Amando de Miguel-Un mínimo de lecturas sobre la España contemporánea nos lleva a concluir que la izquierda siempre ha sido anticatólicapor encima de cualquiera otra consideración. No es tanto que lo ha sido, sino que lo es.
Hay varias razones para esa querencia de hacer equivaler el progreso o la igualdad con la mentalidad antirreligiosa, de modo más claro anticatólica. La primera es que la izquierda española ha mostrado siempre una radical incapacidad para mostrarse socialdemócrata de verdad. No se trata de una menguada dotación genética, sino la consecuencia de una continua ausencia de intelectuales, de figuras realmente creadoras en el pensamiento o en la ciencia. Entre nosotros siempre se han impuesto los Largo Caballero frente a los Prieto o los Besteiro. En una época más reciente, los Felipe González frente a los Tierno Galván, los Zapatero y los Sánchez frente a los desconocidos teóricos hodiernos. Cuando falta el bagaje cultural o intelectual, lo más socorrido es presumir de laicismo, es decir, de anticatolicismo. Funcionan más recursos negativos: antifranquismo, antiamericanismo, antimonarquismo, etc.
Una segunda razón aparece como una consecuencia de lo anterior. Antes de la II República era tan lacerante la desigualdad que se hacía muy dificultosa una izquierda que propugnara medidas correctoras. Llevaba ventaja el anarquismo, con una idea más totalizadora, más radical, que justificaba incluso la violencia. En la España actual asistimos a la paradoja de que se ha conseguido un notable grado de igualdad en todos los terrenos (ahora se dice «ámbitos»). De ahí que se recurra al viejo anticlericalismo, difícil de justificar ahora, pues ya no existe la alianza de la Iglesia con los ricos. Ahora se funda en que la Iglesia se opone al aborto, la exaltación de los homosexuales, la supresión de la asignatura de Religión en las escuelas. Todas esas facetas ideológicas son las que hay que promover para quitar autoridad a los curas.
Todavía hay una razón más fundamental para declarar la guerra a la Iglesia. La izquierda ha perdido la antigua capacidad de influencia moral a través de la obra de los intelectuales progresistas. Aunque se haya notado una pérdida en la estadística de la práctica religiosa, los curas siguen llegando a millones de conciencias. Nótese que hoy asisten a la misa semanal muchas menos personas que hace un par de generaciones, pero casi todas comulgan. Todavía el conjunto de los asistentes a la misa semanal supera con mucho a los que llenan los estadios de fútbol. En resumidas cuentas, los curas son vistos por la izquierda como formidables competidores. De ahí la obsesión del Gobierno actual por sustituir la enseñanza de la religión en las escuelas por una asignatura de adoctrinamiento laico. Ya se ha conseguido en parte; ahora falta rematar la jugada.
Está visto. La izquierda que manda pretende ahora el monopolio de la influencia. Se ha propuesto el imposible objetivo de que desaparezcan todas las cruces del paisaje español. Lo tiene más difícil con las de los cementerios y los monumentos. En definitiva, la izquierda española necesita ser atea, que quiere decir literalmente «sin Dios». Resulta incómodo un calificativo que sea una negación. Es lástima que haya desaparecido el adjetivo de materialista.