de cambio. Pero no importa, porque tanto los que actúan como los que presencian el espectáculo saben que a partir del 29 de abril ya nada valdrá, y todo lo dicho en campaña quedará en papel mojado. Donde se dijo «nosotros no gobernaremos con…» se dirá «programa, programa y programa»; al invocar a «cinturones sanitarios» descubriremos que en realidad se quería afirmar que «pactaremos lo menos posible con los que opinan distinto» y, por encima de lo demás, veremos cómo la cafetería del Congreso no entiende de colores, puños, rosas, gaviotas, naranjas o Internacionales, la amalgama de políticos se fusionará en una tonalidad grisácea que beberá consumiciones a muy buen precio.

Esta contienda electoral nos viene con un ave Fénix incluida, simbolizada por un Pedro Sánchez capaz de resucitar al PSOE y sacarlo del Campo Santo, todo ello a base de decretazos tan vacíos de presupuestos y de reglamentos como pueda estar mi fondo de armario. ¡Qué más da! Publicados en el BOE quedan muy bien y otro cantar será poder llevarlos a la práctica.

En el lado opuesto tenemos al PP de Pablo Casado, empeñado en hacernos creer que su partido no tiene nada que ver con el de la era de Rajoy. El hecho de que él fuera su Vicesecretario de Comunicación es meramente anecdótico, ¡total, sólo pasaba por ahí! Sin dudarlo, utiliza las encuestas cuando le conviene y basa sus cartas en atribuirse el liderazgo de una derecha fraccionada. Eso sí, no desaprovecha la ocasión para implorar el regreso de las ovejas descarriadas que ahora pastan alegremente en valles verdes y naranjas.

En cuanto a Ciudadanos y Podemos (¡Uy, perdón! Unidas Podemos, no quiero ser políticamente incorrecto) son los vivos ejemplos de dos proyectos que podían haber alcanzado cotas mucho más altas si no fuera por el mal hacer de sus cúpulas directivas.

La formación naranja ha hecho de los bandazos su seña de identidad, y con descaro ha dado la espalda a miles y miles de militantes que defendieron las siglas en sus inicios, creyendo que impulsaban un verdadero movimiento centrista que tanto necesitaba nuestro país. ¡Ánimo, Albert! Has dado alas a los que defienden que el centro sólo es una construcción teórica, pero no te preocupes: siempre te quedará escuchar Blanco y Negro de Malú.

Mención aparte merece la soberbia acción demoledora de Pablo Iglesias I el Grande, que con las lindezas que salen de su boca y con… (bueno, esto último lo omito) ha estrangulado la labor e ilusiones de miles de círculos, ahogados en un esquema feudal que sólo Pablo e Irene entienden, y en el que se impone veladamente una monarquía absoluta a la altura del mismo Rey Sol. Incluso muerde la mano que le alimentó hasta ahora: vean, vean su enfrentamiento con García Ferreras en ARV si no me creen ¡Qué pena que no duren más los permisos por paternidad!

De VOX sólo puedo decir que están jugando su papel, con un protagonismo propio del actor de reparto al que le ofrecen un puesto de protagonista. Están haciendo pasar por nuevo un discurso que es viejo y arcaico, basado en las verdades absolutas, en la confrontación y en valores «presuntamente» supremos. Como decía mi abuelo «pan para hoy y hambre para mañana». Tardarán en eclipsarse lo que tarden en llegar a las instituciones para caer en sus propias contradicciones. Es lo que tiene vender humo utópico.
Y digo yo, ¿resulta tan complicado que surja una formación política que simplemente se comprometa a trabajar desde el consenso? Sin promesas fáciles, sin fichajes estrella, reconociendo que si las cosas no mejoran es porque la solución tiene que partir de todos, pero alejada de las medidas milagrosas que después terminan no siéndolo. Una formación que haga de la humildad y del respeto al adversario sus banderas… Sí, ya sé que eso no es el mundo real, pero, por favor, déjenme soñar.

Mientras tanto, ¡tarjeta roja, árbitro!

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