Un minuto de silencio

molares-272x125Manuel Molares do Val

Guardar un minuto de silencio por la muerte de alguien que durante 24 años rigió con mayorías absolutas y convirtió en pujante y hermoseó una gran ciudad, aunque sobre esa persona recaigan sospechas corrupción, es un tributo heredado del culto funerario que nace ya en las tribus primitivas.

Hasta en las guerras más crueles se homenajeaba a los muertos del enemigo y los soldados vencedores, firmes, les presentaban sus respetos.

Abanderados por Iglesias Turrión, Podemos y sus aliados En Comú Podem, las Mareas y otros ultraizquierdistas, rechazaron mantener en el Parlamento ese rito ancestral alegando que la exalcaldesa valenciana, Rita Barberá no lo merecía por las sospechas de corrupción que recaían sobre ella.

Rompieron una liturgia mortuoria, la norma más sagrada de la evolución que hizo humano a quien quizás fue mono; y hasta los monos elaboran ritos funerarios.

El odio al rival, ni siquiera enemigo, el desprecio resentido, deshumaniza a la persona que lo siente; realmente, deshumaniza su posible bondad dejándole solamente la maldad del odio.

Como ese concejal de la CUP en el Ayuntamiento de Barcelona, Josep Garganté, que este lunes justificó que ETA asesinara a Ernest Lluch porque había sido ministro de Sanidad de Felipe González.

Pablo Manuel Iglesias, vestido con esmoquin esta semana con cacareo hortera de señorito macarra en las revistas del corazón, justificó su deshumanización con Barberá en sus sospechas de corrupción sobre las que no había, hasta el momento, acusación formal alguna.

Lo pavoroso de esta peligrosa casta que desprecia y ejecuta moralmente al muerto y que justifica así la ejecución física de cualquier sospechoso vivo con igual frialdad: como quienes empaparon con sangre de sus rivales las tapias de los cementerios, antes y después de la guerra civil española.

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