Ramón Casadó Sampedro.
Por desgracia, no me queda más remedio que reconocer que se acabó lo que se daba, ya no hay vuelta atrás. Estamos viviendo un auténtico cambio de paradigma político, pero también, por que no decirlo, económico y social. Es bien conocido el dicho «el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra»; aunque, en este caso, más que piedra, podríamos hablar de pedrusco.
Pero, pongámonos en antecedentes y, para eso, tenemos que retroceder al año 2007, en los preámbulos de la crisis económica más destructiva que ha conocido la historia moderna. Sí, ya sé que muchos analistas aseguran que fue peor la de 1929, puede que tengan razón, aunque de aquella se salió por uno de los métodos tradicionales: creando economías de guerra que desembocaron en una confrontación mundial, que acabó destruyéndolo todo para después tener que abastecer a otras economías de reconstrucción.
Soy consciente de que lo afirmado resulta patético y penoso, pero no por ello es menos cierto. Desde que el ser humano camina sobre la Tierra de cada época sombría, de cada callejón sin salido, se ha salido siguiendo las mismas reglas: por mecanismos naturales (grandes epidemias o cataclismos naturales) o bien por la acción directa del hombre (conflictos bélicos, principalmente). En todos los casos la filosofía era la misma: diezmar a la población y destruir lo suficiente para garantizar, durante lustros, una economía expansiva reconstructora.
Sin embargo, para salir de las últimas grandes crisis, y en especial de la del 2007, ya no se ha contado con la participación de los métodos habituales. El avance de la medicina ha limitado el radio de acción de las grandes epidemias; los cataclismos naturales, gracias a una etapa tranquila a nivel geológico, están muy localizados geográficamente; y las guerras de ámbito general, debido a la sofisticación del armamento actual, resultan demasiado peligrosas. Es por ello que se utilizó el truco del almendruco para simular una salida en falso de la crisis, consistente en que los Bancos Centrales comenzaron a imprimir dinero como quien imprime cromos.
Así, en los últimos once años hemos creado una especie de realidad virtual, una recuperación aparente, no real, destinada a hacernos creer que lo peor ya había pasado. Se trata de convencernos que la vuelta de los buenos tiempos está al doblar de la esquina, pero no se nos ha informado de la letra pequeña del contrato: una economía que subsiste explotando un modelo caduco y dando bocanadas a base de devaluar los salarios y a las rentas más bajas.
Me dan ganas de reír y llorar, al mismo tiempo, cada vez que escucho que se están recuperando los niveles de empleo y de poder adquisitivo de hace años, haciendo hincapié en los balances contables, pero no en el análisis detallado y humano de los mismos ¿Qué importancia tiene que las cifras de creación de empleo sean similares a las de tiempo atrás si ahora hacen falta, como mínimo, el doble de personas trabajando para mantener a una familia?
Salir en falso de una situación mala es lo mismo que curar mal una gripe: la recaída suele ser mucho peor, y ya estamos empezando a sentir los primeros efectos de la misma, materializados en una espiral de la guerra económica entre las diversas potencias (sin precedentes y, a veces, mucho más peligrosa que la confrontación bélica) y en el auge del interés por destruir los consensos de antaño, amén de la expansión de diversas posturas radicales.
En un próximo artículo daré mi opinión de cómo se está materializando todo lo dicho en la realidad política y social de nuestro país. Como pequeño avance daré una reseña de las pasadas elecciones autonómicas andaluzas: éstas, no sólo nos han demostrado que el populismo no entiende ni de colores ni de puntos cardinales, sino que, además, los viejos modelos están heridos de muerte.
Lo peor ya no es que se extingan los paradigmas obsoletos y caducos, mucho más grave es que los que se abren paso sean peores o inexistentes.