El encanto de Ferrol (I)

plaza de armas-ferrol antiguo
beceiro-articulosJuan-Luis Beceiro García

Aunque vivo en Madrid desde hace más de cuarenta años, y en el mes de mayo se celebró el patrón de esta ciudad ( el día 15) , San Isidro Labrador, no he olvidado lo que en Ferrol «hacíamos» con este santo.

En efecto, cuando jugábamos a las lombas (del latín «lumbus», necesariamente)—es decir, que se trataba de saltar sobre uno que doblaba el cuerpo bajando la cabeza y con los brazos cruzados—«íbamos cantando, según saltábamos uno detrás de otro:
«¡ San Isidro Labrador!
muerto lo llevan en un cajón,
el cajón era de pino
muerto lo llevan por los pepinos,
los pepinos son de aceite
muerto lo llevan por San Vicente,
San Vicente era de palo
muerto lo llevan por los diablos,
los diablos tienen cuernos
muerto lo llevan por los quintos infiernos,
La salivita…»(no recuerdo más).

La verdad es que yo saltaba bastante bien y nunca le di a ninguno en la cabeza al saltar por encima con las piernas.

Recuerdos sobresalientes de mis primeros años tengo dos como los más importantes de mi niñez. Aún tengo en la memoria una fotografía en que estoy de pié con un perro muy grande—ignoro de qué raza—y peinado con tirabuzones; supongo que tendría entre cuatro o cinco años. Los tirabuzones siempre me han gustado mucho verlos en las niñas. Les dan un aire de princesas.

Bueno, pues cuando tenía cuatro o cinco años recuerdo muy bien dos hechos muy propios de la niñez. Yo estudiaba las primeras letras en un colegio de monjas llamado de «Cristo Rey» sito en la calle que llamaban de «los muertos” (estimo que ese nombre provenía de que por allí subían hacia Canido los coches fúnebres). Pues un día, no sé porqué, abrí la puerta de afuera y eché a correr cuesta abajo como alma que lleva el diablo. Al final me cogieron cerca de la Plaza de Armas.

El otro suceso ocurrió en mi casa. Tampoco recuerdo porqué se me ocurrió mirar en un cajón de una de las dos mesillas de noche que había en la habitación de mis padres. Dentro había seis estatuillas de Sta. Teresa de Jesús allí colocadas. Vinieron corriendo de la casa, yo me refugié debajo de la cama de mis padres….y no recuerdo más.

Debía de tener seis o siete años y los Reyes Magos me habían traído una bicicleta y con ella recorría a gran velocidad la Plaza de Armas seguido siempre por un grupo de niños como yo que me acompañaban por detrás todo el tiempo. Años más tarde sentí muchísimo que cercenaran aquella plaza de mis juegos de niño con la construcción del edificio del nuevo Ayuntamiento de Ferrol. Debo de reconocer que el edificio en sí no está nada mal , pero que hiciesen aquello me dolió muchísimo. ¿ Es que no había en Ferrol otro lugar apropiado?.

Viví en Ferrol hasta los trece años, pues mi padre era militar y fue destinado a Madrid. Pues tendría yo doce o quizá menos años cuando me hice amigo de dos hermanos, cuyos nombres no recuerdo, que eran verdaderamente unos golfos. Con cinco pesetas que encontré un día en el portal de mi casa (un tesoro) me hicieron comprar una pistola que parecía de verdad; no sé si pretenderían que hiciese algún atraco por eso de que por aquellos años leíamos y vivíamos las aventuras de Dick Turpin, obra que aún conservo con esmero y he encontrado otro ejemplar para mi nieto de diez años. El mayor de los hermanos(creo recordar se llamaba Luis) ,y mayor que yo, decía que quería ser piloto de aviación militar, claro, pues por aquellos años no se pensaba en la aviación civil de hoy día. Pues con estos dos un día fuimos a robar naranjas en un camión que estaba parado en una calle muy empinada que daba a la Plaza del Marqués de Amboage. Yo fui el encargado de subir arriba del camión y lanzarles las mejores naranjas.

Años después de mi huida del colegio de «Cristo Rey», mis padres me enviaron a una Academia de un tal Don Juan, en la calle Magdalena o Canalejas entonces. El tal Don Juan era un señor muy alto, moreno y muy amable que vivía justamente al lado de nuestra casa en el número 32 de la misma calle(ahora es el 68). Pues resulta que una de mis compañeras de la Academia –tendríamos ocho o nueve años—llamada Merceditas estaba un día en el encerado conmigo, supongo que escribiendo algo de Gramática o alguna suma matemática. Ella, que estaba a mi lado derecho, escribió con la tiza «Estoy por ti», lo que significaba que yo le gustaba. Aquello me emocionó mucho pero, naturalmente, no llegamos a nada.

 

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