Estambul

turquiaramonveloso@ramonveloso.com

veloso-opinion 070915A medida que avanzamos por el Mediterráneo Oriental, descubrimos un mundo contradictorio que acumula largos conflictos armados a la vez que se perciben enormes ganas de vivir, acaso explicable por la juventud de su población.

La cuna de la civilización occidental sufre todavía los coletazos del desastre dejado atrás por la descolonización, especialmente inglesa y francesa, de los territorios procedentes del reparto de la partición del imperio otomano por los vencedores de la Gran Guerra y la intromisión de nuevas potencias posteriormente a la Segunda Guerra Mundial.

Precisamente, la refundada Turquía kemalista es un enorme y gran país situado estratégicamente entre dos continentes que da unidad a Eurasia. Y si alguna ciudad turca refleja la rica miscelánea cultural mediterránea esa es Estambul, la antigua Constantinopla y Bizancio. Desde que despierta con la llamada a la oración desde los minaretes, goza de aquel deseo de vivir reflejado en la alegría de sus calles, plazas o zocos, en los espectáculos o en los salones donde se fuma en narguile la melaza de sabores y se bebe el sabroso te de manzana. Eso sí, en un ambiente donde la mujer parece jugar un papel secundario en la vida social a pesar de los avances de igualdad de género promovidos por Atatürk para la república turca, ciertamente algo desvanecida por los años de gobierno de Recep Tayyip Erdoğan

Por otra parte, Estambul aúna posición geoestratégica, monumentalidad y cultura.

Geográficamente, El Bósforo une Asia y Europa de este a oeste además de separar la parte oriental y occidental de la ciudad. De norte a sur, desde el Mar Negro hasta el Mediterráneo, pone en contacto las culturas eslavas con las árabes y latinas.

También es monumental, desde la emblemática Santa Sofía, Hagia Sofia, Santa Sabiduría, donde se coronaban a los reyes bizantinos, primero cristiana, luego, musulmana, hoy museo monumento próximo a la Mezquita Azul y al palacio Topkapi, sede del imperio otomano. Junto a ella, se encuentran las cisternas que abastecían de agua a los palacios. Además de la mezquita Azul que rivaliza en número de minaretes con la Meca también hay otras monumentales por toda la ciudad destacando La Nueva, la de Suleiman el Magnífico, la Gran Mezquita Imperial o la de Beyazit.

La columna de Constantino conmemora la declaración de Bizancio como nueva capital del imperio romano, situada en Çemberlitaş junto a uno de los baños turcos más antiguos de la ciudad, al Gran Bazar y a uno de los lugares más concurridos para fumar una pipa de tabacos aromáticos y saborear un te entre conversaciones, lecturas o pinturas, muy frecuentado por los estudiantes de la Universidad próxima.

Adentrarse por el Gran Bazar es adentrarse por una multitud de locales y pasadizos donde el regateo forma parte de la compraventa. Asombra ver a un mismo comerciante atendiendo a la vez a un alemán, un turco, un sirio, un inglés o un español en cada uno de sus idiomas. Allí puedes encontrar desde las típicas pashminas hasta diamantes de muchos quilates. Casi sin darte cuenta, a medida que bajas llegas al Bazar de las Especias y te topas con el puente de Galata que salva el Cuerno de Oro y, en el propio puente, hay locales en los que degustar los pescados turcos.

Subiendo la larga avenida peatonal Istiklal que parte del barrio de Galata llegamos a La Plaza de Taksim, donde se homenajeaa a la fundación de la República de Turquía. Todo esto en la parte occidental de Estambul, es decir, Beyoglu y Galata. La parte asiática, Kadiköy, es menos frecuentada.
Estambul rebosa vida mediterránea por los cuatro costados caracterizada por la vida social, la comida y la higiene en sus plazas, kebabs y baños, respectivamente

Es verdad que dentro de la propia Turquía hay conflictos políticos y armados, especialmente en el Kurdistán turco al sureste del país, y es vecina de los conflictos de Siria e Irak pero también es cierto que acoge a millones de refugiados de esas guerras, mucho más que toda Europa Occidental junta.
Los países europeos mediterráneos deberíamos hacer un esfuerzo de integración del vecino turco en el continente del que todos formamos parte. Es verdad que la desconfianza de más de un milenio de enfrentamientos lo dificulta, pero tenemos la experiencia de cientos de miles de otomanos que trabajaron duramente en la reconstrucción europea después de la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos se quedaron en la Unión Europa y ahora son originarios turcos de segunda y tercera generación.
Confieso que siento especial atracción por la diversidad cultural mediterránea, tanto latina como árabe, probablemente desde mis tiempos universitarios cuando pude disfrutar del contacto con estudiantes palestinos, y creo que los pueblos mediterráneos tenemos una unidad que se evidencia en afinidad cultural y enormes ganas de gozar de la vida.

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