El Congreso de los Diputados votó a Rosa María Mateo como administradora única de RTVE. En primera votación se exigían dos tercios de la Cámara lo que era inalcanzable sin un consenso con los grupos más numerosos del Parlamento. Algunos diputados de un partido separatista no participaron en aquella primera votación porque no tenía “ninguna importancia”. Fue solo un gesto para hacer recordar su peso. En la segunda votación, que solo exigía la mitad más uno, estuvieron presentes, como los demás diputados antisistemas y rupturistas, para dar su placet a la propuesta socialista. El cargo es solo una fórmula temporal a la espera de que se cumpla el sistema de concurso público acordado por la mayoría del Congreso, frustrado hasta el momento por la impotencia de quienes ocupan el Gobierno sin base parlamentaria estable. Para hacer frente al vacío, Pedro Sánchez tuvo la ocurrencia de tender este puente de campaña y poner a su cargo a un nombre profesionalmente respetable y de buena presencia que es Rosa María Mateo.
La propuesta, confirmada por la mitad más cuatro de los diputados que ejercieron su derecho a voto, me hizo retroceder en el tiempo y recordar el año 1981. Hace treintaisiete años nada menos. Vivíamos la resaca del asalto al Congreso por Tejero. Los líderes de los grupos parlamentarios recién liberados de su secuestro eran recibidos por el Rey Juan Carlos en La Zarzuela pero dejaron instrucciones de organizar una manifestación unitaria de apoyo a la Constitución. A mí, entonces un vicesecretario general de Alianza Popular, se me encomendó ponerme en contacto con los otros partidos de proyección nacional para organizar la demostración. Me trasladé a la sede del PSOE, entonces en la calle de Santa Engracia, donde también acudió José Ignacio Wert en representación de UCD. Allí nos recibió Carmen García Bloise con Enrique Múgica. Allí acordamos el trayecto de la manifestación que, por su carácter unitario, no llevaría insignias, banderas ni pancartas. Sería silenciosa y concluiría ante el Congreso. Múgica se ofreció a trasladar y negociar estas condiciones con el Partido Comunista, no sé si por considerarlo dentro del conjunto de la izquierda o porque las peculiaridades de Santiago Carrillo, entonces secretario general, hacía necesario esperar a una intermediación directa de Felipe González. Acordamos un manifiesto que sería leído en nombre de todos por un profesional independiente no adscrito a ningún partido. El nombre elegido fue el de Rosa María Mateo. Rosa María Mateo tenía una voz y una cara gratas a todos los españoles en una época de servicios informativos exclusivos. Excelente presentadora y locutora, sobria de gesto, de buena dicción y elegante compostura, ejercía su profesión con talante imparcial. Fue una elección acertada que la convirtió en musa de la democracia y símbolo de la Constitución. No nos arrepentimos de su elección. En nuestros días algún sutil consejero de Pedro Sánchez o él mismo tuvo la brillante idea de resucitar aquel exquisito icono institucional que descansaba dignamente lejos del mundanal ruido. Pero esta vez no era para representar un gran acuerdo unitario sino para disfrazar con un rostro amable la decisión parcial de una izquierda cautiva del extremismo populista y el nacionalismo separatista. Todo lo contrario a los antecedentes históricos de la veterana presentadora.
¿Por qué aceptó este encargo tóxico Rosa María Mateo? Ante todo debemos comprender indulgentemente como se agradece que se acuerden de uno cuando se dormita en las sombras del retiro. Esta llamada a una actividad intensa permite romper el maleficio de sentirse condenada en el desván de los trastos inútiles. Volver a empezar no solo es una canción nostálgica de Cole Porter sino la tentación inconfesada de todos los ocasos. Pero respetando piadosamente las motivaciones sicológicas no es posible olvidar las circunstancias políticas de la función para la que ha sido votada y por quienes ha sido votada. Va a ser, durante un paréntesis poco preciso en el tiempo pero de tensión preelectoral, administradora única del ente RTVE. Lo de administradora parece rebajar el nivel del cargo y reducirlo a una correcta administración de los bienes materiales y recursos humanos de una empresa. Pero el adjetivo “única”, es decir sin consejo ni responsabilidades compartidas, indica que le la sitúa en el dominio gerencial de un medio cuya gestión no se mide solo en la cuenta de resultados sino en el grado de su influencia en la opinión pública. Ella tendrá poderes para firmar contratos, nombrar, cesar y producir.
Es el mando, aunque sea temporal; porque para los medios informativos no existe previsión o cálculo de la importancia de los tiempos por su duración sino por su trascendencia; de una empresa colosal, con 6400 empleados, Mil millones de presupuesto, siete cadenas, cinco radios, la imagen oficiosa de España en el mundo y la fiabilidad de difundir la imagen y la voz del Estado y no versiones tendenciosas o parcialistas. ¿Tiene Rosa María Mateo algún antecedente que permita suponer su capacitación para gestionar con independencia este coloso de información y producción televisiva? ¿Gestionó alguna vez alguna entidad, colectivo o factoría que avalen cierta experiencia en la dirección de grandes equipos? ¿Se le conoce alguna aportación de ideas o algún posicionamiento previo que ofrezca una presunción programática de la actuación que se espera del responsable de un equilibrio pluralista en una entidad pública? Es una incógnita que no deberá responder Rosa María Mateo sino la ligereza de quien la nombró y los socios de su aventura. Ellos creen y quizás saben que ella no se inclina hacia la derecha, lo cual forma parte de su libre albedrío, pero no saben otra cosa de su formación para el desempeño del cargo. Es cierto que con setenta y seis años se puede haber aprendido muchas cosas buenas y malas. Pero da la impresión de que es Pedro Sánchez quien no ha aprendido nada y no ha pensado en otra cosa que en el efecto epidérmico de una propuesta simpática. Una cara de la televisión para la televisión y basta. Habrá que ver quien pone orden en la casa detrás del decorado.