En todos mis artículos siempre me propongo evitar citas eruditas, y lenguaje enrevesado, salvo caso de necesidad, con el fin de enlazar con la forma de pensar de la mayoría de la gente, de forma que pueda ser entendido por todas las personas, independiente del nivel cultural de cada lector.
Ayer estaba tomando café con unos amigos y surgió una conversación sobre el asunto catalán. Uno de los que estaba presente, a quién yo acaba de ser presentado, vino a decir que no podía entender nada de lo que estaba pasando. Él, canario de nacimiento y residente en Gran Canaria durante su dilatada vida, decía que no se cuestionaba en absoluto que es español. Ser canario es ser español. Y no podía concebir la idea de que un catalán pudiera pensar no ser español, dado que la historia lo ha definido de la misma manera que define al canario. Y si él como canario es tan español como el catalán, indudablemente participa de soberanía sobre el territorio de Cataluña.
Ese razonamiento del contertulio le nacía de su propia lógica natural. No era un hombre de estudios sobresalientes. Se trata de una persona normal, de esos que uno se cruza en la calle, en el autobús, en el mercado, en el metro…. que va al cine, al fútbol, en definitiva, que no se caracteriza por nada especialmente sobresaliente, o sea, normal.
Yo salí al paso de sus palabras para decirle que eso que él dice es lo que reconoce la Constitución Española cuando trata el asunto de la posible separación de una parte del territorio. Se abre esa posibilidad cuando lo decide la mayoría de ‘todos’ los españoles. Porque son muchos siglos que definen a España como nación, sin entrar en el tema de la gran gesta de conseguir que gran parte del planeta hable nuestro idioma lo cual, por cierto, no es meramente circunstancial.
Ya no se trata, le decía yo, de que no haya una mayoría de catalanes a favor de la independencia, a pesar de que la aritmética electoral les atribuya mayor proporción de escaños. Es que si nos ponemos finos tendríamos que explicar a todos los catalanes –que hablan catalán, que acuden regularmente a Cataluña para visitar a sus padres, hermanos, amigos, etc. o simplemente para recrearse en unas vacaciones en el lugar en que nacieron– porqué a ellos no se les tiene en cuenta a la hora de participar en la decisión de apartarse del resto de españoles. Me estoy refiriendo a los catalanes que enraizaron en otros territorios de ‘su nación española’ mediante matrimonios y creación de familias, o que por simples cuestiones laborales fijaron su residencia en Extremadura, Galicia, Andalucía, Canarias, por supuesto, etc. etc. etc.…. Son tan catalanes como los que se quedaron a residir en Cataluña. E Incluso mucho más que bastantes de ellos, a los que se les permitiría decidir por simples vínculos de residencia continuada. Estamos hablando de miles, tal vez cientos de miles, que siendo catalanes trasladados e integrados en otras provincias del territorio español, se sentirían expropiados, quedarían al margen de decidir la suerte de su ‘patria chica’. No cabe duda que todos estos catalanes se opondrían a una secesión, por pura coherencia con el desarrollo de sus vidas.
Si una persona decide voluntariamente cortarse un brazo o una pierna, por esa conclusión que se ha hecho norma indiscutible de que cualquiera tiene derecho a decidir sobre su cuerpo, es obvio que nadie se lo va a impedir. Como quien decide suicidarse. Claro, siempre y cuando lo haga a escondidas impidiendo que alguien ‘con juicio’ tratara de disuadirle. Lo que está claro es que ninguna ley se lo va a autorizar jamás.
Si llevamos este símil a la cuestión del mal llamado derecho a decidir, habrá quien se pregunte: ¿entonces una región de España jamás tendría derecho a separarse si lo decide voluntariamente? La respuesta es no. Por sí sola y fijando la región interesada las reglas, contundentemente no. Esa posibilidad ya está prevista en la Constitución. Tendrían que ser todos los españoles los que decidieran la suerte de la nación. De esa manera se conjugarían todos los derechos de todas las personas que tienen vinculación histórica o de raíz. Se respetaría la postura de esa gente que, como mi contertulio canario, entiende que por ser español tiene derechos y sentimientos sobre Cataluña; se respetarían los derechos de todos aquellos cientos de miles de catalanes que decidieron voluntariamente enraizar en otras regiones del territorio español; y por último, se respetarían también todas las transferencias de carácter económico, social y cultural que supusieron cinco siglos de convivencia. Tras un acuerdo de disolución de una sociedad, sea civil o mercantil, procede necesariamente su liquidación, con el objeto de saber qué partes del patrimonio cesante corresponden a los que eran socios. Díganme cómo se liquidan cinco siglos de convivencia. Desde luego no van a dar la fórmula un grupo de nostálgicos del ombliguismo. Serán todos los implicados. ¡Vamos, digo yo, porque de lo contrario mucha, muchísima gente, el resto de los españoles entre los que se encuentran los catalanes no residentes en Cataluña, se sentiría literalmente robada e insultada.
Señores. Este tema ya fue tratado en su día por personajes que se han dado en conocer como “Padres de la Constitución”. Que estudiaron la cuestión a fondo, y si dieron la redacción que actualmente contiene la Constitución es porque sopesaron todo lo que se comenta en este artículo entre, supongo, otras muchas razones. Lo que no entiendo es porque no se explica de forma tan simple como se dice aquí, hablando claro.