Parece ser que el cerebro humano no es capaz de gestionar adecuadamente las relaciones con más de 150 individuos. Según el antropólogo social y biólogo evolucionista Robin Dumbar, esta cifra se corresponde con las dimensiones de los primitivos grupos de cazadores y comunidades agrícolas capaces de elaborar estrategias de comunicación, alimentación y reproducción. Sin embargo, la supervivencia humana necesita agrupamientos mucho más numerosos, y un salto evolutivo en la cooperación, un altruismo grupal que exige sacrificios heroicos como dar la vida no sólo por la familia, sino por el conjunto de la Nación.
Este grado de solidaridad extrema es imposible sin la existencia de pegamentos sociales, como el idioma o la religión. La creencia en un Dios todopoderoso que nos vigila y puede mandarnos al infierno, actuó y actúa todavía como un factor que reprime y reduce los comportamientos antisociales Por lo tanto, las religiones han desempeñado un papel importante en la evolución social, aunque con el paso del tiempo, diversas instituciones han asumido los factores de cohesión social que en el pasado eran monopolizados por las religiones. Así, los «sans coulottes» de la Revolución Francesa o los bolcheviques, realizaron enormes sacrificios personales sin esperar a cambio una vida eterna.
El gen guerrero de la agresividad y su domesticación
Los humanos usamos la serotonina, la dopamina y la adrenalina como neurotransmisores. Si no son eliminados después de cumplir su función, se acumularían en exceso en el cerebro, evitando el necesario estado de reposo y favoreciendo comportamientos antisociales y agresivos. Esta necesaria función de limpieza, corre a cargo de la enzima MAO-A. Cuando por una mutación se vuelve defectuosa, no cumple su función y los humanos afectados aumentan sus conductas antisociales. En cualquier caso, cuando nos sentimos observados, tendemos a ser menos egoístas y las religiones por un lado y las ideologías inclusivas por otro, han amplificado los instintos morales que portamos en nuestros genes, nuestra tendencia a seguir las normas y a castigar a los que no las siguen, en un proceso que termina generando Conciencia Social.
A su vez, el ambiente social modifica los genes y también ayuda a reducir la agresividad humana. Varias investigaciones han demostrado que en los últimos 4.000 años, se ha reducido la violencia desde una estimación de 600 crímenes por cada 100.000 habitantes, hasta sólo uno en la actualidad. En Ferrol y Narón, que sumamos esa cifra, llevamos ya tres asesinatos, pero durante los años anteriores no los hubo o sólo hubo uno, por lo que cumplimos la estadística.